Lo sé, la combinación de conceptos puede sonar un poco rara, pero ahí va una historia personal que he decidido compartir contigo, por si puedes sacar algo de los siguientes párrafos (ni que sea entretenerte un poco) y de una asociación que nunca está de más, y lo digo por Séneca, que debería estar siempre ahí, en todos los planes, y en todas sus fases.
Y te lo explicaré contextualizándotelo y en tres partes, como en cualquier estructura argumental:
Preámbulo
Mi madre, desde que se jubiló hace algo más de un año, tenía la gran ilusión de llevarse a los nietos a Disneyland París, ese parque de atracciones que nació como Eurodisney pero al que luego cambiaron el nombre (sus motivos de marketing tendrían; a mí me parece que lo complicaron).
La historia es que ella y mi padre no iban a ir solos con ellos, sino que también nos invitaban a Ramón y a mí, que somos los tíos de Wayan y Kye, que así se llaman los niños.
[Vaaaale, tienen nombres raros y reconozco que al principio nos chocaron a todos en demasía, pero ahora ves a los dos chiquillos creciendo y no les quedaría un nombre mejor, en serio.
Y…
Vaaaale, puedes llamarnos suertudos. Es más, de no haber sido por la invitación, no creo que hubiéramos ido nunca a Disneylandia (a ninguno de los dos nos había llamado nunca la atención), desconoceríamos esa forma de disfrute y yo me habría perdido Las Vegas II (otro de los sitios que me han sorprendido gratamente y que, de no tener interés alguno por él, tras visitarlo, concluí que su existencia era necesaria)].
Bueno, mejor continuo:
En enero buscamos las fechas, compramos los billetes de avión y las entradas, reservamos el hotel en el mismo recinto de Disney (por aquello de que te dejan entrar dos horas antes) y, para no tener que pensar mucho en nada estando ahí, incluso incluímos el régimen a media pensión: así, todo organizado al detalle para «asegurar» que todo iba a ser fluido y perfecto.
Ilusionados todos, lo único que podía entorpecer un poco el viaje era el tiempo o un catarro infantil, y por la tarde del domingo 22 no había síntomas ni de lluvias ni de gripes, así que pintaba estupendo.
Además, suerte extra la nuestra, justo volábamos el día antes de las huelgas previstas de aviación (uf, uf, uf) e iniciábamos el viaje en el mejor día del año posible: el 23 de abril, esa jornada de rosas y libros que siempre enamora.
Nudo
Para acortar un poco la historia, a media tarde del domingo, Wayan se cayó al suelo, como otras tantas veces, pero en esta ocasión rompiendo a llorar como si se terminara el mundo.
Sus padres, al ver que no «recuperaba», y tomándose en serio las quejas del niño (bien por ellos), lo llevaron a urgencias. Una vez ahí, me llamó mi hermana:
―¡Hola, sorella! No esperaba una llamada extra. Como hablamos esta mañana…
―Ya, lo sé, pero es que… Bueno, ¿cómo está de fuerte Ramón?
―Pues bien, supongo. ¿Por?
―Nada, que Wayan se ha caído esta tarde de la manera más tonta. Y te llamo desde Urgencias pero es que nos mandan al hospital infantil porque puede que se haya roto algún que otro dedo del pie…
―¿Cómo? Espera, que me siento antes de que me de un soponcio.
―Lo sé, es un fastidio. Estamos fatal, pero llamo solo para que lo sepáis y para comentaros que quizás también habrá que hacerse con una silla de ruedas.
―Vale, no sé, a ver qué os dicen.
―Sí, os llamo con lo que sea.
Y nada, con las caras desajustadas y sin muchas ganas de hacer la maleta (sí, apuramos siempre hasta el último momento), Ramón y yo no encontramos mejor pasatiempo que jugar al backgammon mientras esperábamos esa segunda llamada, que llegó ya entrada la noche.
Y suena el teléfono.
―Dime.
―No va a poder venir, se queda.
―¡Nooooooo!
―Sí, tiene que quedarse en casa inmovilizado para que los dedos curen bien, que son dos. Nos han dicho que calculemos tres semanas. Si no, tendrán que operarlo y ponerle hierros…
―Jolín, pobrecito: no conozco a nadie que se haya roto nunca un dedo del pie y va y ahora Wayan se rompe dos el día antes de ir a Disneylandia, qué rabia, no me lo puedo creer, qué penaaaaaa. ¿Ya lo saben en casa?
―Sí, les acabo de llamar…
¿Te lo puedes creer? Justo cuando ya nos habíamos hecho a la idea de que íbamos a ir a Disneylandia con Wayan lesionado, zas, el niño va y no puede venir. Y vale, sí, no era el fin del mundo, pero en ese momento nos pareció la mayor de las catástrofes y teníamos todos un disgusto enorme. Bueno, todos menos él, que se lo tomó de forma totalmente estoica. En fin, óle por ese renacuajo que nos recordó a su manera (y sin saberlo) que cuando más rápido nos adaptamos a una nueva situación, mejor.
Y, vamos, sí, es así, pero da rabia igual.
Total que el lunes a primera hora de la mañana, medio superada la conmoción de que íbamos a ser uno menos, marchamos al aeropuerto: mis padres y Kye desde Barcelona; Ramón y yo, desde Asturias. Nos íbamos a encontrar en su terminal, que nuestro vuelo llegaba media hora antes.
A todo esto, nada más desembarcar en París, me dice Ramón que tenemos una llamada perdida de mi madre de hace veinte minutos. Y yo: «Anda, pues habrán llegado antes, qué cosas».
Pero no, era una nueva fatalidad: ¡seguían en Barcelona!
¿¿¿QUÉÉÉÉ???
Pues lo que te cuento.
No sé, quizás si vives en Europa sabes que la compañía EasyJet exige que los menores viajen con pasaporte; en esta familia lo ignorábamos todos (nadie nunca antes había volado con Easyjet) y a la hora de embarcar, DNI en mano de Kye, les dijeron a mis padres que «nanai», que sin el pasaporte del niño, no embarcaban.
En ese momento, empezó un drama (que todavía ignorábamos) y una gincana para conseguir el pasaporte en la que, por cinco minutos, SOLO POR cinco minutos, «perdieron» el avión.
¿¿¿¿DE VERDAD????
Sí, sí, de verdad. Y yo solo imaginándome las caras de mis padres me mareo.
Pero es que, no te lo pierdas, las cosas podían empeorar incluso más porque el siguiente vuelo con plazas libres era para el jueves, justo el día que tenían previsto volver a casa.
Y, a todo esto, súmale que Kye, que es muy crack y también muy pasional, seguía llorando a moco tendido en la puerta de embarque porque él quería ir a Disney y no entendía nada.
Lo sé, de chiste; de chiste malo.
Al final, supongo que la Providencia reconoció que se estaba ensañando «demasiado» con ellos y se las ingenió para que pudieran salir en el vuelo de las 13h.
Así que, 5 horas más tarde de la prevista, llegaron los tres, por fin, a París: mis padres, con las caras «algo» descompuestas después de tanto estrés; y Kye, dando saltos de alegría, súper feliz y emocionado porque, claro, en un plis estaríamos en Disnelandia (y Disneylandia era sinónimo a alegría y diversión).
Total que, tomando el relevo de su hermano, ahora era él quien nos regalaba otra lección, a lo sabio clásico.
Si lloras por no haber visto el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. ―Rabindranath Tagore
Desenlace
No hubo nuevos ni mayores percances y, desde ese momento, el viaje fue maravilloso y lo disfrutamos muchísimo; sobre todo Kye, que nada más ver el castillo de lejos soltó un «no tengo palabras» (y entonces morimos todos de amor ante tal declaración).
Subimos a tropecientas atracciones; nos deleitamos con la pirotecnia, el desfile y el espectáculo de Mickey; apenas llovió una hora en los cuatro días de parque; conocimos a una niña italiana graciosísima que no paraba de hablar y hacernos reír con sus historias; el hotel estaba genial; la comida era rica; y nuestra familia francesa se acercó a vernos (menudo detalle) y merendamos todos juntos.
Pero lo mejor es que Kye no dejó de sorprenderse ni un solo minuto; y mis padres no dejaron de sonreír; y nosotros nos lo pasamos en grande.
(… Y el vuelo de vuelta solo sufrió 20 minutos de retraso).
Apuntes finales
No sé tú pero yo tengo mucho lío encontrando el punto medio entre el pensar en positivo (por aquello de que los pensamientos crean nuestra realidad, que al fin y al cabo no dejan de ser vibraciones energéticas, que es entendible) y ese consejo de Séneca que recomendaba bajar siempre las expectativas al mínimo posible para así evitar las frustraciones, que como remedio no está mal, pero que choca con lo anterior.
A toro pasado siempre es más fácil observar una situación y es verdad que se nos escapó recordar que la vida tiene sus propios planes; que de nada servía poner atención plena en la meteorología e incrementar la dosis diaria de vitamina C.
De todos modos, tampoco me hubiera parecido normal no tener ese momento de disgusto y pataleta con la vida, aun sabiendo que hubiera podido ser mucho peor, que sí lo sé.
Quizás el equilibrio sea ese: aceptar y vivir el dolor para luego soltarlo y seguir nuestro camino.
No podemos controlarlo todo e incluso un par de deditos del pie pueden tambalear los planes, pero ahí estamos, para adaptarnos a las circunstancias.
Y Disneylandia no se va a mover. Y hay más parques de atracciones. Y el viaje fue super mega perfecto exactamente tal como fue.