… y lo presentó al mundo.
Te traigo una maravilla, un regalo, una historia de esas que te despìertan una sonrisa emotiva y que te recuerdan que la vida puede estar plagada de momentos mágicos y de seres excepcionales.
La cuenta un guía de montaña asturiano, Xuacu, en su página web El Guía del Paraíso.
Me gustó tanto su relato (cómo lo contaba y la historia en sí) que contacté con él para ver si me daba permiso para reproducirlo en el blog.
Y me dijo que sí, y yo casi me fundo en la ilusión del momento, porque de verdad que quería compartirlo contigo en este espacio que busca reflexión, inspiración y bocanadas de aire fresco. (Es que ya verás que esta aventura de dos por el monte lo tiene todo).
Los protagonistas excepcionales y estupendos son Gerard y Xuacu, y de aquí unos minutos serán parte de ti.
Intento entrañable
Es final de temporada de escaladas en montaña.
Me encuentro en casa por unos días, relajando el cuerpo y la mente de las actividades realizadas durante la temporada, despanzurrado en el sofá, inmerso en una lectura acerca del asedio Napoleónico en Cádiz. En la lectura estoy calibrando un cañón, calculando las toesas y los grados de inclinación de disparo en relación a la intensidad del viento y el peso de la bomba. El objetivo es la Iglesia de Felipe Neri, a la cual el artillero sabe que no llegará con cañones, pero el señor Bonaparte no quiere morteros. Estoy a punto de disparar cuando ring ring, suena el teléfono.
Es Pilar, del hotel Torrecerredo de Cabrales. Mi amiga Sara Gonzalo, que trabaja ahí, le ha pasado mi número. Pilar trabaja hace muchos años con ingleses y tiene un hotel muy bonito y armonioso con vistas a la alta montaña. Además, es guía.
La conversación es más o menos la siguiente:
—¿Sí? Buenas tardes.
—¡Hola Xuacu! Soy Pilar, del hotel.
—Ah, ¡hola Pilar! ¿Qué me cuentas?
Y entonces me cuenta y alucino.
—Pues verás —comienza… Tengo un cliente que quiere subir al Naranjo.
—Ah, ¡estupendo! —me apresuro a decir.
—No, espera… —me interrumpe, con tono de no haber acabado de explicarse.
Entiendo que hay más y le dejo hablar.
—Mira, es un señor mayor, entrañable y muy simpático, que ha sido buen escalador y además habla bien español, disfrutarás con él. Ha hecho el Mont Blanc, el Cervino y muchas más escaladas en los Alpes.
—Bueno, entonces es un fiera —me apresuro a decir.
Y me vuelve a interrumpir prudentemente.
—Si, lo es. O mejor dicho lo fue, hace 50 años.
Se produce un corto silencio.
«Si hace 50 años… entonces ¿cuántos tiene ahora?» pienso.
—Bueno, vale bien, mañana le recojo a las 3 en el hotel.
—Vale, hasta mañana.
—Hasta mañana.
Cuando llego al hotel me presentan a Gerard, mi cliente.
Es el abuelo de Frodo Bolsom, en el buen sentido. Es pequeñito y sonriente, de gesto seguro. En los primeros minutos que pasamos juntos ya nos caemos bien.
Es inglés, muy inglés, y pretende subirse al coche de copiloto por la izquierda. Entonces le doy las llaves y lo entiende al instante. Nos miramos y nos da un ataque de risa.
Le encanta lo que ve, alucina con los Picos, está emocionado.
En Pandebano le quito la mochila y no le dejo subir nada, faltaría más. Acaba por confesarme su edad, 35 años, pero dice que lleva una vida de excesos y por eso parece mayor. Parece que tiene 82 años.
Vamos muy despacio y sin parar, cada poco le pregunto qué tal y siempre me responde lo mismo
—¡Magnifica, me estoy so fuegte!
Aunque la realidad es que tardamos 4 horas y 10 minutos en subir al refugio de Urriello.
Apenas cena por cansancio, pero niega que esta cansado. Me dice:
—¡No preocupado tú, tengo muchos píldors!
Me lo dice mirando a una bella chica y, con cara de conquistador, me guiña un ojo.
Otro ataque de risa.
A la mañana siguiente, se le nota cansado, pero muy animoso.
Le trato como si fuera mi abuelo, le ayudo a ponerse los calcetines y las botas, entre la edad y la tripa no dobla bien.
Verle es un viaje al pasado: la ropa de montaña que trae tiene 50 años. Las botas, el gorro, los pantalones bábaros…
Gerard es magnífico.
Sé que no va a subir, tengo que atarle en la canal de la celada porque el cansancio acumulado le hace perder el equilibrio. Dos horas y media tardamos hasta la base de la sur. En ningún momento le hablo de no intentarlo y en ningún momento él da para atrás.
Para que una persona tan mayor quiera estar aquí es porque hay un fondo emotivo profundo en la cuestión. Aun no se de qué se trata, pero lo descubriré.
En el primer largo lo veo claro, o más bien oscuro.
Empieza a entender que no va poder, pero va a morir matando.
Le dejo todo tipo de trampas para agarrarse: estribos, cintas largas para agarrarse… pero ni así.
En un momento pierde la fuerzas, se suelta y pendulea, queda debajo de mí en una zona fácil, pero ni por lo fácil puede subir.
Él pelea como un toro, pelea contra su vejez y su tripa.
Lo intenta y lo intenta hasta que lo deja de intentar y se rinde.
Entonces me mira y me dice: «Bajamos, bajamos, no puedo cansarme, me espera una nice mujer».
Ataque de risa.
Le descuelgo y bajo yo.
Le pongo los calcetines y las botas y nos vamos.
No está triste, está muy contento de haberlo intentado.
—Tengo que asseptar la situasión —me dice. I think la píldor no era la buena.
Nos desternillamos de risa. No es lo que dice, sino cómo lo dice. Es un artista.
A la bajada paramos un largo rato en el collado vallejo a admirar el Picu.
Para él, seguramente, será la última vez.
Aprovecho el momento, relajado y espiritual, para preguntarle el por qué de su motivación para escalar el Naranjo, y cómo lo había conocido.
Entonces Gerard se emociona y le tiembla la voz, pero al mismo tiempo sonríe y me lo cuenta con agrado.
La suya fue una vida de viajes por su trabajo relacionado con los motores de barcos y las grandes obras hidráulicas.
Entonces, en Bahamas, en los años 60, durante una larga estancia, conoció a unos Asturianos. Hicieron amistad y hablaron de la vida. Gerard les habló de su afición por el montañismo y ellos le hablaron de las grandes montañas de su región en el norte de España, Asturias, y del gigante Naranjo de Bulnes.
50 años después, Gerard conocerá el Naranjo y yo conoceré a Gerard.
(¡Y nosotros contigo y gracias a ti, Xuacu!)
Momentos de reflexión
¿No es acaso una maravilla?
La vida, a veces, te brinda momentos únicos, conexiones difíciles de olvidar y personas que pueden dejarte huella, aunque estén en tu vida unos pocos minutos.
Incluso si esos minutos son cibernéticos.
Me siento agradecida de que Xuacu compartiera su historia en su blog y muy privilegiada de que el destino me cruzara con ella para hacerle espacio en el mío, que ya sabes que también es tuyo.
Creo que podría escribir todo un ensayo sobre la historia, pero prefiero quedarme con la sensación de ese fin de semana en el que la generosidad, el buen humor, la empatía, la comprensión, la entrega, la aceptación, la fortaleza, la nostalgia, la bondad, los deseos, los sueños y la belleza del paisaje se dieron cita de una forma tan mágica.
¿Importó que Gerard regresara a Inglaterra sin haber hecho cumbre? NO. Definitivamente, llegar a coronar el Urriellu era lo de menos.
Y, encima, nosotros, tenemos una gran historia.
[Nota extra]: Éste es el enlace al post original, que hay más fotos. Y, bueno, si algún día te acercas a la tierrina y necesitas un guía de montaña de confianza, profesional y tope de majo, ya sabes con quien contactar, una información que nunca está de más.
[Nota adicional 2019]: Bajo el título A 50 días de otoño, Xuacu ha publicado un libro en el que recopila algunas de sus aventuras (y yo no puedo sentirme más feliz de que lo haya hecho). Son relatos cortos acompañados de algunos dibujos y fotografías entre los que también se encuentra la historia de Gerard. Te interese o no el mundo de la montaña, te lo recomiendo igual: A 50 días de otoño es un libro superentretenido que despierta muchas sonrisas, explora sentimientos y comparte reflexiones. ¿Qué más se puede pedir?.