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Artículos y destellos para ser cada día mejor.

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Conociendo a los Shtisel

Los hombres de la familia Shtisel fuman mucho, sobre todo el padre. De hecho, nunca había visto tantos personajes fumando sin parar; y no te digo ya nada en las producciones de los últimos años en los que, por corrección política (sin entrar en valorar motivaciones y consecuencias) el tabaco ha sido apartado de las pantallas.

Y sí, choca verlos fumar un cigarrillo tras otro, vaya que sí.

Pero los Shtisel viven y presentan un mundo, el suyo, en el que el tabaco está presente.

Que sí, que [el tabaco] es un vicio malo malísimo (y durante toda la serie no puedes dejar de pensar en los pobres pulmones de unos y otros), pero, por otra parte, me parece perfecto que los creadores de la historia no quieran obviar esa realidad, una realidad que coexiste con la de los zumos saludables y la comida macrobiótica; porque sí, los Shtisel (también) comen fatal.

Tampoco es que sean especialmente simpáticos. De hecho, al principio, incluso los puedes definir como una familia de insufribles, rudos y amargados; y, al menos en mi caso, empiezas a pensar que no vas a pasar del primer capítulo.

Pero, por lo que sea, te encuentras dándoles una segunda oportunidad.

Y entonces es cuando, sin darte cuenta, resulta que has ido sumando capítulos y (oh, sorpresa) te encuentras sumergido en esa magia que solo sucede cuando te desprendes de las primeras impresiones; aquella que aparece cuando miramos al otro sin prejuicios y que te permite, ya no llegar a conocerlo, sino a reconocerlo como lo que es y en lo que es.

En definitiva, los Shtisel te van atrapando de tal manera que, al final, solo puedes concluir que te han robado el corazón.

(«¿En serio, George?» ―Pues sí, en serio.)

Y es que dejando de lado el tema del tabaco y de la comida, y de los sentimientos encontrados que me suscita la historia y la comunidad, Shtisel es de lo mejorcito que he visto en mi vida.

Es más, desde Mandariinid no había contemplado tanta humanidad a través de la pantalla: ¿cómo no le iba a hacer un hueco en el blog?

Pinceladas y seguimos.

7 pinceladas:

  • Los Shtisel viven en Geula, un barrio de Jerusalén principalmente habitado por la comunidad jaredí, de los que ellos forman parte. (Los jaredíes pertenecen a la rama del judaísmo ortodoxo, desligados totalmente del judaísmo secular, y muy ligados a la Alajá, la Ley judía. Vamos, los conocidos como ultraortodoxos).
  • Son bilingües (hablan hebreo y yidish) y su cultura es la asquenazí.
  • La historia gira alrededor del rabino Shulem Shtisel, que es maestro de una escuela talmúdica, y de sus hijos, pero también de la vida de estos en sus propias casas y de la abuela de la familia, que vive en una residencia (y que, anoto, es tremenda).
  • Todo pasa dentro de la comunidad, y cualquier cosa ajena a ella se vive con tensión y nerviosismo. Y con ‘cosa ajena’ me refiero a cosas tan simplonas como una serie de televisión norteamericana o la celebración del Día de la Independencia de Israel.
  • Una de las tramas principales (o la que se presenta como tal) es la búsqueda de una esposa para Akiva, el hijo pequeño de Shulem, a través de un casamentero (como dicta sus costumbres) pero no es la única. En todo caso, todas ellas presentan situaciones de choque entre la tradición y los deseos propios de cada uno.
  • Es una serie costumbrista en un contexto complejo en el que la rigidez de la tradición no permite muchas libertades, pero en la que también se observan grietas. En todo caso, es el conjunto de las historias y de la complejidad de los personajes lo que, a mi modo de ver, la hace ser tan especial.
  • Acaba en la segunda temporada, pero podría haber una tercera, una cuarta, una quinta… No deja de ser un Gran Hermano (por aquello de entrar en la vida de otros, voyeurismo puro y duro) o una posible versión jaredí de la serie británica Eastenders, en emisión desde 1985 (y que seguí durante sus primeras temporadas como Gent del barri, siendo todavía niña).

Shtisel

[Nota previa: En todo momento voy a asumir que se nos presenta una visión honesta de la comunidad. Lo hago porque 1/ la serie no la demoniza pero tampoco la carameliza (vamos, para nada es un lavado de imagen para hacer frente a la burla extendida y caricaturizada del judío jaredí); y 2/ el creador de la serie proviene de una familia de la misma comunidad, por lo que su experiencia es directa].

Ya te he reconocido antes que mi primera impresión sobre los Shtisel fue mala. Vamos, que me cayeron mal, incluso rematadamente mal: representan una comunidad muy restrictiva (y eso de las restricciones «porque sí/ porque siempre ha sido así/ porque lo digo yo» no ha ido nunca mucho conmigo).

Pero podríamos decir que los Shtisel no dejan de ser supervivientes en el mundo que les ha tocado vivir y que juegan lo mejor que pueden las cartas que les han sido dadas.

¿Y no es exactamente lo que hacemos nosotros en nuestras vidas?

Yo creo que es ahí donde realmente te conquistan: en su humanidad; en sus torpezas, en sus dilemas, en sus malas decisiones, en sus pulsiones, en sus triquiñuelas, en su fragilidad, en sus medidas desesperadas.

La única diferencia real entre los Shtisel y nosotros (sin contar que son personajes de ficción, claro) no son los sentimientos ni nuestra esencia (que es, sin lugar a dudas, compartida), sino el marco de la Ley Judía, que impregna sus vidas de forma global y estricta.

Son sus costumbres, no sus luchas internas, las que nos pueden sorprender, pero no deja de ser un privilegio entrar en esa realidad paralela (pero real y coetánea) en la que se besa la mezuzá al entrar en un espacio (casa, habitación), en la que los matrimonios duermen en camas separadas, en la que el padre no puede asistir al parto de su hijo, en la que se bendice cada bebida y alimento que toman y en la que las citas concertadas entre posibles matrimonios son en la recepción de un hotel, por ejemplo.

Diferencias culturales aparte, Shtisel te recuerda la complejidad de la vida, las motivaciones detrás de una decisión (que puede ser fatal) y el papel que juegan nuestros sentimientos y el marco en el que vivimos.

A lo largo de los 24 capítulos hay momentos de alegría, dudas, retos, nostalgia, desilusión, dolor, rivalidad traición, valentía, impulsos, amor, incoherencias, rebeldía, autoritarismo, corrupción, esperanza… O sea, que los Shtisel reflejan la esencia de la vida misma, y de ahí la conexión.

Apuntes finales

El mundo que conocemos tiene multitud de submundos que (muchas veces) desconocemos. Y, para mí, la familia Shtisel es una invitación a conocer uno de ellos, aunque sea algo claustrofóbico y moralmente retador.

Está claro que vivir en una comunidad como la jaredí tiene (muchos) más retos y dificultades que hacerlo en otras culturas: matrimonios concertados, más de tres hijos por familia, la religión como única vía y motor de todo… Digamos que presenta una vida en la que ‘elegir’ es una utopía; y en la que, encima, solo los realmente eruditos tienen una mínima posibilidad de vivir mejor. El resto, ‘los normalitos’ (si lo piensas bien, la mayoría) parece que estén condenados a la penuria (y da mucha pena). Eso sí, unos y otros en el marco de una uniformidad en la que ser uno mismo ni se contempla ni es una posibilidad.

(Y aquí una pausa para recordar lo afortunados que somos).

Por lo que vemos, así de mano, la vida de los jaredíes no parece ni apetitosa ni deseable. De hecho, creo que el color que definiría mayoritariamente la vida de los Shtisel es el gris (aunque a veces tengan trazas de pasteles, o incluso de tonos vivaces).

Por otra parte, nada de lo que le rodea es bello, sino funcional sin más. ¿Cómo no va a influir la ausencia de la belleza en sus días? (me refiero a la belleza como ideal estético más allá de las modas y las tendencias, que en serio que todo es objetivamente feo y el conjunto carece de armonía).

La única razón por la que uno podría plantearse ‘convertirse’ (es un decir) sería si el hecho de ser jaredí supusiera un salto de integridad que supusiera ser una persona más coherente, serena, generosa y feliz (asumiendo los sacrificios y ya), pero es que de verdad que en ningún momento da la imagen de que sea así, más bien al contrario. Es que ni felices parecen, en serio: los Shtisel no dejan de ser simples mortales intentando poner orden en sus vidas que, encima, tienen que lidiar con una serie de normas y leyes estrictas que les condicionan incluso más.

Llena de historias humanas y mucha fragilidad, la serie es moralmente desafiante, cierto, pero también bella, emotiva, respetuosa y delicada.

Para mí, el gran regalo de Shtisel es una invitación a la empatía, incluso a la compasión; a desprendernos de estereotipos y caricaturas y a ver a los otros (¡y a nosotros mismos!) como lo que somos: seres humanos intentando hacer lo mejor desde lo que sabemos (o lo poco que sabemos) y desde lo que podemos y «nos dejan», es todo…

Posiblemente, el máximo logro es que la serie consiga que comprendas (que no significa que aplaudas, quede claro) según qué comportamiento o decisión; que todos, absolutamente todos, albergamos las mismas cuestiones y que somos, ya no solo nosotros (seres complejos de por sí), sino con la interacción de lo que nos rodea: nuestra familia, nuestra cultura, nuestra fe, etc.

Quizá la próxima vez que conozcamos a alguien, nos acercaremos de una forma más amable, recordando esas verdades eternas que nos unen a todos. Porque, ¿hasta qué punto somos conscientes de las circunstancias de los demás?

Es verdad que caer en el estereotipo, incluso en la caricaturización de alguien, es fácil, lo sé, pero ¿cuántas de esas veces damos un paso atrás y cuestionamos esas creencias? ¿En cuántas ocasiones damos una oportunidad de aprender, comprender y empatizar?

Al final, ya como dijo Ortega y Gasset, nuestras vidas dependen de las circunstancias.

Extra

Una de mis escenas favoritas está colgada en Youtube, así que he pensado que podría ser una buena manera de terminar la reseña.

Por cierto, la música de la serie es una delicia y las interpretaciones de los actores son magistrales.

Te dejo con Shumel, Akiva, Gita y parte de la prole.

[Nota: nosotros, en casa, la hemos visto en Netflix, pero también he visto que está en otras plataformas].

California Typewriter

Para ti una máquina de escribir es…

(Algunas opciones posibles divididas en dos grupos)

GRUPO A:

  • Un trasto inútil.
  • Un invento del pasado, sin más.
  • ¿Una qué?
  • Un objeto de decoración, quedaría genial en mi estantería.
  • ¿La madre del ordenador?
  • El nuevo grito hípster tras la recuperación del vinilo y la polaroid.

GRUPO B:

  • Una oportunidad para inmortalizar mis ideas y pensamientos.
  • Una rebeldía.
  • Un instrumento musical.
  • Algo que puedo desmontar.
  • Una musa inspiradora en mis creaciones (literarias o no).
  • El objeto de mi obsesión y mi forma de vida.

Ignoro cuál habrá sido tu respuesta, pero los protagonistas de hoy están todos en el grupo B.

Sus testimonios los recoge un documental que vi el otro día; y, como me encantó, he decidido dedicarle unas líneas y compartir mis impresiones esta misma semana. Y es que, ¿para qué esperar?

El documental

California Typewriter recoge perfiles de distintos artistas, escritores y coleccionistas que son amantes de la máquina de escribir; pero no solo de ellos, sino también el de una familia que se dedica a repararlas y que, a pesar de las dificultades de mantener a flote el negocio, siguen creyendo y dedicándole pasión a lo que hacen. De hecho, el nombre de la tienda es justamente el que pone título al documental: California Typewriter.

Te sorprenda o no, las máquinas de escribir despiertan muchas pasiones. El archiconocido actor Tom Hanks, por ejemplo, tiene una colección de 250, la mayoría de ellas en condiciones perfectas. Pero hay más, porque, no solo las colecciona, sino que también las usa, incluso tiene sus preferidas (¡Y su preferida entre sus preferidas!), sobre todo para escribir notas de agradecimiento; así que si eres fan de él y quieres decirle algo, utiliza el correo tradicional y puede que te lea y que incluso te conteste desde una de su Smith Corona Silent, su favoritísima.

Pero, ¿por qué crees que Hanks opta por la máquina de escribir, los sobres y los sellos en vez del ordenador (o el móvil) y escribir un email (o un whatsapp)?

Pues por la misma razón que alegan muchos de los otros protagonistas del documental: por la permanencia de esas palabras tecleadas (e impresas) ipso facto, no guardadas en un archivo digital al que raramente volvemos para revisar o imprimir en papel (aunque eso sea una grandiosa noticia para los bosques, que una cosa no quita la otra).

En el documental, la máquina de escribir produce pruebas tangibles de la creación como una rebelión contra lo efímero de la información digital y que de alguna manera, inmortaliza el proceso de creación y complementa la biografía del creador: borradores, descartes, esbozos…

En cierta medida, es un poema de amor (que sería escrito a máquina, por supuesto) a un objeto que quedó obsoleto pero que tiene la facultad de despertar inspiración y lealtad (incluso sumidos como estamos en la era digital), y sin entrar en competir por conseguir una máquina de escribir mejor que sus antecesoras.

La mejor máquina de escribir ya se hizo.

La última fábrica de máquinas de escribir del mundo se cerró en 2011, en Bombay (India), después de una lenta agonía de un invento que fue toda una revolución en 1874. A falta de unas semanas para entrar en 2018, y casi 138 años después, parece que, las que quedan siguen resistiendo y «luchando» para tener un hueco en nuestras vidas.

Una máquina de escribir (y más allá)

Quizá no opines como yo pero yo creo tiene un punto romántico cerrar los ojos y fantasear con la imagen de ese escritor ermitaño que está en un momento de inspiración y teclea a un ritmo trepidante las palabras que van creando su historia y una melodía de clics y dings que cobran vida propia. (Curiosamente, ahora me ha venido a la cabeza El resplandor que romántica romántica, pues la peli no es).

De todos modos, reconozco que no me veo del todo usando una máquina de escribir, más que nada porque creo que me arruinaría en tippex que, por cierto, no sé ni si existe. Lo que me lleva a esta pregunta: «De haber escrito cada publicación del blog la máquina, ¿cuántos borradores hubiera descartado? ¿cuántos carretes de tinta extra hubiera utilizado? Y más escalofriante aun: ¿cuánto papel hubiera desperdiciado?».

Tampoco me veo conviertiéndola en un instrumento musical y componer una pseudosinfonía (soy negada para la música). En lo único que me podría ver es desmontando piezas y juntándolas para crear como mucho, obras en abstracto, que tampoco me sobra el talento plástico.

Gracias a los cielos, ya hay gente talentosa que se ocupa de ello.

Y, para muestra, un botón, porque mira qué dos descubrimientos más mágicos: una orquesta formada únicamente por máquinas de escribir que busca la musicalidad de las teclas (dando un paso más a La máquina escribir de Leroy Anderson) y un artista que, atención, crea su arte solo y exclusivamente ensamblando piezas de máquinas de escribir desmanteladas que no pueden ser reparadas; y es flipante y admirable (y qué pena no haber sido yo quien le comprara su ciervo, aunque nunca llevo suelto).

The Boston Typewriter Orchestra:

Jeremy Mayer:

Incluso hay una revolución en marcha, con su propio manifiesto a favor de la máquina de escribir y en contra de esa «hipnosis digital» que, alega su autor, nos hace menos libres y menos espontáneos.

Algunas reflexiones

Depende de la edad que tengas, una máquina de escribir puede llevarte a la nostalgia de tiempos pretéritos o simplemente a verla como una reliquia jurásica de un pasado que te queda demasiado lejos como para recordar porque no lo viviste (que lo mismo me pasaría a mí con un gramófono, por ejemplo).

Sea como sea, hagámonos a la idea de que el olvido y la nostalgia son los más probables destinos de cada invento y que, de aquí unos lustros (seguramente pocos), el teléfono inteligente también será parte de la Historia. Y así con todos los artilugios, porque al al ritmo que va la tecnología, algo «innovador» pasa a ser «obsoleto» al cabo de un suspiro… o nos lo hacen creer así.

De ahí que las alternativas que apuestan por lo lento y se centran en el proceso más que buscando la máxima eficiencia de loquesea, me parecen apuestas revolucionarias que no debemos descartar y que deberíamos tener en cuenta.

Y no me refiero a cambiar drásticamente de vida, pero sí a reajustar nuestros días y quizá plantear algunos cambios para que nuestras decisiones sean más conscientes, más «pensadas» y no tomadas siguiendo la voluntad de la tecnología, algo que ya he tratado en este blog, sea en destellos o artículos.

La gente se da cuenta de que no todo tiene que ser completamente eficiente, no todo tiene que ser orientado a objetivos, pero puede disfrutar el proceso en sí mismo.

Te invito a parar (una vez más) y reflexionar sobre la eficiencia y un disfrute en el proceso que puede ser menguado justamente por la inmediatez de todo, sobre el desapego y gusto por lo nuevo, y también sobre la creatividad, sobre los distintos usos que le puedes dar a un objeto que ya no sirve para su fin. La tecnología ¿nos hace ser cada vez menos humanos, buscando eficiencia y perfección en vez de aceptar los errores y crear desde la belleza y la espontaneidad?

Y eso me recuerda al nuevo candelabro que tenemos en casa, hecho con una cafetera de émbolo BODUM de principios de milenio (sí, duró lo suyo) y que se rompió hace algunas semanas. Lo bien que lo pasamos pensando cómo podíamos reutilizarla no está escrito y lo feliz de conservarla (vale, llámame nostálgica), tampoco. Lo que sí que te digo es que este fin de semana, cuando vayamos al pueblo, buscaremos la vieja Olivetti para ver si es recuperable o la convertimos en parte del museo particular en nuestra casa. Y es como nos dijo una vecina: todo lo que tenéis dice algo, no sé donde mirar. Y vaya si estaba en lo cierto. Pero eso otro día, que se me acaba de ocurrir una idea.

Extra: batallón de preguntas, dos ideas y una reflexión

#1. El batallón de preguntas:

¿Cuál es tu relación con la tecnología? ¿Te ayuda o te somete? ¿Qué valoras más en tu vida, la velocidad o el proceso? ¿Vives en coherencia con ese criterio? ¿Cómo te relacionas con el mundo virtual y con el mundo más físico, el de la interacción real y genuina con los que te rodean? ¿Cuál de los dos mundos consideras más vital para tu existencia?

#2. Las dos ideas:

1/ De la misma manera que Tom Hanks escogería su Smith Corona Silent como su máquina de escribir favorita, ¿tienes tú algún objeto viejo en casa (o en el desván, a no ser que estés en una etapa minimalista) que sea objetivamente inútil pero que te inspira de algún modo u otro?

y 2/ ¿Se te ocurre un haiku, una poesía corta o una frasecilla que te gustaría inmortalizar en tinta? Yo he escogido una mía y una de Ramón (es que la suya me gusta más) en una etapa que nos dio por escribir una poesía al día, sin mayores pretensiones que dar rienda suelta a la imaginación. Y, bueno, aquí están, con un «toque typewriter».

En la percha del tiempo colgaste una chaqueta con los bolsillos repletos de vivencias.
―Ra

Aire que respirar
Agua que beber
Vida que vivir.
―Na

#3. La reflexión:

Puede que escribir a máquina, de la misma manera que envías una carta escrita a mano, intensifique el significado de las palabras, del mensaje que quieres transmitir, que yo creo que lo hace. Quizá, ante la sorpresa y la falta de costumbre, arrancarás una sonrisa al receptor y valorará tu esfuerzo. (Y me acabo de acordar de la postal cumpleañera que me envió mi amiga Marta).

Y ahora sí, para terminar del todo, un «juego», a lo Cifras y Letras: ¿qué palabra puedes formar con la fila de letras que está más arriba del teclado… (en inglés, pero fácil solo habiendo leído este post).

Clics, dings y hasta la próxima.

Un rescate universal

La historia de «Los 33» es de aquellas que cumplen (con creces) aquello de que, a veces, la realidad supera la ficción y de que la fe mueve montañas.

Esta semana se cumplen 4 años de un rescate que roza la épica y que fue seguido en directo por los medios de comunicación de todo el mundo.

Hasta el momento, hay dos películas sobre el hecho (de las dos, a mí me gustó más Los 33) y también un sinfín de reportajes y artículos al respecto.

Hoy recordamos esta historia de esperanza, fe, liderazgo y mucha perseverancia.

7 Pinceladas

  • La historia se sitúa en las minas chilenas de San José, a 700 metros bajo tierra y a una temperatura alrededor de los 37º.
  • La mina había dado «avisos» de alarma y peligrosidad (la montaña se estaba derrumbando) pero, desde Dirección, se decidió proseguir con normalidad.
  • El 5 de agosto de 2013, 33 mineros quedan atrapados y se resguardaron en el refugio: tenían una contingencia mínima que les aseguraba únicamente 3 días de provisiones.
  • Uno de los mineros (Mario), tomó el liderazgo del grupo y la comida se racionó al máximo para poder sobrevivir más tiempo.
  • Mientras tanto, gracias al empeño de las familias y al tesón del Ministro chileno de Minería, y aun conscientes de las mínimas posibilidades de encontrarlos con vida, se puso en marcha un plan para rescatarlos.
  • El 22 de agosto, 17 días más tarde del derrumbe, y en el momento más crítico para los mineros, que ya se habían quedado sin comida, la perforadora utilizada en la operación llegó al punto donde se encontraban todos ellos, que mandaron un mensaje escrito en papel hacia arriba informando de que todos estaban a salvo.
  • Tras una logística que roza la épica, el 13 de Octubre, 69 días después del derrumbe, TODOS los mineros fueron rescatados con vida.

[Apunte extra]: A día de hoy, ninguno de ellos ha recibido compensación económica y los propietarios de la mina nunca fueron juzgados. Es más, muchos de ellos sufren problemas de salud y no tienen trabajo.

Lecciones de los 33 y su rescate

#1. Los momentos exasperantes necesitan calma, comunicación y liderazgo.

¿Te imaginas el sustazo de estar encerrado en un mina sin poder comunicarte con el exterior y sin saber si volverás a ver la luz del sol y abrazar a los tuyos? Es más, ¿te imaginas ese sustazo compartido por 33 personas a la vez? Uf, uf, uf.

Sinceramente, yo creo que la situación hubiera caído en el más profundo caos de no haber sido por un liderazgo nato y respetado por todos (fuera y dentro de la mina). Y es que tiene mucho mérito que en un momento así, alguien decida tomar la responsabilidad, ya no solo de su vida, sino la de todos los demás, en plan superhéroe. Eso sí, como un regalo del destino, el líder había hecho un curso de cómo manejar un equipo en momentos de alarma.

Por su parte, el Ministro de Minería de Chile también asumió una gran responsabilidad, tomando decisiones arriesgadas y con un liderazgo que supo mantener a lo largo de la operación.

Podríamos resumir que el rescate pudo ser un éxito gracias a ambas partes; las mismas que supieron cohesionar a mineros y población y transmitir en cada momento qué pasaba y qué se necesitaba. Eso sí, sin olvidar que tan importantes fueron los líderes en sí como aquellos que los siguieron; los mismos que mantuvieron la razón por encima del impulso y las emociones, que no debió de ser nada (pero que nada) fácil.

Y eso me lleva al siguiente punto, el del equipo.

#2. Cuando hay un objetivo común, mejor sumar fuerzas.

Fuera por desesperación, unidos por la esperanza de un final feliz o quizá para no acabar en la locura más cruel, todos y cada uno de los mineros necesitaron dar carpetazo a la discordia y el egoísmo, dejar de lado sus diferencias y adaptarse a la realidad del momento; tenían un objetivo común, la supervivencia, y ésta requería valores como la empatía, la convivencia, la cohesión y el compañerismo., todo un reto, teniendo en cuenta que tenían que compartir un refugio minúsculo, oscuro y con unas provisiones racionadas (aunque luego les abastecieron con alimentos y se les suministró luz).

Como en el punto anterior, también en el exterior se necesitó una actitud similar y todos aquellos que participaron en el rescate (familiares, amigos, la gente del ministerio, expertos internacionales, operadores, técnicos y voluntarios) también tuvieron que cohesionarse y formar un equipo sólido, que lo hicieron, convirtiéndose cada uno en una pieza clave del engranaje.

#3. La fuerza del compromiso, la paciencia y la perseverancia.

Cuando el Ministro de Minería decidió que va iba a hacer todo lo posible para intentar rescatar a los mineros, lo hizo desde el compromiso total, llevando a cabo una operación titánica en la que participaron instituciones y expertos internacionales.

Por su parte, las familias de los mineros dejaron sus vidas para centrarse en el rescate, creando una comunidad fuerte y cohesionada, aun sabiendo que, quizá, el final no sería feliz.

El compromiso iba más allá de hacer todo lo posible para que resultase un rescate exitoso, también consistió en cuidar cada paso que se daba, desde la paciencia y la perseverancia, para no asumir riesgos que pudieran llevar al desastre. Más bien al contrario, poco a poco y ajustando el plan y sus alternativas. (Un ejemplo claro fue que el rescate del primer minero duró una hora, pero el último necesitó solo de unos minutos).

lecciones-de-los-33-mineros-rescate-chile-mina-articulo

#4. Los momentos de humildad, modestia y triunfo compartido son sublimes y tienen valor universal.

Puede que, dentro y fuera de la mina, hubiera momentos de orgullo, que puede ser (somos humanos y esa posibilidad va con nosotros) pero, en general, lo que percibí yo viendo la película y algún documental era la sensación de un triunfo compartido en la que todos fueron imprescindibles y en la que se percibía la máxima gratitud por ese final en el que el esfuerzo tuvo recompensa.

Supongo que la tragedia ya era suficientemente tragedia como para ir de héroes.

Hay dos momentos que me parecen claros ejemplos de sensatez y humildad: 1/ cuando el Jefe de Operaciones cede el liderazgo al compañero que mejor va a llevar el grupo (por conocimientos, por carácter) pero decide ser el último en salir de la mina, solo cuando sabe que todos los demás están a salvo, y 2/ cuando el ministro no intenta robar protagonismo a los mineros y su reencuentro con sus familiares.

Apuntes finales

Yo no sé si crees en los milagros, pero, más allá de aquellas cosas incomprensibles llenas de magia, que bienvenidas son, está claro que, se necesitó más que un grano de mostaza para que la historia acabara bien: el compromiso, el tesón, la fe, la confianza absoluta en el otro y la unidad fueron las piezas claves.

Lo que sería interesante es recordar la actitud y los valores de todos los protagonistas de esta historia y ponerlos en práctica sin tener que quedar atrapados bajo tierra o vivir una pesadilla como la que vivieron esos 33 mineros y sus familias, cuyo sufrimiento fue compartido por todo el mundo.

Y una última reflexión: ¿y si realmente la fe mueve montañas? ¿Y si el universo echa una mano cuando la esperanza es tan grande que rompe cualquier barrera? ¿ No nos ayudaría pensar en esa ayuda extra?

La historia de «Los 33», de los casos más claros del conocido «Todos somos uno».

10 películas de última cosecha para reflexionar (II)

Bueno, de «última cosecha» no son (ni por el año de producción, ni porque las haya visto en el último año, que ya han pasado casi dos desde mi primera selección), pero aquí estoy yo, compartiéndolas contigo, por si te apetece verlas en algún momento, o al menos valorarlas.

Te adelanto que he incluido un «extra» con 3 documentales y 2 series porque ambas tienen su qué y porque las considero 100% recomendables, aunque no sean tan archifamosas como Juego de Tronos, por ejemplo.

A ver si alguna de las 15 propuestas te resuena de forma especial.

Las 10 películas

(Su orden de presentación es por sorteo, con papelitos escogidos al azar)

#1. Rams, el valle de los carneros

El cine islandés tiene algo especial que nunca me defrauda. (Sé que queda algo cultureta, pero lo considero la mar de sugerente y, sin lugar a dudas, uno de los que mejor exploran el alma humana, con sus luces y sus sombras. Vamos, que su cine va más allá de sus jerséis, que, sí, son chulísimos y muy «islandeses»).

Los protagonistas son dos hermanos que llevan más de 40 años enfadados y sin hablarse, algo que tiene su mérito porque, oh sorpresa, son vecinos.  Como mucho, se envían notas. Los dos son granjeros de carneros, como el resto de su comunidad, y la historia retrata un momento en el que su modo de vivir se ve amenazado por un virus que afecta al ganado y se ven en la necesidad de colaborar entre ellos para conservar su legado.

Tiene un final algo «bestia» (y del todo inesperado) que te deja pensando un buen rato.

#2. Urok, la lección

La película presenta a una maestra disgustada con un alumno por robar en clase, pero luego es ella la que se encuentra en una situación que la lleva a plantearse una solución similar.

Es un ejemplo claro de la fragilidad de la moral y hasta qué punto un apuro puede fracturarla.

Te mantiene en vilo y expone un gran dilema, si bien es algo lenta.

#3. Greater

Está basada en la vida del jugador de fútbol americano Brandon Burlsworth.

Tiene un punto (muy) triste y es de las típicas historias que te recuerdan que la vida no tiene por qué ser justa, mal que nos pese que no sea así.

Cuando era un crío, Brandon decidió que un día jugaría para su equipo del alma y, pese a tenerlo todo en contra (o casi), al final, con trabajo, perseverancia y (mucha) fe, llegó a vestir su camiseta. Lo dejo aquí, pero en Arkansas es toda una leyenda.

La recomiendo como un recordatorio de que las fatalidades existen (más allá de nuestro entendimiento) pero, sobre todo, porque exalta la importancia de la fe en algo mayor que nosotros como única consolación posible ante una pérdida que sentimos que llega demasiado pronto.

#4. Steve Jobs

Acepto que el aporte de Jobs sea indiscutible en el funcionamiento del mundo actual (con sus pros y sus contras), pero me gusta esa aproximación a su lado más ensombrecido, que lo tiene, y que no sé por qué debería maquillarse, que se hace.

Además, sale Kate (Winslet) y, en la medida que pueda, (a no ser que la película sea un bodrio total), siempre incluiré una de sus intervenciones en estos recopilatorios. (No por nada, pero es que es mi favoritísima).

Porque humaniza el mito, esa es la razón por la que este título está en la lista.

#5. Sully

Está basada en un hecho real: el aterrizaje de emergencia de un avión en el río Hudson, en plena ciudad de Nueva York. Acabó milagrosamente bien pero, incluso con un final feliz, se puso en duda la decisión del capitán y fue una pesadilla para él y su familia.

Me parece admirable como aguantó Sully la tensión a la que se le sometió. AD-MI-RA-BLE.

Nos recuerda que incluso actuamos correctamente, de forma objetiva, sin perder los nervios, y en este caso, además, salvando muchas vidas y arriesgando la tuya propia, no estamos a salvo de las críticas feroces y de los intereses de algunos.

Tremendo y patético, pero un motivo más para seguir mejorando el mundo.

#6. Fúsi, corazón gigante

Segunda película islandesa de la lista, pero es que también se lo vale.

El protagonista es Fúsi, un hombre algo excéntrico entrado en sus 40, con mucho sobrepeso, que no se cuida nada, que está sumido en sus propias rutinas, que se compra un tanque (de juguete) teledirigido, que nunca ha tenido novia, que vive en casa de su madre y cuyo entretenimiento favorito es recrear la batalla de El Alamein con un amigo. (A ver quién da más).

Eso sí, es una buenísima persona, aunque eso no neutralice el rechazo, los rumores y la burla de la sociedad, que ya sabes cómo funciona el mundo.

Por su cumpleaños, su madre y el novio de ésta le regalan clases de baile en línea country.

Y si te estás preguntando si conocerá ahí a la mujer que le cambie la vida, la respuesta es «sí».

De todos modos, olvida cualquier historia romántica al uso, porque no lo es para nada. Lo que es importante es que Fúsi y Sjöfn se encuentran en un momento de sus vidas para que ambos puedan seguir evolucionando como personas, que debería ser suficiente.

La película es fascinante, poética y agridulce, pero lo dejo aquí, que prefiero que la veas.

#7. Eddie El Águila

Como tienes una entrada en el blog dedicada a ella no me voy a repetir, pero, así en breve, con la historia de Eddie puedes aprender que lo más inverosímil también tiene espacio en la realidad.

#8. Perfectos desconocidos

Un drama disfrazado de comedia con el que acabas analizando los intríngulis de las relaciones humanas, sean del tipo que sean.

En un encuentro de amigos, uno de los protagonistas propone al resto del grupo un juego relacionado con los mensajes al móvil que reciban durante la cena.  La propuesta desencadena malentendidos, chascos, alianzas, retos y desencuentros, y ninguno de ellos tiene desperdicio.

Acabas preguntándote hasta qué punto las relaciones sociales son sinceras y si, de hecho, deberían serlo en su totalidad.

#9. Los exámenes (Bacalaureaut)

Una sorpresa total con una premisa nada especial (a una chica la asaltan en la calle antes de unos exámenes importantes) que te va atrapando cada vez más y a medida que pasan los minutos.

Entraría en la misma categoría que La lección (#2), ya que en ambas te preguntas por los límites de la moral y si debería haber excepciones.

No encontramos, pues, ante otro dilema filosófico sobre la ética, los valores, lo correcto y las particularidades que encaja perfectamente con aquello de que, en ocasiones, «casos ordinarios necesitan medidas extraordinarias».

Y, bueno, llámalo empatía, pero acabé entendiendo perfectamente al padre de la chica, que es realmente el protagonista.

#10. Niños del paraíso

Es la propuesta más viejuna de la lista. De hecho, se estrenó en 1997, por lo que tiene 20 años.

La película nos trae la historia de Ali, que pierde accidentalmente las zapatillas de su hermana Zahra. Los dos niños deciden guardar el secreto frente a sus padres (para que no se enfaden), mientras el niño se compromete a encontrarlas (o, llegado el caso, a sustituirlas).

Es una trama simple (que no simplona) que toca temas como la confianza, el miedo, la vergüenza, la inocencia, la perseverancia, el valor, la esperanza, el honor, el compromiso y los lazos familiares, ahí es nada.

Como «reflexión» extra, también te das cuenta de la cantidad de calzados que tienes en casa que ni te pones… ni necesitas.

Los 3 documentales

#1. El hombre que salvó al mundo

Quizá no lo sabes, pero el 26 de septiembre de 1983 pudo significar un antes y un después para nuestra civilización, que ya sería parte de la Historia. Ese día, los radares del Centro Nuclear Soviético detectaron 5 misiles nucleares camino a Moscú (enviados desde Estados Unidos). El procedimiento acordado era el contraataque, que justamente hubiera dado lugar a una guerra nuclear (y al fin de la Humanidad), pero Stanislav Petrov, el teniente coronel al mando en ese momento, guiándose por un destello de su intuición, no dio la orden y evitó la catástrofe.  Al final, resultó ser una falsa alarma.

El documental narra el incidente, la decisión y las consecuencias (desastrosas) para Petrov. Lo hace recreando la historia y charlando con él.

Más allá de su valentía y de su acto heroico, la grandeza y la humanidad de Stanislav impresionan lo que no está escrito.

#2. Conoce a Los Patels (Meet The Patels)

Realizado con mucha gracia, el documental te acerca a las familias indias que emigraron a Estados Unidos y todo el entramado para que se casen unos con otros y así todo quede en casa. Me parece interesante en cuanto al choque cultural, a las tradiciones arraigadas (muchas de las cuales quizá deberían replantearse) y a lo fácil que es entender al otro si hay predisposición y acercamiento por ambas partes.

#3. Vida, animada (Life, animated)

El protagonista, Owen, es un chico autista y se muestra su relación con su familia a lo largo de los años (cubre dos décadas).

Lo fascinante es que todos ellos comparten un código de comunicación basado en las películas de Disney, el marco de referencia de Owen, para entender (al menos un poco) el mundo que le rodea: el mundo Disney ayuda al chico, ya no solo a expresar sus sentimientos, sino a superar los retos que se va encontrando en la vida.

En el documental hay pinceladas de humor y momentos cómicos, pero también situaciones emotivas y grandes confesiones que nos acercan a la diversidad, al autismo y al poder de la flexibilidad.

Las 2 series

#1. Avatar, la leyenda de Aang (Avatar, The Last Airbender)

Desde The Wire no había visto nada igual, de verdad. Y eso que no tienen nada que ver. Y voy a ser muy (pero que muy) pesada, a lo disco rayado: «Mírala, mírala, mírala (por favor)».

Es de anime y tiene 120 episodios (de unos 20 minutos cada uno, repartidos en 3 temporadas), pero al minuto 1 del primer capítulo ya has has olvidado que son dibujos y has caído totalmente (en el buen sentido) en las redes de Aang y sus amigos. A medida que avanza la serie vas creciendo con sus personajes y su evolución personal, danzando con sus reflexiones, sus dilemas y sus sentimientos. De hecho, cuando llegas al final de la tercera temporada, sientes un poco de pena y algo de vacío porque tienes que asumir que ya nos los «verás» más, aunque, por otra parte, todos ellos vayan a formar parte de ti, que lo harán.

No voy a contarte nada de la historia, porque mis palabras nunca le harían justicia ni albergarían lo que es, una obra maestra.

Total que, del 1 al 10, es un 10+.

Como recomendación, como no importa la edad que tengas para verla, valora juntar varias generaciones de tu familia y así la podéis disfrutar todos juntos.

Nota extra: se hizo una secuela, Korra, pero en casa solo llegamos al segundo capítulo.  Como hecho anecdótico, ya que estamos (y en plan confesión),  nuestro coche está  «bautizado» como Appa, que así se llama el bisonte volador de Aang.

#2. Silicon Valley

Me habló de ella mi supervecino, también lector del blog (¡Gracias por seguirlo, Víctor!), un día que bajó a tomarse un capuccino en casa, que a veces lo hace, y nos echamos unas cuantas risas. La serie salió en la conversación hablando sobre internet, los blogs y las startups; los trucos que se estilan en el mundillo online para afianzarse en el liderazgo tecnológico, la cantidad de dinero que se mueve en todo y para todo, las redes sociales, la innovación, las trabas, las zancadillas, las ambiciones de unos y otros… Y así.

Silicon Valley trata un poco de todo ello y, entre gracia y gracia, incita a la reflexión. En casa nos gustó mucho y, en espera de la 4ª temporada (está al caer), ya hemos visto las 3 anteriores.

Aunque sea ficción y una caricatura de la realidad, no deja de ser menos relevante y te ayuda a imaginar (desde la exageración) qué se mueve por estos mundos tecnológicos y obsesionados con la innovación, y que son todo un micromundo.

Es un poco gamberra, pero, desde mi punto de vista, también de lo más avispada, cuerda e ingeniosa.

Apuntes finales

Ya ves, en esta selección hay de todo: desde el dilema moral a la simplicidad; desde la soledad a la vida social; desde la injusticia a la recompensa; desde la decisión racional a la intuición.

Y así, como la vida misma.

De todos modos, si alguna película de «última cosecha» me ha hecho reflexionar más de una hora (y de dos, y de tres), es La llegada. No la he incluido en la lista porque tiene un post enterito y la mar de largo a en este mismo blog, pero te la recomiendo sí o sí.

[Aporte final de última hora]: Yo, Daniel Blake. Cine social (y, por supuesto, muy crítico) de Ken Loach. La película te deja con un enfado importante y una impotencia al mismo nivel. Va sobre las burocracias y la deshumanización de las instituciones, la desesperación de un hombre noble y las penurias de una mujer desafortunada. Aunque no sea una historia real, podría serlo perfectamente. Es un zasca que deberían ver las plantillas enteras de todas las instituciones, sobre todo sus directivos, para que se pusieran «mismamente ya» a humanizar los procesos burocráticos y a tratar mejor a la gente que se acercan a ellas con una necesidad, una duda o lo que sea, porque vaya tela telita tela con lo que nos encontramos ahora. Te la recomiendo, que no te va a dejar indiferente.

El fundador del imperio McDonalds y la innovación de dos hermanos

Me llegan a decir hace unos años que escribiría algo sobre McDonald’s (yo, que nunca probé una Big Mac) y me hubiera partido el diafragma, por la carcajada tan enorme que hubiera soltado.

Pero aquí estoy, porque he visto El fundador, la película de su historia, y sí, me ha parecido interesante y digna a dedicarle unas líneas, aunque algunos episodios y comportamientos den mucha rabia, que también.

Eso sí, como aclaración previa, que no haya probado sus hamburguesas no quita que…:

1) haya comido algún que otro aro de cebolla. (Pocos, pero alguno).

2) me haya tomado algún que otro café con leche en esa nueva etapa de reinvención que empezó hace unos años. (Bastantes más que aros, pero el café es arábica y eso, yo, lo tengo en cuenta).

3) empezara a respetar «algo» su negocio (más allá de su imperialismo, que es un poco feo) porque conocí a gente que había trabajado muchos años en la compañía, y, oh sorpresa, me rompieron muchos estereotipos que, reconozco tenía y que parece ser que no eran del todo merecidos (sin quitar su halo imperialista, repito). Y no, ellos no tenían por qué defender (para nada) su etapa ahí, que, además, ya hacía tiempo que había terminado y habían seguido sus propios caminos. Total que, viendo ahora la película, algo de los inicios del restaurante debieron quedar, y eso me parece loable, que una cosa no quita la otra.

¿Te ubico y empezamos?

7 pinceladas

  • Ray Kroc es un comercial de 52 años al que la vida le va bien, pero que siempre aspira a más.
  • En 1954, Ray se encuentra vendiendo batidoras múltiples a los restaurantes de carretera y no le está resultando fácil.
  • Su secretaria le informa que han recibido un pedido para 6 batidoras, que se convertirán en 8.
  • Ante su sorpresa (no sin antes pensar que ha habido un error) decide conocer personalmente a los propietarios del negocio, los hermanos McDonald. (Por cierto, bastante majos —al menos, en la película—, aunque con sus errores, claro).
  • Va al restaurante y queda absorto con el proceso mecanizado que tienen montado.
  • Ve una oportunidad de negocio y les propone montar franquicias de su negocio.
  • El «monstruo» McDonalds empieza a sus primeros pasos…

Lo que podemos aprender de la historia de McDonald’s

↝ De los hermanos: excelencia, creatividad y optimización.

Vaya dos, sobre todo en cuanto a la excelencia y a su búsqueda de la hamburguesa perfecta y de las patatas fritas en su punto, algo que parece ser que conseguían. (Bravo por ellos por exaltar lo suyo).

De hecho, confieso que miraba la película y no dejaba de pensar en Jiro Ono y en su dedicación plena al sushi. (Sí, acabo de comparar un manjar de 3 estrellas Michelín con una big mac, pero veo el símil, de verdad).

Si un hombre es llamado a ser barrendero, debería barrer las calles incluso como Miguel Ángel pintaba, o como Beethoven componía música o como Shakespeare escribía poesía. Debería barrer las calles tan bien que todos los ejércitos del cielo y la tierra puedan detenerse y decir: aquí vivió un gran barrendero que hizo bien su trabajo. ― Martin Luther King

Los hermanos McDonald tuvieron grandes aciertos: centrar su oferta en lo que tenía más salida, optimizar el proceso (grandiosa la escena en la cancha de tenis ensayado con su equipo ― como si fuera teatro, «a lo Dogville» pero sin artilugios, simulando, solo para saber qué distribución de cocina y proceso sería mejor―), y conseguir una hamburguesa perfecta en el menor tiempo posible para adaptar luego todo el proceso y su negocio.

A eso se le llama innovación.

Y no solo cuidaban el trato al bocadillo de hamburguesa en sí, sino a sus clientes (chapeau), a los espacios (siempre impolutos), a sus trabajadores (pagándoles bien)…

A mí, estos hermanos me cayeron bien desde el primer momento y, de algún modo, me fastidia saber que Kroc no cumplió del todo su palabra con ellos cuando les compra el negocio y que, encima, luego, les pusiera una sucursal en frente. (¿Hacía falta?).

Sea como sea, al principio Kroc nunca fue a malas y creo que también la tozudez de los hermanos (sobre todo de uno de ellos), fue lo que provocó esos aires de «venganza» de alguien que, de hecho, lo arriesgó todo y más, para que el sueño inicial de ellos (aunque luego se lo apropiase en su totalidad), que era expandirse, se convirtiera en una realidad.

Algo más de historia: como información extra, empezaron en 1937 con un puesto de perritos calientes en California. En 1940 lo trasladaron a San Bernardino, lo llamaron McDonald’s y crearon un nuevo menú. En 1948 se centraron en lo que vendían más: hamburguesa, patatas fritas y refrescos. En 1953 se empezaron a plantear lo de la franquicia, pero no tuvieron mucha suerte en su intento. En 1954 es cuando llegó Kroc.

7 años más tarde, recibieron un total de 2,7 millones de dólares por la empresa, un importe que no está nada (pero que nada) mal para esa época, sobre todo teniendo en cuenta que una hamburguesa valía 15 centavos de dólar, así que, objetivamente, nunca en su vida hubieran ganado esa cantidad de dinero, ni aun clonándose cien mil veces.

Pero, claro, el dinero no lo es todo y entiendo esa parte de tristeza y de decepción, porque hay maneras y maneras de hacer las cosas, y a ninguno nos gusta que nos traten mal ni que nos traicionen.

A pesar de los pesares, no hay que olvidar que pasaron a la historia como los creadores de la comida rápida, que McDonald’s es una de las marcas más reconocidas del mundo y que alimenta, cada día, al 1% de la población mundial, que es mucho.

Además, aunque habrá habido épocas de todo, todo apunta a que los estándares de calidad siempre fueron (y han sido) altísimos, una de las exigencias de los hermanos.

↝ De Ray Kroc, su fundador: visión, actitud, riesgo y tenacidad.

Nos guste o no como persona, Ray es un buen ejemplo de perseverancia, osadía y de la importancia de soñar en grande, ingredientes que ya sabemos que funcionan en la vida, sobre todo en el mundo empresarial.

Al fin y al cabo, fue su espíritu emprendedor, no una necesidad imperante, lo que le llevó a meterse en semejante lío (que lo era) y arriesgar tanto, cuando ya había cumplido los 52 años.

Menuda visión y qué gran corazonada, ¿no?

Y esa decisión 1) apoya aquello de que uno nunca es demasiado viejo para perseguir sus sueños, 2) echa un cable a eso de «quien no arriesga, no gana» y 3) se convierte en un nuevo ejemplo a la perseverancia de Edison y sus 999 intentos de bombilla.

Algo que también ayuda a Ray es una marcada actitud positiva que, además, refuerza escuchando mensajes motivacionales de aquellos que ya han triunfado antes.

Persevere. Nada en el mundo puede reemplazar a la perseverancia. El talento no lo hará; nada es más común que los fracasados con talento. El genio no lo hará tampoco; el genio sin recompensa ya es proverbial. Perseverancia y determinación son las únicas virtudes omnipotentes. ―Calvin Coolidge

De todos modos, «fácil», lo que se dice «fácil» hay que reconocer que tampoco «se lo pusieron» y que tuvo que superar grandes obstáculos, incluso de los hermanos, que menospreciaban (¿quizás demasiado?) su visión. No solo eso: también tuvo que lidiar con el escepticismo de su mujer, con unos números rojos que le llevaron a hipotecar su vivienda, con malas decisiones de unos y otros… Pero él estaba siempre ahí, atendiendo cada detalle, e igual estaba en el banco, como vendiendo franquicias, como barriendo el suelo.

En «compensación», sin tener claro si lo pidió al universo, estaba escrito en los cielos, era su destino, o fue «tan solo» un accidente astral, Kroc se cruzó con la buena suerte y con las personas adecuadas, que eso siempre ayuda, pero también, por si fuera poco, con un gran nombre. Algo que él mismo reconocía, porque «McDonald’s» sonaba potente, grandioso y sugerente.

Cruces, banderas, arcos. —Roy Kroc

Cruces por las iglesias; banderas, por los ayuntamientos; arcos, por los arcos originales que habían diseñado los hermanos para sus locales, y que luego se convertirían en la M de McDonalds.

Así visualizaba Ray Kroc que iba a ser cada pueblo de América.

El resto ya lo sabemos.

Apuntes finales

Maquillada la historia o no (es Hollywood, a saber), a mí me ha gustado conocer los inicios de ese grande de la comida rápida que se ha ido reinventando con el tiempo, que en el siglo XXI cambió su rojo característico por el verde y cuyo logo es uno de los más reconocidos del mundo, sino el que más.

Personalmente…

1) me quedo con la búsqueda de la excelencia de los hermanos y la tenacidad y actitud de Kroc. No hay uno sin los otros, ni los otros sin el uno: los McDonald aportaron la creatividad y el concepto; Ray, el empuje, la visión y la necesaria reformulación de la idea original para poder hacer Historia, que sí, la hicieron entre los 3.

2) creo que los hermanos fueron demasiado tozudos con eso de querer controlarlo todo al detalle y no querer renegociar el porcentaje de Kroc cuando éste se lo pidió, que tampoco era tanto. Esa inflexibilidad fue contraproduciente en todos los sentidos, para ellos y para la salud de la empresa. (Apuesto a que hubieran podido ser un poco más felices —o felices del todo— cediendo un poco más, pero esa es mi opinión).

3) la falta de compromiso de Kroc, que no cumple su palabra de adjudicarles el 1% de los beneficios anuales, aunque fuera un acuerdo verbal. (Me da mucha rabia que no lo hiciera, en serio, y más allá de que estuviera resentido con ellos). Si uno promete algo, lo cumple y listo. (Todo tiene sus matices, y la verdad mil caras, pero creo que «el fundador» hubiera podido tragarse un poco su ego y quedar como un señor frente a los hermanos, incluso tener una relación cordial con ellos para el resto de sus días, pero no lo hizo).

Acabo ya con una reflexión final: en este momento, el imperio McDonald’s tiene el mismo número de fanáticos que detractores, pero hay algo que no se le puede negar: su menú, para bien o para mal (es cuestión de prismas), revolucionó el mundo desde San Bernardino, por la creatividad de dos hermanos y el tesón de un visionario.

Y hay que aceptarlo.

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