… ¿quién sabe?
Hoy toca un cuento que invita a aceptar mejor los designios de la vida.
Es sufí, pero todas las culturas tienen sus propias versiones.
De hecho, la primera vez que escuché lo del «buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?» fue en el colegio. Y era uno gestionado por los hermanos de la Salle.
Sea porque el hombre lo repitiera muchas veces o lo dijera una sola (y me quedara grabado), cuando me he vuelto a encontrar con lo de la «buena suerte» (en cualquiera de sus variantes) me recuerda al Hermano Sitjar. Lo qué es la vida.
La sencillez del cuento esconde una gran verdad. Y es que, ¿acaso estás 100% que esto que te ha pasado hoy va a ser bueno (o malo) en tu vida?
La valoración tendrá que ser en perspectiva.
Me he tomado la libertad de bautizar a los protagonistas de la historia. Sin más preámbulos, te presento a Aymán, que significa (afortunado en árabe), a Kadin y a Bilal.
Ahí va.
El cuento
Érase una vez una vez un hombre que vivía con su hijo en su granja.
Se dedicaban a trabajar la tierra y tenían algunas gallinas y otras tantas cabras.
Su bien más preciado era un caballo para la labranza, perfecto para cargar las cosechas.
Pero una mañana, el caballo saltó por encima de las bardas y se escapó.
Tenían también un vecino, Bilal, al que le faltó tiempo para acercarse cuando se enteró de lo ocurrido.
—Tu caballo se escapó, ¿que harás ahora sin él? Se te avecina un invierno muy duro, Aymán. Desde luego, ¡qué mala suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
—¿Buena suerte, mala suerte? ¡Solo Allah lo sabe!
Al cabo de un tiempo, el caballo volvió a su redil. Y vino acompañado con diez caballos salvajes a los que se había unido.
El vecino volvió a la granja.
—Menuda buena suerte la tuya, Aymán: No solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más! Podrás dedicarte a la cría de caballos y venderlos más tarde.
El hombre lo miró y le dijo:
—¿Buena suerte, mala suerte? ¡Solo Allah lo sabe!
En esto que una tarde, Kadin, el hijo del granjero, estaba montando uno de los caballos salvajes para domarlo y patapam: cayó al suelo y se partió la pierna.
Y Aymán, claro, volvió a tener la visita de Bilal.
—¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se ha lesionado y no podrá ayudarte. Siendo tú tan viejo, ¿cómo te vas a apañar?
A lo que el granjero le contestó…
—¿Buena suerte, mala suerte? ¡Solo Allah lo sabe!
Pero no acaba aquí la historia porque, al cabo de nada, el país entró en guerra y el ejército empezó a reclutar a todos los jóvenes…
Y, ¿sabes qué? Al hijo de Bilal lo llevaron al campo de batalla pero a Kadin, como no podía andar, lo declararon «no apto».
Nuevamente, el vecino corrió a la granja y le faltó tiempo para decirle a Aymán:
—Se llevaron a mi hijo por estar sano y fuerte, y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!
A lo que nuestro protagonista contestó:
—¿Buena suerte, mala suerte? ¡Solo Allah lo sabe!
Momentos de Reflexión
Está claro que las grandes adversidades no siempre suponen desgracias ni que una buena noticia es garantía del éxito y la felicidad.
Pierdes el trabajo, y te sale otro mejor.
Te dan una semana extra de vacaciones, y pillas la gripe.
Te deja tu pareja, y aparece tu alma gemela.
Te toca el bote de la lotería y…
Mejor coger perspectiva y relativizar.