Nuestra chimenea cumple una semana en casa.
Y hoy, mientras me peleaba con ella para que prendiera el fuego, he pensado que la haría protagonista del post, para celebrar sus primeros siete días, como un primer homenaje, y porque es un lujazo contar con ella.
De hecho, de haber sido poeta, le hubiera dedicado una oda; pero como no llego (ni por asomo) a ese nivel, me permito aceptar lo que salga; al fin y al cabo, jamás pensé que un día me pondría a divagar sobre una chimenea; pero, bueno, experimentemos.
Un primer acercamiento
El concepto ‘chimenea’ mola de por sí. De hecho, fíjate tú qué cosas, he descubierto que también se le llama ‘hogar’.
Y ‘hogar’ define un espacio en el que uno se siente bien, seguro, protegido, incluso feliz y afortunado; un espacio que (voy a asumir que estarás conmigo), es deseable (independientemente de si uno encuentra esa seguridad en la calma y la rutina o en las emociones fuertes y la aventura, ahí ya no entro).
Personalmente relaciono el ideal de chimenea (no sé si por la huella del cine, por Mujercitas o por un ideario universal, vete tú a saber) con el buen ambiente, las historias, los juegos de mesa, las reuniones en las que se intenta arreglar el mundo, los libros que atrapan y cualquier bebida caliente (chocolates, cafés, tés, infusiones, da igual); definitivamente, un pack que, ya de por sí, también me parece hogar.
Para mí, entonces, la chimenea refuerza mi bienestar, pero todo tiene su coste.
En busca de la hoguera perfecta
Desengañémonos, lo de hacer fuego tiene su qué, su propio truquito; y una, que nunca fue scout (vaya qué rabia, que seguro que me hubiera ido genial), ve muuuuy lejos aquello de conseguir «la hoguera perfecta», que bastante tiene con que acabe prendiendo el fuego y se mantenga.
Por decirte que, ni utilizando las pastillas especiales de encendido (que son de queroseno), no he logrado bajar de la media hora para un «éxito más» o menos aceptable; y ni por asomo pensaba yo que esto de la chimenea iba a ser un reto (ni quiero imaginarme cuánto tardaría sin las pastillitas estas).
A ver, que en las películas encienden una chimenea como si fuera lo más fácil del mundo, y siempre consiguen fogatas hermooooosas; y cuando alguien llega todo empapado a la casa, ésta le recibe con una bienvenida cálida y una taza de chocolate y tal. Pero no: para empezar, alguien tiene que estar en la casa y haber preparado la escena. Y el chocolate caliente, el espeso, no se hace en un plis, vaya que no.
¿Y lo de los leños? Pues los leños no llegan solos hasta su cesta y también tienen su intríngulis: ya no solo en el proceso hasta que llegan a la chimenea (tala, tronzado, carga, picado, almacenamiento en condiciones…), sino también en la previsión de suministro y en su selección (hay maderas que prenden mejor que otras y cosas así).
Total, que así me tienes, (alegremente) sumida en el lío desde hace ya dos semanas (por aquello de la previsión y que había que prepararle su estreno con una buena cestada).
Va de rituales
Dudo que algún día llegue a ser la mejor del mundo prendiendo chimeneas (tampoco es que sea una meta ni nada), pero lo interesante (para mí) es que estoy disfrutando del proceso, algo que me ha llevado a reflexionar y también a conocerme un poquito más.
Para empezar, esto de la chimenea (que puede parecerte la mayor de las tontadas), me ha cambiado las mañanas, que soy la encargada oficial de prenderla (y tardo lo mío) y mantener el fuego vivo (que, riéte, requiere constancia). Total que, ya de primeras, para cumplir con «mi deber», madrugo antes, bastante antes.
Pero más relevante (si cabe) es que prender la chimenea es lo primerísimo que hago ahora cada mañana, ANTES incluso del desayuno (y el desayuno es mi comida favorita del día y yo soy de los que les gusta desayunar cuando se levantan, que además soy muy ansias).
Aclarado este punto, te cuento que mi nuevo ritual tiene sus propios matices.
Y aquí los tienes, como si fueran los pasos de una receta»:
1/ Saca las cenizas del hogar y mételas en el cubo (porfa, que sea metálico); pasa el cepillo por toda la chimenea (limpiala bien, aunque sea para volverla a ensuciar en un periquete, que así será) y blanquea el cristal de la puerta (es que queda todo negro, por el hollín; y, déjate, un cristallimpito luce más y tu satisfacción de hacer las cosas bien no tendrá precio).
2/ Por otra parte, ten preparado un arsenal de astillas, ramitas y leños, preferiblemente secos, así como una pastilla de queroseno (o dos, por si a la primera falla) y también, por supuesto, una caja de cerillas (o un mechero).
3/ Devuelve al hogar algunas de las brasas retiradas (si todavía están algo candentes) y, encima, pon dos o tres ramitas, una pastillita (que deberás encender, claro) y algunas de las astillas.
(Consejo de Ramón: «No quieras apurar con los troncos más grandes»).
4/ Espera a que la hoguera esté más o menos controlada (ves ajustándola y recuerda que para algo tienes un fuelle, ¡úsalo!) y alehop (y aleluya), cuando esté estupenda (lo notarás) ya podrás ir a desayunar.
Eso sí, 1/ no olvides atizarla con frecuencia (ya con leños más grandes, no problem) para mantener el candor guapérrimo que has creado (y que tu trabajo te ha costado) y 2/ ten a mano una buena canastada [de leños de todas las medidas y astillas y cosillas que prendan fácil y demás], que la necesitarás.
Apuntes finales
Pienso que la chimenea es un poco como la vida misma y, en cierta medida, le agradezco que me vaya recordando la importancia del temple, de esa paciencia que requiere cualquier proceso (y que a veces, al menos yo, olvido ―o incluso desprecio―).
Lo bueno y sorprendente es que me he dado cuenta de que, ATENCIÓN, no me importa estar dedicándole tanto tiempo, que acepto los tempos que necesite, que solo miro lo que tardo como dato estadístico.
Y eso no es que ya sea un logro, sino que es todo un lograzo (es que normalmente, cuando algo no me sale ‘aceptable’ a la primera ―o a la segunda, a lo sumo a una tercera―, lo dejo).
Es verdad que tengo una motivación extra (sin fuego no hay chimenea; sin chimenea, el frío se queda ―y yo muero y encima mato a Ramón―) pero es que de verdad que lo estoy disfrutando.
[Como ves, no hace falta salir de la zona de confort o buscar cosas nuevas, que la vida ya se encarga de echarte de ella cuando llega el momento; y yo lo prefiero así, la verdad].
No está siendo fácil, pero en los momentos en los que mi dosis de paciencia tambalea, invoco el espíritu de los chavales del Margatània y esa actitud compartida de jugar para divertirse más allá del resultado, sin depender de un triunfo para seguir disfrutando del juego en sí.
Es más, también me ha hecho pensar que, cuando inicias algo nuevo (una relación, un proyecto, un trabajo, lo que sea, incluso el día) es mejor hacer un barrido previo de lo que quedó. No sé, como despedirte de una forma consciente de «todo aquello que fue» para preparar de una manera más pura «todo aquello que viene»; eso sí, con la perspicacia de mantener aprendizajes y recuerdos que uno crea que le pueden servir, igual que esas brasas recuperadas del ritual, espero hacerme entender.
Por otra parte, sin entrar mucho en el fuego, siempre bello e hipnótico, creo que «todo esto de la chimenea» puede convertirse en mi meditación particular (con sus altos y bajos, claro), pero es que ya me he descubierto unas cuantas veces absorta recogiendo las cenizas u observando las llamas. Y, teniendo en cuenta que a mí, lo de la meditación (guiada, imaginándome un punto rojo en la frente o, «sencillamente», buscando el vacío de la mente), siempre me ha parecido una quimera. ¿Y si la chimenea es (para mí) lo que tejer era para mi abuela?
El que tiene mucha paciencia con mi evolución es Ramón, que ya me dijo que el día que me salga a la primera me ve emulando a Tom Hanks en Náufrago.
Mientras llega ese momento, seguiré agradecida de que ese fuego, con una naturaleza que puede crear y destruir por igual, se decante por ese primer potencial, aporte tanto bienestar y sea coprotagonista de nuestros torneos de backgammon.
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[Nota extra]: Me acabo de dar cuenta de que la chimenea no tiene nombre. Es curioso, en casa tenemos nombre para el perro que (todavía) no tenemos, pero no para ella. (Y vale, sí, no es un ser vivo, pero a nosotros nos da mucha vida, y eso debería convalidar).
Es más, dándole una vuelta, nuestro coche tiene uno, aunque también es verdad que no deja de ser un medio de transporte y que en su versión de antaño sería un caballo, que lo tendría [el nombre, digo].
Pero es que, además, también le hablo. A ella, y también a los leños y al fuego que alberga. Y lo hago exactamente igual a cómo los humanos hablamos a los animales (y a las plantas).
Y no solo le hablo, sino que le pido que queme la leña, «a lo Guido», de ese peliculón que es La vida es bella. «Muévete, muévete», le decía él a la mesilla; «queeemaaa, queeemaaa», le digo yo al fuego. Y hablarle debería sumar puntos para que pudiera recibir un nombre, ¿no?
En fin, tantearé estos días, que puede ser una risa (o no); y, en todo caso, añado un apunte extra.
[Nota extra 2]: Publico el post un lunes por la mañana. Por la tarde, nos visita nuestro estupendo vecino McGyver, que vive en el pueblo de al lado, y nos cuenta un método de encendido, para que probemos. El martes por la mañana, día de boletín, desayuno muuuucho antes. Es de chiste, pero yo quiero pensar que la chimenea tenía una lección para darme, que el post era el examen y que luego, orgullosa de mí, me recompensó. Lo sé, un absurdo, pero al menos me hace sonreír con esa posibilidad.
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[Apunte añadido 18.02.2019]: La chimenea ya tiene nombre… Candela.