A ver si te reconoces en alguna de estas tres situaciones:
1) Quieres llorar, pero te han dicho que llorar es de débiles.
2) Tienes miedo, pero te dicen que tienes que ser valiente.
3) Necesitas gritar «es SUPER INJUSTOOOOO», pero resulta que te dicen que es inmaduro.
Hoy vamos a reflexionar sobre la importancia de expresar cómo te sientes y lo que representa para nosotros la validación emocional.
¿Qué consideras ‘importante’ para sentirte ‘bien’?
(Tienes dos minutos para responder)
¿Lo tienes?
Si es así, es muy probable que una de las respuestas haya sido algo así como: «sentirme valorado/a».
Una respuesta que, además, si lo piensas bien, es de lo más completita, porque aúna aceptación, respeto y cariño.
Porque sí, absolutamente todos queremos ser justamente eso: ser valorados, respetados y queridos.
Y es que, si no, una de dos: o somos de otro planeta… o somos de otra galaxia.
De una manera inconsciente, buscamos una pertenencia de grupo, algo que nos viene de fábrica y una necesidad intrínseca a nuestro cerebro reptiliano. (Incluso los más rebeldes buscan un sentido de pertenencia, aunque sea a un grupo inusual).
Es más, buscamos la aceptación en todos los aspectos y áreas de nuestra vida: en la familia, en el trabajo, con los amigos e, incluso, en el vecindario.
El dilema (y reto) es cuando pensamos que, mostrándonos tal y como somos, conseguiremos todo lo contrario: el mayor de los rechazos.
Y eso estaría ligado a las creencias falsas que aprendemos desde la infancia.
Recuperando los ejemplos del principio:
1) Ser fuerte significa no llorar.
2) Ser valiente es no tener miedo,
3) Enfadarse es inmaduro.
El reto está cuando estos (u otros) sentimientos etiquetados como «inapropiados» afloran en ti porque, entonces, ¿qué haces? ¿Te los quedas para ti e intentas controlarlos? ¿Decides mostrarlos tal cual?
Y el problema es cuando, al compartirlos, incomodan a quien tienes enfrente y, entonces, una de tres: 1) le quitan importancia, 2) cambian de tema o 3) te echan la caballería encima por sentirte como te sientes.
Recapitulemos: te acabas de compartir y no has encontrado la acogida que necesitabas. Para la próxima vez, ¿pensarás hasta 10 antes de decir nada?
Pues, visto lo visto, seguramente te contestarás con un «sí, a la siguiente, me callo». (O no, pero es normal que te sientas mal: 1) no te ha servido nada y 2) te has mostrado vulnerable.
Aunque la intención de quien no te valida no tiene porque ser mala (puede que no lo sepa hacer mejor, sé compasivo) está claro que si te dice cosas del estilo «ya pasará», «qué inmaduro» o «menuda estupidez», no te hará ningún bien.
Como ser humano, tú sientes más allá de lo que la sociedad decida que es lo correcto.
Y si, vas a sentir impotencia, ira, envidia, orgullo…
Podrás hacer dos cosas: aceptar esas emociones, aprender de ellas y trascenderlas o culparte por sentirlas.
Pero sí, de primeras, reconócelas, que no pasa nada ¿Por qué te vas a reprimir?
¿Necesitas llorar? Llora.
¿Te sientes la persona más pequeña del mundo? Pues vale, no pasa nada: crecerás.
¿Necesitas gritar «es injusto»? Pues grítalo.
Seguro que alguien te entiende y te regala una sonrisa de apoyo.
¿Terminamos con un guiño de validación?
Lo haremos con una canción.
Y atención con el estribillo: «It’s my party if I cry if I want You…. You would cry tooooo… if it happens to Youuuuu (Es mi fiesta y lloro si quiero, que si te hubiera pasado lo mismo a ti, tú también llorarías).»
Dale al Play.
Adaptada al tema de hoy, una versión de la canción podría ser algo así como «valídame como yo me he permitido y empatiza conmigo que un día puede pasarte a ti y ya verás como puede que necesites esa mano amiga…»
¿Es o no genial que haya una canción que reclame ese poder?
Leslie Gore pide abiertamente la empatía de quien la escucha invitándole a ponerse en sus zapatos. Ole por ella.
En un próximo post, 7 razones por los que la validación es importante.