Vas a sonreír.
Por la historia en sí y también por la abuela protagonista, toda molesta por tener que compartir sus galletas.
A ver, es que es normal.
Primero, porque adivino que a la abuela le encantan esas galletas (y solo vienen cuatro en el paquete).
Y segundo porque, para conseguirlas, se ha tenido que «pelear» con la máquina expendedora, que estaba en plan tonta.
Ya sabes, cuando [la máquina] se atasca y parece que no va a soltar nunca nuestro objeto de deseo.
Y hasta aquí puedo leer, mejor dale al play.
A ver, estas cosas pueden pasar.
La metedura de pata y también el momento de «tierra, trágame» cuando uno se da cuenta de lo errado que ha estado en tal o cual situación.
Lo que viene después ya es una simple elección: enmendar o no el desliz, que a veces será más fácil y otras no tanto.
¿Y qué opino yo?
Pues que, lógicamente, hay que buscar (y encontrar) la oportunidad para cambiar ese final de historia, la que sea que había terminado con el tropezón.
Es lo correcto, lo justo y lo que puede dar un giro hacia la sonrisa, el abrazo, o incluso la carcajada.
Y eso es mucho a ganar, ¿no crees?
Total, que he decidido que el destello de hoy es solo es la primera parte de una trilogía.
En la segunda, justo el día después del malentendido, la abuelita, se acerca a la estación, paquete de galletas en mano, en busca del muchacho.
Pero, claro, no lo encuentra (sin sorpresas, al fin y al cabo es una trilogía).
En la tercera parte, a la abuela se le ocurre poner carteles por toda la estación, pero tampoco funciona.
Así que, toda moderna ella, una semana después, ya como reto personal, hace un llamamiento en las redes con aquello de «Twitter, confío en tu magia» o similar.
Lo que no tengo claro es si dejar un final abierto o terminar la historia con el encuentro de la abuela y el chico.
El final abierto sería toda una oda a hacer lo correcto más allá del resultado.
Pero el cerrado daría a la abuela una oportunidad doble frente al chico: disculparse por lo ruda que y agradecerle su paciencia en ese momento de cruce de cables que tuvo con él.
Ciertamente la historia del corto es anecdótica, y ojalá todos los malentendidos fueran por un simple paquete de galletas, pero creo que es extrapolable a situaciones de mayor importancia y que, la próxima vez que nos encontremos en una situación de malentendido, quizá deberíamos pensar en la abuela y el chico del corto.
Objetivo 1. Identificar tu momento preferido del corto. Yo tengo dos: cuando el chico deja la caja de galletas accesible a la abuela, aun sabiendo que puede que ella «ataque de nuevo», y también cuando la abuela, al darse cuenta de su metedura de pata, sonríe pensando lo majete que ha sido el chico al no haberle dado importancia a la situación y haber compartido sus galletas con ella… sin más.
Objetivo 2: Pensar si, en alguna ocasión, te has encontrado en una situación parecida, sea siendo la abuela o el chico joven, y recordar ambos cuando te encuentres un próximo malentendido.
Créditos: Eduardo Verastegui, Metanoia films.
Categoría: Historias que en menos de cinco minutos te regalan reflexiones y sonrisas por igual.