La historia podría ir así:
Quiero tenerte en cuenta, pero tienes que ayudarme a que así sea.
Quiero darte la bienvenida, saludarte, desearte un buen día, hacerte saber que puedes contar conmigo en tu alegría y en tu tristeza; pero en estos se me ocurren mil opciones distintas y no sé cuál elegir: ¿un abrazo? ¿Una sonrisa? ¿Un apretón de manos? ¿Una palabra determinada? ¿Una reverencia?…
Lo cierto es que todos son buenos para mí, así que me encantaría que me ayudaras a escoger el ideal para ti.
Entonces, ¿me ayudas?: ¿qué te apetece hoy? ¿Qué necesitas? ¿Me he dejado justamente tu respuesta?
Y, como más palabras sobran, nos vamos a Hebrón.
Yo nunca tuve una profesora así, pero esta manera de recibir a los alumnos me parece la mejor forma de empezar el día y de una empatía supina.
No solo lo hace ella, sino que, por lo que he estado investigando, es una práctica habitual y extendida en las (nuevas) escuelas. La pregunta es si podemos extrapolarlo a otros contextos fuera de estas aulas, y yo creo que sí.
No todos requerimos lo mismo cada día, ni tampoco lo que necesitas tú es lo mismo que necesito yo ni lo que quieren los que te rodean.
Acertar podría ser todo un reto, sí; pero, ¿y si fuera tan fácil como hablarlo? ¿Y si nos intercambiáramos cartulinitas para saber cómo tratarnos mejor? ¿Y si adaptásemos el cartel del aula a los puestos de trabajo? ¿Sería el mundo un lugar más placentero?
Pero es que hay incluso profesores que personalizan el saludo:
OBJETIVO 1: Preguntarte qué necesitas. ¿Lo pides directamente? ¿Te has quedado alguna vez con esa sensación de agradecimiento aunque con un ‘pero’ detrás sin expresar?
OBJETIVO 2: Darte cuenta de si preguntas qué necesita exactamente el otro (o lo das por hecho y pierdes la oportunidad de realmente acertar).
PROTAGONISTAS: Unos profesores estupendos y sus alumnos afortunados.
CATEGORÍA: #QuierounProfeComoEllos.
[Gracias, Pere, por descubrirme la primera perla; gracias Luci por la segunda]
[