Lo reconozco: hay libros con títulos tan chocantes (y provocativos) que me seducen a la primera.
Es lo que me pasó el día que me crucé con El cerdo que quería ser jamón.
El subtítulo tampoco estaba nada mal («Y otros noventa y nueve experimentos para filósofos de salón») por lo que, después de leer la contraportada, no había otra: tenía que venirse conmigo a casa.
Y se vino, claro.
Su autor es Julian Baggini y recapitula situaciones que plantean dilemas morales o filosóficos que nos invitan a pensar un poco, justamente uno de los objetivos de este blog.
De los 100 «experimentos» hay pocos que no me hayan llamado la atención, pero hay 12 que me han conquistado del todo.
Hoy te traigo uno de ellos, aunque quizás más adelante rescate otro. (Es que ha sido todo un suplicio tener que escoger 1 de los 12, y de los 100, de verdad).
El fragmento elegido pertenece (o se inspira, no me queda claro) en Investigación sobre el entendimiento humano [David Hume, 1748].
Te dejo ya con él y la reflexión de Baggini, a ver qué te parece.
El indio y el hielo
Dhara Gupta vivió toda su vida en un pueblo próximo a Jasailmer, en el desierto de Rajastán. Un día, en 1822, mientras preparaba la cena, sintió un alboroto. Alzó la vista y descubrió que su primo Mahavir había regresado de un viaje que emprendiera hacía dos años. Tenía un aspecto saludable y durante la cena les contó sus aventuras.
Narró historias de ladrones, animales salvajes, grandes montañas y otro lugares y aventuras increíbles. Pero lo que realmente dejó pasmada a Dhara fue que asegurase haber visto algo llamado «hielo».
«Llegué a regiones donde hacía tanto frío que el agua dejaba de correr y formaba un bloque sólido y translúcido —contó Mahavir—. Lo más asombroso es que no existe un estado intermedio en que el líquido se espese. El agua que fluye libremente está solo un poco más caliente que la que se ha solidificado».
Dhara no quería llevar la contraria a su primo en público pero no lo creía. Lo que este describía contradecía toda su experiencia. No creía a los viajeros que hablaban de dragones que exhalaban fuego. Tampoco creía ese disparate sobre el hielo. Se consideraba, con razón, demasiado inteligente para creerlo.
…
¿Cómo podía tener razón Dhara cuando, en cierto sentido, estaba tan claramente equivocada? Sabemos que la descripción de hielo de Mahavir no era una fantasía equiparabale a los cuentos de dragones, sino una descripción precisa de lo que le sucede al agua en el punto de congelación.
Dhara estaba en lo cierto en el sentido de que a veces nos equivocamos razonando correctamente. Pensemos, por ejemplo, en los planes de enriquecimiento rápido. La mayoría de los usuarios del correo electrónico recibirá casi a diario mensajes que prometen enormes riquezas con un «pequeño» desembolso. Como se trata casi sin excepción de fraudes y llevaría demasiado tiempo investigar uno a uno sus credenciales, el único curso racional de acción consiste en hacer caso omiso de ellos. No obstante, eso significa que es posible que un día dejemos pasar una oportunidad genuina y nos privemos de una gran fortuna. Ese correo electrónico en particular no sería un fraude, pero, en buena medida, habríamos razonado correctamente al concluir que probablemente lo era.
El mismo planteamiento general es aplicable a Dhara. No deberíamos creer todo lo que nos dicen sobre el funcionamiento del mundo natural. Cuando alguien nos diga que puede levitar, parar relojes con la mente o curar enfermedades con cristales, nuestro escepticismo estará justificado. Nuestra experiencia pasada nos dice que tales cosas no suceden y que, siempre que se han afirmado que han ocurrido han faltado las pruebas que las confirmen o se ha descubierto el fraude. No es preciso pensar que quienes defienden tales cosas sean unos estafadores: simplemente puede que estén equivocados o que basen sus afirmaciones en razonamientos defectuosos.
El problema reside, sin embargo, en que a veces sucede algo que nos obliga a reconsiderar lo que creíamos saber. No podemos descartar una idea simplemente porque no encaje con nuestras creencias actuales. Antes bien, necesitamos muy buenas razones para hacerlo, porque lo firme y establecido ha de pesar más que lo defendido por un individuo o un pequeño grupo que lo cuestiona.
He aquí el problema de Dhara. El testimonio de una persona, incluso si se trata de su primo, no es lo bastante fuerte para contradecir sus conocimientos del mundo natural, en el que los líquidos no se transforman en sólidos a una temperatura aparentemente mágica. No obstante, debe aceptar también que, a diferencia de su primo, ella no conoce esas regiones más frías. Por consiguiente, su experiencia es limitada, pero, más allá de ella, solo cuenta con la palabra de su primo. Al negarse a creerle, ¿estrechó en exceso los límites de su conocimiento? ¿O equivocarse en esta ocasión era el precio que debía pagar por no ser crédula y equivocarse en muchas otras situaciones?’
Apuntes finales
Al transcribir el texto original y comentarlo, Julian me ha hecho todo «el trabajo», pero ahí va una pequeña aportación, por si te anima a seguir pensando, debatir o enfurruñarte conmigo concluyendo algo distinto, que puede ser.
1) Teniendo en cuenta que la verdad única me queda a desmano, si tú me dices que hablas con los fantasmas o que las nubes te han descubierto las verdades del universo, voy a tomarlo como verdad: tu verdad y tu experiencia.
Puede que no te entienda, cierto, pero a estas alturas conozco de sobras el límite de mi capacidad y sé que ésta no puede llegar a todo (mal que me pese, porque molaría un montón entender todos los misterios de la vida).
2) Otra cosa distinta es que me digas que si compro el artilugio «tralalá» contactaré con el más allá. O peor: que me insistas. (Si tienes que insistirme es que me muestro demasiado escéptica por lo que no me voy a obligar a ello: si no tengo fe, seguro que no me funciona). Eso sí, si a ti te funciona, te respetaré. Al fin y al cabo, cada uno tiene que decidir qué le es útil, qué le sirve y qué le acerca a lo que anhela, sea un objetivo o un valor. Vamos, yo no soy quién para decirle a alguien que no ve fantasmas de la misma manera que si viviera en el desierto y no hubiera visto nunca el hielo, erraría llamando mentiroso a mi primo explorador. Paso: si él ha visto una cosa llamada hielo, pues estupendo, aunque se escape a mi comprensión.
¿Te pongo un ejemplo? Yo he tomado Flores de Bach en 4 ocasiones distintas, ninguna de ellas con cambios que yo pueda considerar perceptibles o dignos de mención, pero esa es solo mi experiencia. Por el contrario, conozco gente que se ha sentido mucho mejor después de tomarlas y que recurren a ellas cada vez que se encuentran de bajón. Y ¿sabes qué? Me parece estupendo. ¿Quién soy yo para contradecir su experiencia? De la misma manera, a mí también me han servido otras distintas que podrían considerarse locas o imposibles.
Tampoco leo (ni tan solo veo) auras ni hablo con los ángeles, pero hay gente que sí. Y me parece estupendo. Y si fuera tu caso y nos encontráramos y se diera el momento, me encantaría que lo compartieras conmigo, por si pudiera aprender de algo de tu realidad. Y, de ser así, sería estupendo.
3) No todo sirve para todo el mundo, ni tan siquiera este simple entrada al blog. Pero si hay alguien a quien le pueda servir para pensar un rato, ¿por qué no publicarla?