Somos seres racionales y maduros que siempre tomamos decisiones desde la razón.
O eso creemos: que siempre actuamos desde la lógica y de forma coherente, con argumentos aplastantes, críticos, objetivos y totalmente propios.
Al fin y al cabo, los irracionales y los absurdos son solo los locos, los súper ancianos y los niños.
Pero ¿es así?
Pues no.
(Qué va, ya nos gustaría).
La historia es que muchas veces (más de las que creemos o queremos reconocer), nos movemos por impulsos, desde la emoción o desde la influencia externa, que no siempre tiene que ser negativo, cierto, pero que, ya que estamos y lo sabemos, mejor tenerlo en cuenta, porque también nos puede entorpecer en nuestras cábalas. Y mucho.
El reto es todavía mayor porque no solo queremos tomar decisiones, sino que buscamos que éstas sean «las correctas», las que tengan más significado, las que resuenen más con lo que somos y lo que valoramos. Vamos, que sean propias. Y bueno, más allá de la argumentación, la lógica, la retórica y nuestros valores y todo lo que nos ayude a evaluar de una forma más crítica encontramos ese conocimiento base deambulando por el inconsciente que también afecta mucho. (O así lo veo yo).
¿Recuerdas la Teoría del cerebro triuno y aquello de que, cuando no sabes identificar por qué actúas de una manera u otra, te sorprendes —o incluso te enfadas contigo mismo— porque no sabes como justificar tu comportamiento? Pues hoy lo iremos completando. ¿Te quedaste con las diferencias entre mapa y territorio? Pues te va a ayudar para adentrarte en el tema de hoy.
Y sin más preámbulos (que me lío) vamos a indagar un poco sobre «El apasionante mundo del sesgo cognitivo» que suena tremendo y complicado, pero que es interesante y más cercano de lo que puede parecer. Si quieres, cambia ‘sesgo’ por ‘prejuicio’, que es un término más familiarizado y ya habrás entendido más de la mitad.
El apasionante mundo del sesgo cognitivo
No te voy a descubrir nada nuevo: vivimos en un mundo en el que se amontonan muchos datos a recordar, gran información por asimilar, tropecientas distracciones con las que lidiar, una gran superficialidad en todo y una presión por actuar en el «mismamente ya», una tendencia que va in crescendo.
La historia es que como no podemos analizarlo todo en el momento en que nos llega (y desde todos los primas posibles, que sería lo suyo), procesamos la información de una forma inconsciente, por lo que originamos una realidad parcial, distorsionada e inexacta.
En ese proceso se dan cita inmediata 5 protagonistas mínimo: la creatividad, los estereotipos, la intuición, lo conocido y la experiencia.
Ellos son los que conforman unos «atajos» a los que se les denomina ‘sesgos cognitivos’ y que tienen una función clara: facilitarnos la existencia, que como idea no está mal, siempre y cuando seamos consciente de hasta qué punto tienen poder.
Lo que te propongo es que los explores conmigo y así reconocer mejor su influencia, aunque estén en la sombra.
Vaya vaya con los sesgos estos…
Imaginemos una alarma a la que llamaremos ISECOG, Identifica SEsgos COGnitivos.
Aquí un modelo tipo (e inventado), por si te ayuda:
La alarma ISICOG está diseñada para «saltar» (e invitarnos a reflexionar) cuando:
#1. Estamos de acuerdo con cualquier teoría o postura que apoye nuestras ideas, pero nos mostramos escépticos cuando no. Pongámoslo de otra manera: lo que nos cuadra, lo aceptamos al minuto; lo que no, lo rechazamos, lo evitamos y lo consideramos parcial o tendencioso. («¿Qué dice que qué? ¡Imposible!»).
#2. Simplificamos una historia añadiendo lo que falta. (¿Acaso no es más fácil que tener ponerse a buscar y rebuscar más datos para complementarla o rectificarla? Bienvenida imaginación).
#3. Nos centramos en el peor escenario, dando más peso a lo «malo», dejando que la negatividad nos nuble el raciocinio y posibilidades más agradables. (Ya sabes: «si es malo… puede ser todavía peor»).
#4. Analizamos nuestros actos y, entonces, se nos ocurren mil y una maneras distintas de proceder que creemos que hubieran sido mejores. El filtro es el resultado, no la información que se tenía en el momento de tomar la decisión. («A toro pasado» todo es mucho más fácil de prever, vaya que sí, pero el machacarse es gratuito y no nos hace ningún bien, mejor tenerlo en cuenta).
#5. Nos gusta algo porque está generalizado como bueno, bonito, bello, valioso, sabroso o lo que sea, no porque realmente nos hayamos planteado de si, a nosotros, nos gusta o no. (Pasa un montón con las películas, las tendencias de cualquier tipo, el artilugio de turno, la moda…).
#6. Aceptamos una opinión ajena como si fuera una verdad suprema. Le damos más poder porque le atorgamos una autoridad mayor, aunque no sea su campo. (Vamos a incluir ahí también los oráculos y los horóscopos, aunque yo personalmente tengo un respeto absoluto por la astrología y la sabiduría pagana y ancestral, que todo tiene su por qué y sus lenguajes. Otra cosa es saberlos interpretar).
#7. Enfocamos mayoritariamente en un aspecto determinado de un asunto, obviando otros prismas menos afines a lo que ya pensamos de antemano. Lo mismo cuando acabamos de leer un ensayo o leemos el periódico, que ya según el que escojas, es un filtro afín. (El resultado es que cumplimos nuestras expectativas y, por tanto, siempre estamos en el bando acertado. O no).
#8. Tenemos la sensación de que lo controlamos todo. (Lo más parecido a estar al lado de los Dioses, ahí, a lo alto del Olimpo dónde todo se ve, que quizás sería estupendo sí, pero que no lo sabremos nunca).
#9. Entre el helado con un etiqueta que marca « -90% de azúcares» (o grasas, o calorías…) y uno que informa que lleva el «10% de.lo.que.sea» escogemos el primero. Del mismo modo, entre un estudio que afirma que el tratamiento 3K2P tiene la curación para el «90% de los casos» de la enfermedad inventosis frente al que indica que, de todos los pacientes tratados el porcentaje de muertes es el «10%» escogemos el informe «positivo», aunque sí, ambos sean el mismo y presenten las mismas conclusiones. (¡Ay los títulos, las etiquetas, las presentaciones y el marketing emocional!).
#10. Valoramos algo como «mejor» por un «extra» que realmente no afecta al funcionamiento del objeto. («En serio, ¿Pagarás 20€ más porque el botón tiene lucecitas?»).
#11. Esperamos al último minuto para ponernos con algo que hemos ido posponiendo, desestimando la importancia de los plazos y los tiempos acordados. (¿Será por una búsqueda inconsciente de una subida de adrenalina?).
#12. Buscamos la justicia y la responsabilidad de la víctima. («En fin, algo habrá hecho, ¿no?»).
#13. Miramos un asunto desde la deformación profesional, según los convencionalismos de cada campo. (Déjate, es el pan de cada día, que es lo que más conocemos. Tu amigo cocinero se echará las manos a la cabeza cuando le digas que lo cocinas todo en la olla rápida (sí, incluso la paella) y tu prima contable no entenderá que no tengas tus cuentas en un excel… Y así).
#14. Desestimamos una idea porque viene del «exterior» o entra en choque con nuestros paradigmas. («Marcianos, absténgase de opinar, por favor»).
#15. No tenemos en cuenta el impacto que puede llegar a tener una idea. (Pero deberíamos darle una vuelta más exhaustiva al asunto: ya sabes, pros y contras, consecuencias deseables y situaciones a evitar, o un análisis DAFO, aunque sea casero…).
#16. Está demostrado que asumimos que alguien con buena presencia y atractivo es una persona más inteligente, agradable y de fiar. Y al revés, siempre guiándonos por una primera impresión que automáticamente monta una historia detrás. (Pero bueno, ¿es siempre así? ¿Cuántas veces ya has errado y, aun así te sorprendes «catalogando»?).
#17. Estamos de acuerdo con la mayoría, diga ésta lo que diga. («Me parece bien, opino lo mismo que los demás. No tengo nada que añadir»).
#18. Observas más carritos de bebé cuando estás esperando un hijo e identificas más coches del mismo modelo que acabas de comprar. (Lo sé, son dos ejemplos de los más simplones, que ni soy madre ni conduzco, pero son los que me vienen a la cabeza, quizá por haberlos escuchado tantísimas veces. Ya ves, estoy condicionada totalmente).
#19. Creemos que no podemos controlar nuestro comportamiento, una adicción, una tentación. (Y déjate, la mayoría de las veces será más un hábito que una necesidad, por lo que el remedio será mucho más fácil de encontrar).
#20. Nos encontramos haciendo lo contrario de lo que se nos pide (como un acto de rebeldía). O nos sorprendemos acotando la libertad del otro dándole menos opciones de las posibles.
#21. Jugando al cara o cruz, pensamos que como han salido 6 cruces seguidas, la siguiente tiene que ser cara. Pero no, las probabilidades siguen siendo del 50%. (Pasa lo mismo con los rojos y los negros y los pares y los impares en la ruleta, palabrita de ex croupier profesional. —Lo del Black Jack es distinto, eso sí—).
#22. Cambiamos de ciudad (o incluso de país) y los precios de una nos sirven de referencia para los de la otra. (¿Te imaginas el desajuste comparando los precios de ciudades tan distintas como Cáceres con Nueva York? ¿Hanoi con Berna? ¿La Paz con Londres? Nada, descartado, sobre todo si la mudanza es de las primeras a las segundas).
#23. Pensamos aquello de «Esto, a mí, nunca me pasará», ya sea porque estamos convencidos de que tenemos el control total de una situación (#8) o porque nos parece demasiado inverosímil. (Es increíble que, a estas alturas, consideremos estar por encima de imprevistos y fatalidades —o de la fortuna y los golpes de suerte, que también—).
#24. Estamos seguros de que todo el mundo piensa igual que nosotros. (Recuerda: el mapa no es el territorio).
#25. Definimos nuestros logros siempre desde el mérito y las de Fulanit por enchufismo o suerte. (Vale, puede ser, pero ¿siempre?).
#26. Sobrevaloramos la inversión de tiempo, esfuerzo y dinero para no desprendernos de algo y no hacer nada al respecto. (¿Tirar esta relación por la borda? ¿Abandonar la tesis? Ni pensarlo… ¿O mejor identificar si es un proyecto zombi?).
#27. Ante la opción de cambio, optamos por el statu quo y el riesgo cero. (Sí, casa perfectamente con aquello del «Más vale malo conocido que bueno por conocer»).
#28. Arriesgamos más cuando queremos evitar algo negativo, pero somos más conservadores si tenemos mucho que perder. («¿Y si rechaza mi propuesta y me despide? Mejor la guardo en el cajón…»).
#29. Tomamos una decisión precipitada, cuando sabemos que deberíamos haberla reposado más. (Todo tiene su tiempo y su propio proceso, pero el ritmo del mundo no lo facilita).
#30. Fantaseamos demasiado con el futuro. (El cuento de la lechera versión 2.0 en la edad adulta, pero ahí está, que no aprendemos nunca).
Apuntes finales
Visto el panorama (y teniendo en cuenta que hay más sesgos cognitivos que estos 30, y que las falacias lógicas —las trataremos más adelante— también tienen algo que decir en esto de toma de decisiones), ¿cómo podemos desprendernos de tales «barrotes»? ¿Estamos condenados a decidir de forma errónea para siempre (y más allá) o somos capaces de decidir de la forma más objetiva, justa, moral y útil, a pesar de su influencia? ¿Algún día encontraremos la fórmula para un «pensamiento 10»?
Pues no lo sé, claro, pero yo creo que, desde la humildad y el reconocimiento de que 1) no lo sabemos todo, 2) nuestro raciocinio es limitado y 3) estamos llenos de estereotipos y prejuicios, ya estamos dando un paso agigantado.
Y no me refiero a que neguemos nuestro criterio, pongamos en duda lo que sabemos ni que aniquilemos nuestra intuición —vamos, para nada—, pero estoy segura de que, desde la curiosidad, podemos ir puliendo cada vez más nuestro raciocinio y así ser cada día algo más sabios.
Voy terminando ya, que tengo que encender mi alarma ISECOG. (Seguro que me ayuda a buscar nuevas perspectivas e identificar más rápido lo que me es útil y propio… de lo que no).
Mi raciocinio, como mi mapa, nunca será perfecto, pero sí cada día mejor. O eso espero.