No recuerdo la primera vez que leí, me contaron o escuché esta historia, pero creo que es una de las que vale la pena recuperar de vez en cuando.
Y hoy es ese cuando.
Te la cuento de memoria, con (pequeñas) aportaciones propias, pero, eso sí:, con los mismos protagonistas y sin cambiar la moraleja final. Desconozco su autoría real y quedarme con la primera versión que encuentre en internet, pues tampoco: prefiero utilizar mis palabras.
Completa la frase: «Frente a las adversidades yo…»
La vida es un 10% lo que nos sucede y un 90% cómo reaccionamos frente a ello. —Charles R. Swindoll
El cuento
Había una vez una hija que se estaba quejando a su padre.
Se quejaba de lo mal que le iba todo y de cómo las cosas le resultaban siempre difíciles.
Y es que incluso cuando le iban bien, al final se torcían.
No solo eso: cuando solucionaba un problema, aparecía otro. Y luego otro. Y otro. Y otro.
Le contaba que estaba muy harta de todo, totalmente perdida, y que había llegado al punto de recuperar esa idea suya de dejarlo todo y largarse a vivir a Botswana.
Cuando terminó su listado, su desfogue y su pataleta, su padre, que era chef, la llevó a la cocina.
Escogió 3 ollas, las llenó con agua, las puso en los fogones y, entonces, prendió el fuego.
Cuando el agua entró en ebullición, colocó unas zanahorias en la primera olla; en la segunda, un huevo; y en la tercera, unos granos de café.
Y todo esto lo hacía ante la mirada atónita de su hija, ya ansiosa por saber qué realmente estaba tramando su padre.
A los veinte minutos, sin decir nada, el padre apagó el fuego y fue a buscar tres tazones.
En el primero puso las zanahorias; en el segundo, el huevo; y en el tercero, el café.
—¿Qué ves? —Le preguntó el padre.
—Pues unas zanahorias, un huevo y café. —Contestó ella.
Entonces el padre le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas.
Luego le pidió que tomara el huevo y lo rompiera. Al sacarle la cáscara, observó la dureza de su interior.
Por último, le pidió que probara el café. La hija sonrió al padre, sin saber muy bien todavía por dónde le saldría, y le dio un sorbo.
Al cabo de unos minutos, y no entendiendo nada, la hija preguntó:
—¿Qué significa esto, papá?
Y entonces él le explicó que aunque los tres elementos habían tenido que enfrentarse a la misma adversidad (el agua hirviendo), habían reaccionado en forma diferente.
—Las zanahorias llegaron al agua fuertes y duras, pero, después de pasar por el agua hirviendo, se habían vuelto débiles y se deshacían con facilidad; por su parte, el huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido, pero después de hervir 20 minutos, su interior se había endurecido; los granos de café, eran especiales y únicos: después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.
Y prosiguió lanzando a la hija una pregunta:
—Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?: ¿eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?
Y la hija se quedó pensativa…
Momentos de reflexión
Y tú, ¿cómo actúas ante los imprevistos y las dificultades? ¿Te consideras una persona «fuerte» pero sientes que, en los momentos de mayores retos, te debilitas? ¿Pareces «frágil» pero te sorprendes con tu dureza cuando hay una situación que pensabas que, de primeras, te iba a sobrepasar? ¿O eres más como el café, que es capaz de transformar la adversidad en un aroma sublime y un sabor que cuenta historias?
Sé que no son preguntas de sí o no, de veras que lo sé.
De hecho, yo te contestaría con la respuesta comodín: «pues depende».
Y es que me gustaría ser café en todo, pero no siempre es así. (Qué más quisiera yo, que estar ahí en el Olimpo de las Deidades Alquímicas Que Todo Lo Transforman Y Siempre Lo Saben Todo).
Lo que sí que me gustaría encontrar (aunque sigo prefiriendo lo del café) es un cuarto elemento, uno más zen, uno al que le diera igual si el agua está helada o hierve, y que se quedara impasible, siguiendo a lo suyo…
O quizás no, porque entonces no estaría vivo para crecer con la experiencia, aunque fuera por el mero hecho de darse cuenta de la condición del agua y soltar algo así como: «Ups, ¡qué agua más… lo.que.sea.en.ese.momento!»
Además que, si metes un cazo de agua al fuego, el agua tiene muchos números de acabar hirviendo por lo que, si entramos en él (y como el cazo es la vida, ya estamos metidos de lleno), mejor llevamos actitud, confianza, aceptación y adaptabilidad…
Y, como todos ellas dependen de nosotros mismos, sí, hay esperanza.
Olvida el cuarto elemento. Seamos todos cada vez menos zanahorias, menos huevos y más granos de café siendo un poco más conscientes de cuando nos vamos endureciendo o emblandeciendo para, por arte de magia, transformarnos y al final convertirnos en ese delicioso café.