¿Hace un nuevo cuento para reflexionar un rato conmigo?
La decisión es tuya, faltaría más; pero yo, como siempre, te voy a seguir dando la oportunidad.
El cuento
Érase una vez un joven novicio y su viejo maestro cruzaban un río a bordo de una pequeña barca.
Era pleno invierno, estaba oscureciendo y hacía frío. Además el viento era fuerte, la visibilidad no era buena y la superficie del agua estaba cada vez más agitada.
El novicio estaba inquieto: su embarcación parecía muy precaria y no se sentía seguro. Encima, había empezado a llover, pero seguía remando en silencio, junto a su maestro.
Por si fuera un poco, el joven divisó una barca que parecía descontrolada y que se dirigía hacia ellos.
Descontrolado por el muedo soltó sus remos y exclamó señalando la barca:
―Mire, maestro: ¡ese barco viene derecho hacia nosotros! ¡Y, menudo viento! ¡No podemos maniobrar! ¡¡Va a chocar con nosotros!! ¿Qué hacemos, maestro? Dígame, ¿¿¿Qué hacemos???
Pero, nada, el maestro no se inmutaba y seguía remando.
Fue entonces cuando novicio se levantó y comenzó a gritar hacía el barco.
―¡¡Ehhhhhhhhhh, usteeeeeed, el de la barcaaaaaa!! ¿¿Pero no ve qué hace?? ¡Su embarcación viene derecha hacia nosotros: vamos a chocar! ―¡¡Por favor, esto es una locura!! ¿¡¿Quién es el loco que dirige esta barca y no contesta???
A medida que se iba acercando la barca, el alumno vislumbraba una vaga forma e inmóvil cerca del timón, así que el novicio tomó aire y volvió a llamarle la atención gritando incluso más fuerte, pensando que estaba dormido.
―¡¡Señooooor, usted, el de la barca, despiértese, muévase, vamos a chocar!
Pero, nada, no obtenía respuesta alguna y su maestro seguía remando tan tranquilamente (a pesar de todo).
El novicio perdió entonces los nervios, entró en cólera y empezó a dirigir todo tipo de insultos y amenazas al señor de la barca.
―¡¡Te vas a enterar, maldito!! ¡¡Eres el demonio!! ¡¡Cuando te pille, te vas a acordar de mí el resto de tu vida, desgraciado, que eres un desgraciado!!
(o algo así).
Pero, la barca seguía acercándose cada vez más y el novicio empezaba a prever el final de sus días (y los de su maestro, que parecía que no se enteraba de nada).
Se acercaba el fin de los fines cuando, de pronto, un remolino de la corriente, o quizá un gesto hábil del maestro, o los dos a la vez (vete tú a saber) evitó la colisión y se salvaron.
Menuda suerte, sí.
No recobrado del susto, justo a1 pasar al lado de la otra embarcación, el joven monje y su maestro se dieron cuenta de que no había nadie a bordo, solo una bolsa hinchada que es la que el novicio había tomado por la forma de un hombre dormido.
El maestro se volvió entonces hacia su pupilo y le preguntó:
―Dime, ¿contra quién estás ahora enfadado?
Para reflexionar
Ay con el novicio y sus miedos que no le dejan ver la situación desde la calma, ayyyyy.
¿Hubiera reaccionado distinto si hubiera hecho un día soleado, no desconfiara en la barca y, sobre todo (y ante todo), se hubiera despertado de mejor humor?
Por supuesto que sí, pero está claro que el chico se levantó torcido y que tenía un mal día (y no tanta sabiduría como su maestro, que reacciona con la calma, aunque que por algo es el maestro, ¿no?).
Incluso hubiera reaccionado de forma más racional si hubiera sabido que el hombre malo era solo una bolsa y que mejor tomaba las riendas de la situación sin depender de nadie más, solo de él y de sus decisiones.
Pero es que, además, el pobre novicio tiene que lidiar con la postura zen de su maestro (¿hay algo más desesperante que estar desesperado y sentir la indiferencia de tu alrededor?) y la no reacción de ese «hombre» que niega responsabilizarse y evitar el desastre. (Vale, no hay hombre ni maldad, pero esa es su percepción).
Lo que está claro es que, a veces (cuando no muchas), los nervios, la actitud y una tendencia a culpar a ese destino que siempre está en contra de nosotros (y que, encima, no para de elegirnos entre los billones de habitantes de la Tierra, para seguir fastidiándonos y divirtiéndose a nuestra costa poniéndonos en frente a los energúmenos más retadores y a las peores trabas, día tras día) no nos ayuda mucho…
Pero, ¿es eso así?
No, pero es que lo de la suma de fatalidades en un solo día sacan el animal que llevamos dentro. A no ser que seas un maestro zen (lo sepas o no), o la providencia esté de tu parte.
Bueno, pues yo entiendo y compadezco al novicio. Es más, confío plenamente en él: seguro que la experiencia le servirá para encontrar nuevos prismas y hacerlo mejor la pŕoxima vez que se encuentre en una situación potencialmente de desesperación. Entonces, ese día, será algo más estoico, mucho más zen y recordará que la vida es aprender.