Lo reconozco, a veces divago sobre el tiempo.
Y entonces me pongo a pensar sobre su gestión, «su» productividad y ese supuesto superpoder (¿habilidad? ¿talento?) potencial que parece que a todos nos viene de fábrica para adaptar una hora a lo que podríamos llamar IRP (Índice de Rendimiento Preestablecido).
Pero, vamos:
1/ Una hora es una «simple» hora, y no tiene más minutos que la anterior ni más que la siguiente: 60.
2/ No somos robots con una consola en la que podemos ajustar unos parámetros determinados para definir una agenda que luego se cumpla a rajatabla y evite cualquier interrupción, imprevisto o sobresalto.
Y es que el tiempo es un concepto, no una materia moldeable que se contorsione para dar una solución al archiutilizado «es que voy a tope, no llego a todo».
Además, sería una trampa, porque estoy segura de que cuando vieras que podías llegar a X, te autoexigirías (o peor: te exigirían) llegar a X+1. Y cuando llegaras al +1, asúmelo ya, vendrían seguidos el +2, el +3, el +4, el +5… Y así, hasta el infinito.
¿O no has cedido alguna vez para encontrándote luego en una situación en la que, a tu pesar, sigues cediendo y abarcando más y más (y todavía más)?
Quizás por eso uno nunca puede llegar a todo, porque ese «todo» es el que hacemos moldeable y cada vez más amplio.
Es genial llevar una agenda porque nos ayuda a organizarnos pero ¿no se nos está yendo de las manos? ¿En qué momento se decidió que para una vida plena tenemos que estar ocupados en cada momento y que si está «vacío» podemos llenarlo?
O más grave: ya no es que se pueda llenar, sino que «debemos» llenarlo, a no ser que queramos convertirnos en un completo fracaso gestionando el tiempo…
(Y ahora me gustaría ver la cara de nuestros ancestros al vernos tan preocupados por dedicarnos a estos malabares….)
Veamos dos situaciones tipo (puede que algo exagerada, pero yo creo que en las exageraciones se encuentran los puntos medios):
—¿Lo has conseguido? ¿Has cumplido todos los tiempos agendados? ¡Enhorabuena, menuda efectividad y qué buen trabajo!
—Muchas gracias, aunque creo que lo hubiera podido hacer mejor. La verdad es que ha sido un poco estresante, porque claro, a parte del nuevo proyecto tuve que seguir con las otras tareas, pero celebro haber cumplido con las fechas y…
—Claro que sí. Sabía que podías con todo. Y ya verás el nuevo proyecto, ¡es adrenalina pura!
[…]
—¿No lo has terminado? Qué mal gestionas tu tiempo, ¿no?. Vamos, que luego te preguntas por qué siempre vas a la carrera. ¿Has probado ya la técnica pomodoro? O mejor, habla con Fulanit, que es un crack de la organización y que utiliza unas apps de productividad que dice que son la bomba, seguro que alguna te ayuda…
—Pues, con todos mis respetos, no: vamos, no creo que me ayude el pomodoro este del que me hablas ni la nueva aplicación de turno que vaya a motorizar mi performance (si se suceden tan rápidamente, ¿será que quizás no son la panacea?) pero vamos, gracias por hacerme sentir lo peor de lo peor durante un momento, aunque gracias a los cielos luego me haya dado cuenta de que «solo» es un choque de prioridades, valores y de cómo tú y yo nos movemos en la vida. No sé, ¿y si mejor hablamos del significado de mi trabajo hasta ahora? ¿O del que podría tener… si me dejarais fluir un poco más?
Madre mía, menudo reto el de la sociedad actual con sus exigencias y esa inmediatez que no nos permite poder parar un momento y preguntarnos qué hacemos y por qué.
(Uf, uf, uf).
Yo no sé a ti, pero, a mí, esto de tener que «controlar» el tiempo y hacerlo todo rápido y para ya mismo ; y dar cabida a los imprevistos; y hacer malabares; y ser la perfección personificada; y estar en mil cosas a la vez; y no poder estar «no disponible»; y tener que acatar con ello porque así alguien un día lo asumió y lo impuso (sutilmente o no), me causa cada vez más yuyu.
Eso, por no hablar de cómo las fechas límites pueden afectar nuestra creatividad, esa capacidad que tenemos todos y a la que, dándole cancha, nos puede llegar a REGALAR (sí, en mayúsculas) los mejores momentos de nuestra vida, aunque no haya un lienzo de por medio, que no todo es pintar.
¿Dónde ha quedado la libertad? ¿La posibilidad del «no» como opción? ¿El momento de pausa y reflexión? ¿La soledad para conocernos cada vez mejor? ¿El disponer tiempo para el aburrimiento? ¿La contemplación sin más? … ¿La posible valoración para esa misma contemplación?
La buena vida
No creo que una mayor productividad signifique necesariamente que haya sido un día 10, y mucho menos, que haya sido un día especialmente mejor que el anterior.
No son escasos los días buenos. Las buenas vidas sí que son difíciles de encontrar. No basta con una vida repleta de días buenos, vividos sensorialmente. La vida de las sensaciones es la vida del que codicia: continuamente exige más y más. la vida del espíritu requiere menos, menos cada vez. El tiempo es amplio, el paso del tiempo es dulce. ¿Quién diría que un día que se pasa leyendo ha sido un día bueno? En cambio, una vida dedicada a la lectura, ésa sí que es una buena vida. Un día que se parece muchísimo a cualquier otro día de los últimos diez o veinte años no parece que sea especialmente bueno Y, no obstante, ¿quién diría que la vida de Pasteur, o la de Thomas Mann, no fueron buenas vidas? ―Annie Dillard. Vivir, escribir.
Entonces, ¿qué podría ser la buena vida para ti?
La buena vida para Annie es la lectura pero tú tienes que encontrar tu propia respuesta, así que hoy mismo podrías decidir identificar qué hace que tus días se conviertan en un ejemplo más de la buena vida que te conecta más con tu interior.
Escribir, pintar, crear, cocinar para los tuyos, bailar en el salón de tu casa, resumir tu día en un haiku, estar con tus hijos, filosofar con tus amigos, cantar, componer canciones, mejorar tu habilidad musical, estirarte por las mañanas… ¿Qué resuena contigo?
Cuestión de prioridades
Personalmente, creo que lo de la buena vida va relacionada con los valores y la coherencia, y que unos y otra nos deberían ayudar a identificar nuestras prioridades, las que sean, que cada uno tiene las suyas.
Para mí, optimizar y simplificar al máximo (que lo hago, en todos los ámbitos), no es para poder «embutir» en la agenda más actividades, compromisos, gente e historias varias, sino todo lo contrario: ese tiempo «extra», esos huecos de agenda, son el destino fluido de lo que crea que necesito en ese momento, sobre todo para «bajarme de la rueda» ya sea revisando la semana, echarme unas risas mirando una película gamberra, idear algo, releer uno de esos párrafos que no hay manera de que entienda, ordenar un cajón o lo que decida sobre la marcha.
Yo creo que hay 3 puntos de vital importancia que jamás de los jamases deberíamos olvidar preguntarnos antes de comprometernos con algo o tomar una decisión:
1) ¿Se acerca a lo que quiero? 2) ¿Es acorde a mis valores? y 3) ¿Qué es prioritario para mí (no para el resto del mundo mundial) en este momento de mi historia personal?
No me refiero a que uno tenga que cambiar de vida drásticamente y dejarlo todo y marchar a descubrir lo que esconde las profundidades de la Antártida, si es que esconden algo, pero sí a introducir pequeños cambios desde ya mismo.
Quién sabe, quizás entonces, chas, aparece la magia.
¿O acaso nunca te has preguntado cómo sería la vida sin tantas métricas, prisas y exigencias? Puede que ahora sea el momento de pasar a la acción y revisar en qué punto de tu vida estás, qué necesitas y te pongas a definir las líneas generales (flexibles, pero claras) de tu buena vida.
Apuntes finales
Aix el tiempo y su gestión y sus métricas y la opinión de los demás con lo que tienes qué hacer y qué producir con él, aix y ayayay.
Yo me reconozco una persona rápida (lo soy) y es verdad que si algo me motiva (y/o sé cómo hacerlo, y me pongo con ello), me concentro tanto que pierdo la noción del tiempo, y me permite acabar las tareas a la velocidad de la luz e incluso salir del paso entre muy bien y requetebien. Y, bueno, estoy segura de que a ti te pasa igual (aunque no sea en lo mismo), pero, ¿eso significa que, entonces, así como por decreto, tenemos que hacer entre más y requetemás?
No, me niego a ello: yo lo que quiero es hacer lo que tenga que hacer haciéndolo lo mejor posible (eso sí) pero luego poder dedicarme a lo que yo escoja que tiene mayor interés para mí, y dar el paso sin un sentido de culpabilidad por no estar produciendo en esta civilización obsesionada con la productividad, cuando deberíamos centrarnos en la excelencia.
¿Difícil y criticado? Por supuesto, pero si no somos nosotros los que hacemos esos pequeños cambios (asumiendo las pérdidas, que has hay), el cambio no es posible.
Sé el cambio que quieras ver en el mundo. ―Mahatma Gandhi
Buscando alternativas, solo se me ha ocurrido una solución ideal: manipular y dilatar el tiempo a nuestro gusto y conveniencia. Déjate, que ese lapso extra nos permitiría reflexionar antes de pasar a la acción en cualquier situación comprometida, evitar un desastre, buscar la mejor solución a un asunto, terminar una tarea, no apurar en algo más de la cuenta o rectificar un error cometido.
Pero naturalmente, eso es imposible; a no ser que seas Evie que, afortunada ella, sí tenía esa habilidad. Y es que podía pausar el tiempo a su antojo (con solo tocarse las yemas de sus índices) y, con una palmadita, dejarle retomar su curso natural.
O sea, que ni tenemos la suerte de Phil, que puede repetir sus días para mejorarlos, ni tenemos una pistola lanzaportales que abre agujeros en el espaciotiempo como Rick, de Rick y Morty, ni podemos detener el tiempo como Evie, que también es un personaje de ficción.
(La serie se llamaba Fuera de este mundo).
Dicho esto, como el tiempo es el que es (voy a dejar lo de los mundos paralelos, que no llego ni queriendo) y reconociendo que solo podemos controlar lo que hacemos con él, solo nos queda una opción: danzar con él poniendo límites en nuestras agendas, no por egoísmo, sino como un acto de amor a nosotros mismos.
Porque al fin y al cabo nuestra vida, nuestro día a día, es la suma de pequeñas decisiones, y de nosotros dependen que vayan hacia los buenos días o la buena vida.