Esta mañana me he levantado con una pregunta: ¿Y si replanteásemos nuestras vidas inspirándonos en una pizza?
Y es que, si lo piensas bien, la mejor pizza del mundo no necesita que lleve piña; ni tampoco setas silvestres, foie o tiras del pollo de corral al curry verde; le basta con el tomate, la mozzarella y unas hojas de albahaca.
Me quedó clarísimo hace unos años viendo un reportaje en la tele (de esos que te encuentras de casualidad, haciendo zapping) sobre la ciudad de Nápoles. En él, visitaban una pizzería centenaria que llamó toda mi atención.
De hecho, fíjate hasta qué punto me fascinó que me faltó tiempo para apuntar su nombre, por si un día viajaba a Nápoles, para tenerla en cuenta.
(Sí, lo sé, soy un poco freak).
Recuerdo que me pareció fascinante (todavía me lo parece) que el local, desde que abriera sus puertas, decidiera que únicamente iba a ofrecer dos tipos de pizza, una apuesta que, más de cien años después, sigue manteniendo.
Las pizzas que ofrece sos estas: la margherita (sí, la hermana «pobre» de esas listas interminables de pizzas cada vez más gourmet ― y que recordemos solo lleva tomate, queso y albahaca―) y la marinara (de tomate ajo, aceite y orégano).
Una oferta culinaria limitadísima, cierto, pero parece ser que más que suficiente para asegurar el éxito del negocio y la satisfacción del cliente, que es el otro apunte importante: en el reportaje ya no solo comentaban que el restaurante siempre estaba lleno, sino que los comensales salían afirmando que nunca habían comido mejores pizzas que esas.
Ojo, que no se nos escape el detalle: la pizza más básica convertida en la reina mundial de las pizzas…
Y puede que te parezca una tontada, lo acepto de mano, pero a mí me hizo pensar en 1/ la perfección de la simplicidad, en cómo unos pocos ingredientes básicos puede darte la clave para conseguir la mejor de las pizzas, 2/ que el leit motiv del pizzero del local es saber que te sirve una pizza deliciosa, sabiendo que aunque sea básica, no le falta de nada; y 3/ que suficiente oferta es suficiente, que lo demás, sobra.
Ya ves, así estoy, recordando el episodio pizza napolitana mientras viajar a Nápoles nos puede parecer ahora una utopía, pero creo que esta historia napolitana puede extrapolarse a nuestras vidas, que puede completarse a esa decisión de Hércules que ya vimos el otro día y que, además, podemos tomarla como excusa para hacer un pequeño experimento.
¿Hace?
Pizzeros de nuestras propias pizzas
Vale, pensemos que la vida es una pizza. En estos momentos, ¿qué lleva la tuya? ¿le sobra o le falta algo?
Espera, todavía no contestes, que (ya que estamos confinados y un poco aburridos) se me ha ocurrido una idea: vete a por bolígrafo y papel (o lápiz y cuaderno; o rotulador y cartulinita, no importa) y seguimos.
¿Todo listo?
Pues, ale, a desmelenarse.
1/ Dibuja tu masa de pizza (preferiblemente redonda).
2/ Opcionalmente, hazle ocho particiones a la pizza: puede que algunos ingredientes puedas agruparlos, aprovecha esas particiones como si fueran categorías (familia, trabajo, ocio….).
3/ Incorpora los ingredientes actuales [aquellas cosas a las que dedicas tiempo] y en ningún caso dejes intimidarte por la pizza margarita. Obviamente, escríbelos, que si no luego fijo que te costará identificar que significaba ese tipo de pepperoni dibujaste. Eso sí, si quieres, utiliza distintos colores, para diferenciarlos.
4/ Cuando tengas tu pizza, échale un vistazo ¿Hay muchos ingredientes? ¿Más bien pocos? ¿Crees que deberías cambiar alguno? ¿Identificas algunos que te hayan sido impuestos o sugeridos desde el exterior (familia, amigos, sociedad)? ¿Cuáles de ellos los has escogido realmente tú de forma consciente?
Plantéate si la «piña» va por defecto (porque siempre pensaste que la pizza la llevaba, porque así lo aprendiste o lo viste en tu entorno) o porque realmente quieres que la lleve…
La doctrina escéptica resulta terriblemente actual, y puede enseñarnos a paliar los duros –y siempre estrechos de miras– dogmatismos (filosóficos, políticos, religiosos, científicos) que planean sobre nuestra urbe de conocimientos. Una corriente que, además, aboga por la tranquilidad de ánimo y por aminorar nuestras pasiones en la medida de lo posible. El escéptico, a fin de cuentas, no es más que un médico del alma que nos ayuda a sobrevivir en medio de los dogmáticos, de aquellos que creen haber alcanzado, de una vez para siempre, la verdad.
Apuntes finales
Vaya por delante que a mí me encanta la pizza de berenjena y cebolla caramelizada; y también la de salmón (si puede ser con un huevo encima); y ni te cuento cómo que me gusta la de brócoli con queso de cabra (vamos, mucho), pero no se me ocurriría hacer la pizza con todo a la vez. Según el viernes (día de pizza en casa), pues me decanto por una o por otra.
La vida no es una pizza semanal, así que la decisión tiene mayores consecuencias. Pero creo que bien merece la pena escoger los ingredientes de una forma más consciente. Además, ya que estamos, también te propongo bautizarla (y, por supuesto, con un nombre bonito).
Como sugerencia final, te propongo tener una cita con tus valores principales, seguro que el hecho de identificarlos te ayuda una creación pizzera incluso más acorde a lo que eres hoy.
Pero la primera pregunta clave que tienes que responderte es si aceptas mi invitación…
CURIOSIDADES:
1/ el local es L’antica Pizzeria Da Michele. Todavía no he ido a Nápoles, pero lo he buscado y ahora tiene hasta web; y 2/ los pizzaioli napolitanos son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2017.