No, no voy a hacer una disertación sobre los problemas del mundo ni de los posibles retos que tenemos por delante, especialmente porque no tengo la clave de cómo redirigir su rumbo, aunque molaría (ni que fuera como ayudita extra para asegurar que no cae en el abismo, que a veces parece que se vaya a la deriva).
Pero te traigo algo mejor: un cuento que, creo, nos viene como anillo al dedo en estos momentos.
Lo escribió el autor chileno Cristian Urzúa Pérez y se encuentra en su libro Breves historias para el camino, publicado en 2009.
Fíjate, 11 años después y su reflexión sigue siendo la solución.
Te dejo con su regalo. (Y, un poco más abajo, un enlace de una lectura en audio).
El cuento
Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo estaba decidido a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.
Un día su hijo de seis años entró en el laboratorio decidido a ayudar a su padre con el trabajo. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió que fuese a jugar a otro lugar.
Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiera entretenerlo.
De repente se encontró con una revista, donde había un mapa con el mundo, justo lo que necesitaba. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta adhesiva se lo entregó a su hijo, diciendo: «Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie».
Entonces calculó que al pequeño le llevaría diez días recomponer el mapa. Pero no fue así.
Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba tranquilamente: «Papá, papá, ya lo hice todo, conseguí terminarlo».
Al principio el padre no creyó al niño. Pensó que sería imposible que, a su edad, hubiese conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.
Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?
-Hijito, tú no sabes cómo era el mundo. ¿Cómo lo lograste?
-Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo vi que por el otro lado estaba la figura de un hombre. Así que le di vuelta a los recortes y comencé a recomponer el hombre, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar al hombre, le di la vuelta a la hoja y vi que había arreglado el mundo.
Fin.
Momentos de reflexión
Lo sé, el cuento es una gozada y, a la vez, un zasca importante.
De ser una historia real, ¿te imaginas la cara del padre?
Aunque, de hecho, no hace falta irnos a ninguna hipótesis porque, ¿con qué cara te has quedado tú?
El mensaje no es nuevo, cierto, pero la forma con la que Cristian nos lo presenta me parece tan ilustrativa que se convierte, también, en la más efectiva.
Vendría a formar parte de ese pack en el que también incluiría eslóganes como el archiconocido «Piensa globalmente, actúa localmente», la cita de Gandhi «Sé el cambio que quieras ver en el mundo», el cuento del lanzador de estrellas o vídeos del estilo a los que recordamos el valor de la generosidad o los compincheos para mejorar el día de alguien.
Arreglar el mundo puede parecernos una quimera y está claro que solo unos pocos (y muy de vez en cuando) son capaces de cambiar la conciencia global de forma exponencial, que es lo que ayudaría «de verdad».
Pero lamentarnos, sentirnos desvalidos y tirar la toalla en espera de que suceda un milagro o llegue un nuevo Mesías, ¿es la solución?
Pues claro que no.
Mucho mejor sería que nos preguntáramos qué podemos aportar aquí y ahora para mejorar nuestro minimundo, algo que tampoco será de un día para otro y que requerirá mimo y paciencia.
Eso sí, sin olvidar que ese minimundo empieza en nosotros, en nuestras necesidades, teniendo muy presente la primera regla del bombero: asegurar su vida para salvar la de los demás.