Esta historia zen sobre el bambú es de mis favoritas.
Me recuerda lo importante que es tener paciencia y que, aquello que vale la pena, requiere su tiempo.
Lo he adaptado un poco a mi estilo pero supongo que es lo que tienen los cuentos, que los podemos hacer más nuestros.
El cuento
Érase una vez dos agricultores que, camino al mercado, se pararon en el puesto del viejo vendedor de semillas sorprendidos por unas semillas que nunca habían visto antes.
—Mercader, ¿qué semillas son estas? —preguntó uno de ellos.
—Son semillas de bambú y son muy especiales —contestó el mercader.
—¿Y por qué son tan especiales? —indagaban los otros.
—Es difícil de explicar. Llevároslas y luego ya lo veréis vosotros mismos. Además, solo necesitan agua y abono. —les respondió.
Los dos agricultores, curiosos e intrigados por esas semillas tan especiales, decidieron llevarse un puñado cada uno.
¿Cuál sería el secreto que escondían? ¿En qué se convertirían?
Una vez en sus tierras, los agricultores plantaron las semillas y siguiendo las indicaciones del mercader, empezaron a regarlas y a abonarlas con mimo.
Pero pasaban los días, las semanas y los meses y, mientras las demás semillas ya habían crecido (y sus plantas dado sus frutos), las semillas de bambú no germinaban, no pasaba nada.
Entonces, uno de los agricultores, muy enfadado de estar trabajando en vano, le dijo al otro:
—Aquel viejo mercader nos engañó con las semillas. ¡De estas semillas jamás saldrá nada!.
Y entonces, preso de la rabia, decidió dejar de cuidarlas.
Aún así, y aunque tampoco daba saltos de alegría, su amigo decidió que, ya que estaba, seguiría regando y abonando las semillas como un último acto de fe y porque, al estar dentro de su rutina, no le costaba mayores sacrificios.
Siguieron pasaron los meses.
Y luego un año entero.
Y dos.
y tres…
Hasta 7 —sí, 7— cuando entonces «chas», sucedió la magia y, en solo 6 semanas, el bambú creció, creció y creció… hasta los 30 metros.
Entonces, ¿cómo era posible que el bambú tardara 7 años en germinar y que en solo 6 semanas pudiera alcanzar ese gran tamaño? ¿Creció en un plazo de 6 semanas? ¿Era eso viable?
Pues claro que no.
En realidad, las semillas necesitaron 7 años y 6 semanas.
En los 7 primeros años, el bambú tuvo que generar un sistema de raíces complejo y necesario para luego poder crecer de una forma tan rápida.
No estaba inactivo, estaba preparándose.
Momentos de Reflexión
Muchas veces estamos en un proyecto, en una relación, en cualquier actividad que se te ocurra y, como no vemos resultados «rápidos», sayonara: lo abandonamos.
¿Y por qué?
Porque en este mundo de «lo quiero para ayer», nos puede la impaciencia.
El cuento nos sugiere que el resultado, la solución o la recompensa que buscamos puede estar a la vuelta de la esquina y que mejor no darnos por vencidos a la primera de cambio.
En esta sociedad en la que parece que la inmediatez es un factor indispensable para el éxito cuesta recordar —saber, lo sabemos— que el éxito real y duradero requiere mimos, crecimiento y tiempo, mucho tiempo.
Si te encuentras en un momento en el que parece que no pasa nada o en el que te sientes estancado, antes de desesperarte, no desistas y recuerda al bambú japonés.
Lo más seguro es que, como él, estés echando raíces y madurando el proceso necesario para luego poder sostener las cosas buenas que te lleguen, que te llegarán.
Paciencia, dedicación, cambios, coherencia y tiempo.
Al fin y al cabo, la cocina de chup chup para el mejor guiso, ¿no?