¿Tú lees los prólogos de los libros?
Yo, no siempre (y, si son largos, ni me lo planteo), pero reconozco que la mayoría de las veces no me arrepiento porque siempre me acaban ubicando mejor en una historia o en un planteamiento (si es un ensayo).
Al final, todo influye en todo: y las circunstancias y la perspectiva del autor pueden ayudarme a entender mejor el porqué de las páginas venideras, sobre todo en las novelas, que leo más bien pocas, también te lo digo.
Con el arte, la música o el cine me pasa algo distinto: no necesito información previa del autor y de su mundo. Si su obra me conmueve y me despierta «algo», y entonces me apetece saber más de él, ya indagaré sobre cómo eran sus días más adelante. Si no, le agradeceré su regalo sin más.
Supongo que es porque no busco lo mismo en una melodía o en una obra plástica (que sería emoción o verdad) que en un libro (acercarme a la complejidad del ser humano y sus relaciones con el otro para entendernos ―entenderme― un poquito más).
Y, bueno, de ahí también mi relación con el prólogo y esa duda de darle o no una oportunidad de que «me ilumine».
La sorpresa es cuando ya el prólogo es una joya de por sí y te regala reflexiones más allá de la historia que te presenta.
Hoy convierto en destello un pequeño fragmento del prólogo de Mercè Rodoreda para su libro Espejo roto (Mirall trencat en su versión original), un libro que leí (por obligación) en mi etapa estudiantil. No recuerdo nada del libro (más allá de que conocía las calles de las que hablaba), pero sí que me quedó grabado un comentario que la autora hace en el prólogo, el siguiente:
Este pequeña reflexión convertida en cita es un comentario de un parte del prólogo que Rodoreda dedica a la inocencia de sus personajes. Al final del destello encontrarás una parte más extensa en su versión castellana y también en su versión original, por si te apetece contextualizarla un poco más.
PROPUESTA: inspirándote en el comentario de Rodoreda, observa los cultivos de tu huerto álmico. Quizá es hora de arrancar los hierbajos y asegurar la buena cosecha… ¿Lo harás?
AUTORA: Mercè Rodoreda.
CATEGORÍA: Cuidemos nuestro huerto álmico.
(…) Pero soy una persona como las otras, cargada de personalidades y quizás la más marcada de mis múltiples personalidades es un tipo de inocencia que me hace sentir bien en el mundo donde me ha tocado de vivir.
Por deseo de escribir con una cierta idiosincrasia, he cultivado, desde hace muchos años –y esto es inocencia–, un tipo de pureza –que en el fondo debe querer decir ser uno mismo– con el mínimo de adulteraciones posible.
He cultivado el olvido de todo el que me ha parecido nocivo para mi alma y he cultivado la admiración por las cosas que me hacen un bien: por el quieto poder de las flores que me procuran momentos inefables, por la lenta paciencia de las piedras preciosas, máxima pureza de la tierra, por los grandes abismos de este cielo tan próximo y tan lejano a la vez, donde brillan y tiemblan todas las constelaciones.
Esto hace que haya pasado tiempos rudos y rudezas de todo tipo sin que todo ello me haya marcado profundamente.
No quiero decir que la maldad y la perversidad no me acongojen; suscribo la frase célebre: «Nada de lo que es humano me es extraño». Pero la inocencia, porque forma parte importante del mi temperamento, me desarma y me enamora. (…)
(…) Però sóc una persona com les altres, carregada de personalitats i potser la més marcada de les meves múltiples personalitats és una mena d’innocència que em fa sentir bé en el món on m’ha tocat de viure.
Per desig d’escriure amb una certa idiosincràsia, he cultivat, des de fa molts anys –i això és innocència–, una mena de puresa –que en el fons deu voler dir ser un mateix– amb el mínim d’adulteracions possible.
He cultivat l’oblit de tot el que m’ha semblat nociu per a la meva ànima i he cultivat l’admiració per les coses que em fan un bé: pel quiet poder de les flors que em procuren moments inefables, per la lenta paciència de les pedres precioses, màxima puresa de la terra, pels grans abismes d’aquest cel tan proper i tan llunyà alhora, on brillen i tremolen totes les constel·lacions.
Això fa que hagi passat temps rudes i rudeses de tota mena sense que tot plegat m’hagi marcat profundament.
No vull dir que la maldat i la perversitat m’acorin; subscric la frase cèlebre: “Res del que és humà no m’és estrany”. Però la innocència, perquè s’adiu amb una part important del meu temperament, em desarma i m’enamora. (…)