Para ti una máquina de escribir es…
(Algunas opciones posibles divididas en dos grupos)
GRUPO A:
- Un trasto inútil.
- Un invento del pasado, sin más.
- ¿Una qué?
- Un objeto de decoración, quedaría genial en mi estantería.
- ¿La madre del ordenador?
- El nuevo grito hípster tras la recuperación del vinilo y la polaroid.
GRUPO B:
- Una oportunidad para inmortalizar mis ideas y pensamientos.
- Una rebeldía.
- Un instrumento musical.
- Algo que puedo desmontar.
- Una musa inspiradora en mis creaciones (literarias o no).
- El objeto de mi obsesión y mi forma de vida.
Ignoro cuál habrá sido tu respuesta, pero los protagonistas de hoy están todos en el grupo B.
Sus testimonios los recoge un documental que vi el otro día; y, como me encantó, he decidido dedicarle unas líneas y compartir mis impresiones esta misma semana. Y es que, ¿para qué esperar?
El documental
California Typewriter recoge perfiles de distintos artistas, escritores y coleccionistas que son amantes de la máquina de escribir; pero no solo de ellos, sino también el de una familia que se dedica a repararlas y que, a pesar de las dificultades de mantener a flote el negocio, siguen creyendo y dedicándole pasión a lo que hacen. De hecho, el nombre de la tienda es justamente el que pone título al documental: California Typewriter.
Te sorprenda o no, las máquinas de escribir despiertan muchas pasiones. El archiconocido actor Tom Hanks, por ejemplo, tiene una colección de 250, la mayoría de ellas en condiciones perfectas. Pero hay más, porque, no solo las colecciona, sino que también las usa, incluso tiene sus preferidas (¡Y su preferida entre sus preferidas!), sobre todo para escribir notas de agradecimiento; así que si eres fan de él y quieres decirle algo, utiliza el correo tradicional y puede que te lea y que incluso te conteste desde una de su Smith Corona Silent, su favoritísima.
Pero, ¿por qué crees que Hanks opta por la máquina de escribir, los sobres y los sellos en vez del ordenador (o el móvil) y escribir un email (o un whatsapp)?
Pues por la misma razón que alegan muchos de los otros protagonistas del documental: por la permanencia de esas palabras tecleadas (e impresas) ipso facto, no guardadas en un archivo digital al que raramente volvemos para revisar o imprimir en papel (aunque eso sea una grandiosa noticia para los bosques, que una cosa no quita la otra).
En el documental, la máquina de escribir produce pruebas tangibles de la creación como una rebelión contra lo efímero de la información digital y que de alguna manera, inmortaliza el proceso de creación y complementa la biografía del creador: borradores, descartes, esbozos…
En cierta medida, es un poema de amor (que sería escrito a máquina, por supuesto) a un objeto que quedó obsoleto pero que tiene la facultad de despertar inspiración y lealtad (incluso sumidos como estamos en la era digital), y sin entrar en competir por conseguir una máquina de escribir mejor que sus antecesoras.
La mejor máquina de escribir ya se hizo.
La última fábrica de máquinas de escribir del mundo se cerró en 2011, en Bombay (India), después de una lenta agonía de un invento que fue toda una revolución en 1874. A falta de unas semanas para entrar en 2018, y casi 138 años después, parece que, las que quedan siguen resistiendo y «luchando» para tener un hueco en nuestras vidas.
Una máquina de escribir (y más allá)
Quizá no opines como yo pero yo creo tiene un punto romántico cerrar los ojos y fantasear con la imagen de ese escritor ermitaño que está en un momento de inspiración y teclea a un ritmo trepidante las palabras que van creando su historia y una melodía de clics y dings que cobran vida propia. (Curiosamente, ahora me ha venido a la cabeza El resplandor que romántica romántica, pues la peli no es).
De todos modos, reconozco que no me veo del todo usando una máquina de escribir, más que nada porque creo que me arruinaría en tippex que, por cierto, no sé ni si existe. Lo que me lleva a esta pregunta: «De haber escrito cada publicación del blog la máquina, ¿cuántos borradores hubiera descartado? ¿cuántos carretes de tinta extra hubiera utilizado? Y más escalofriante aun: ¿cuánto papel hubiera desperdiciado?».
Tampoco me veo conviertiéndola en un instrumento musical y componer una pseudosinfonía (soy negada para la música). En lo único que me podría ver es desmontando piezas y juntándolas para crear como mucho, obras en abstracto, que tampoco me sobra el talento plástico.
Gracias a los cielos, ya hay gente talentosa que se ocupa de ello.
Y, para muestra, un botón, porque mira qué dos descubrimientos más mágicos: una orquesta formada únicamente por máquinas de escribir que busca la musicalidad de las teclas (dando un paso más a La máquina escribir de Leroy Anderson) y un artista que, atención, crea su arte solo y exclusivamente ensamblando piezas de máquinas de escribir desmanteladas que no pueden ser reparadas; y es flipante y admirable (y qué pena no haber sido yo quien le comprara su ciervo, aunque nunca llevo suelto).
The Boston Typewriter Orchestra:
Incluso hay una revolución en marcha, con su propio manifiesto a favor de la máquina de escribir y en contra de esa «hipnosis digital» que, alega su autor, nos hace menos libres y menos espontáneos.
Algunas reflexiones
Depende de la edad que tengas, una máquina de escribir puede llevarte a la nostalgia de tiempos pretéritos o simplemente a verla como una reliquia jurásica de un pasado que te queda demasiado lejos como para recordar porque no lo viviste (que lo mismo me pasaría a mí con un gramófono, por ejemplo).
Sea como sea, hagámonos a la idea de que el olvido y la nostalgia son los más probables destinos de cada invento y que, de aquí unos lustros (seguramente pocos), el teléfono inteligente también será parte de la Historia. Y así con todos los artilugios, porque al al ritmo que va la tecnología, algo «innovador» pasa a ser «obsoleto» al cabo de un suspiro… o nos lo hacen creer así.
De ahí que las alternativas que apuestan por lo lento y se centran en el proceso más que buscando la máxima eficiencia de loquesea, me parecen apuestas revolucionarias que no debemos descartar y que deberíamos tener en cuenta.
Y no me refiero a cambiar drásticamente de vida, pero sí a reajustar nuestros días y quizá plantear algunos cambios para que nuestras decisiones sean más conscientes, más «pensadas» y no tomadas siguiendo la voluntad de la tecnología, algo que ya he tratado en este blog, sea en destellos o artículos.
La gente se da cuenta de que no todo tiene que ser completamente eficiente, no todo tiene que ser orientado a objetivos, pero puede disfrutar el proceso en sí mismo.
Te invito a parar (una vez más) y reflexionar sobre la eficiencia y un disfrute en el proceso que puede ser menguado justamente por la inmediatez de todo, sobre el desapego y gusto por lo nuevo, y también sobre la creatividad, sobre los distintos usos que le puedes dar a un objeto que ya no sirve para su fin. La tecnología ¿nos hace ser cada vez menos humanos, buscando eficiencia y perfección en vez de aceptar los errores y crear desde la belleza y la espontaneidad?
Y eso me recuerda al nuevo candelabro que tenemos en casa, hecho con una cafetera de émbolo BODUM de principios de milenio (sí, duró lo suyo) y que se rompió hace algunas semanas. Lo bien que lo pasamos pensando cómo podíamos reutilizarla no está escrito y lo feliz de conservarla (vale, llámame nostálgica), tampoco. Lo que sí que te digo es que este fin de semana, cuando vayamos al pueblo, buscaremos la vieja Olivetti para ver si es recuperable o la convertimos en parte del museo particular en nuestra casa. Y es como nos dijo una vecina: todo lo que tenéis dice algo, no sé donde mirar. Y vaya si estaba en lo cierto. Pero eso otro día, que se me acaba de ocurrir una idea.
Extra: batallón de preguntas, dos ideas y una reflexión
#1. El batallón de preguntas:
¿Cuál es tu relación con la tecnología? ¿Te ayuda o te somete? ¿Qué valoras más en tu vida, la velocidad o el proceso? ¿Vives en coherencia con ese criterio? ¿Cómo te relacionas con el mundo virtual y con el mundo más físico, el de la interacción real y genuina con los que te rodean? ¿Cuál de los dos mundos consideras más vital para tu existencia?
#2. Las dos ideas:
1/ De la misma manera que Tom Hanks escogería su Smith Corona Silent como su máquina de escribir favorita, ¿tienes tú algún objeto viejo en casa (o en el desván, a no ser que estés en una etapa minimalista) que sea objetivamente inútil pero que te inspira de algún modo u otro?
y 2/ ¿Se te ocurre un haiku, una poesía corta o una frasecilla que te gustaría inmortalizar en tinta? Yo he escogido una mía y una de Ramón (es que la suya me gusta más) en una etapa que nos dio por escribir una poesía al día, sin mayores pretensiones que dar rienda suelta a la imaginación. Y, bueno, aquí están, con un «toque typewriter».
En la percha del tiempo colgaste una chaqueta con los bolsillos repletos de vivencias.
―Ra
Aire que respirar
Agua que beber
Vida que vivir.
―Na
#3. La reflexión:
Puede que escribir a máquina, de la misma manera que envías una carta escrita a mano, intensifique el significado de las palabras, del mensaje que quieres transmitir, que yo creo que lo hace. Quizá, ante la sorpresa y la falta de costumbre, arrancarás una sonrisa al receptor y valorará tu esfuerzo. (Y me acabo de acordar de la postal cumpleañera que me envió mi amiga Marta).
Y ahora sí, para terminar del todo, un «juego», a lo Cifras y Letras: ¿qué palabra puedes formar con la fila de letras que está más arriba del teclado… (en inglés, pero fácil solo habiendo leído este post).
Clics, dings y hasta la próxima.