Nos trasladamos al país del sol naciente, a la cuna del zen y de los samuráis para conocer una historia llena de sabiduría que tiene que ver con la ofensa y el cómo hacerle frente.
Te adelanto que el «antídoto» es ponerle una dosis de calma y otra de paciencia y que puede que no estés 100% de acuerdo con la moraleja.
Lo interesante será luego, cuando reflexiones por ti mismo, que de eso se trata: llegar a conclusiones propias.
Quédate, eso sí, con lo que te ayude a vivir mejor y de una forma más armónica.
La leyenda
Había una vez un gran samurái que vivía en un templo en una de las zonas más recónditas de Japón.
Ya anciano, seguía enseñando artes marciales y filosofía zen a sus jóvenes discípulos.
Corría la leyenda en todos los rincones del país que, más allá de su edad, el viejo samurá tenía rival y que sería el vencedor de cualquier combate.
Un día, alguien llegó al templo y por un momento, parecía que no presagiaba nada bueno.
Era un conocido guerrero, diestro en las batallas, arrogante y sin escrúpulos que siempre se jactaba de poder derrotar a cualquier enemigo.
Conociendo la historia que rodeaba al samurái, quería sumar una nueva victoria y así poder aumentar su prestigio.
«Si es tan anciano, no será tan difícil vencerlo», pensaba él…
Una vez en el templo, el guerrero empezó a provocar al samurái.
Comenzó primero a insultarlo pero al ver que las palabras no hací
an ningún efecto,decidió tirarle piedras, escupirle y ofender a sus antepasados.
Y así, durante horas y más horas que, al final, quedaban únicamente en eso: en una provocación.
Porque, ¿sabes qué? Durante todo el rato, el viejo permaneció impasible, ajeno a los esfuerzos del guerrero visitante para que luchara encarecidamente contra él.
Al final del día, exhausto y humillado, el guerrero se retiró y todo en el templo volvió a la normalidad.
Después de cenar, los discípulos del samurái, aun absortos por lo sucedido, decidieron acercarse a su maestro y le preguntaron porque no había respondido a los ataques del guerrero y cómo había soportado tantas ofensas.
Entonces, el viejo samurái, calmado como de costumbre, les respondió con una pregunta:
—Si alguien llega con un regalo y deciden no aceptarlo ¿de quién es el regalo?
—De quién intentó entregarlo —respondieron.
—Lo mismo pasa con las injurias, la rabia, las calumnias, los insultos y la envidia. Cuando no son aceptados, siguen perteneciendo a quien los traía consigo por lo que no pueden afectarte.
Y sus pupilos marcharon a sus habitaciones con una valiosa enseñanza…
Momentos de Reflexión
Bueno, sus pupilos y todos los que conocemos la historia a través del cuento, claro.
De primeras, la postura del samurái no me parece nada fácil porque, como seres sensibles y humanos que somos, diría que la tendencia natural es reaccionar a la ofensa desde la defensiva.
Eso sí, recordando al viejo samurái y recuperando un poco la teoría del cerebro triuno, quizás la próxima vez que te encuentres en una situación que rete especialmente tu paciencia y tu savoir faire, puede que cuentes hasta 10 y decidas aplicar sus enseñanzas.
Y ese sería el puntazo: que, recordando que la ofensa es ajena a ti, ésta te resbale del todo y puedas pasar a otra cosa.
¿Tienes alguna técnica, «a lo samurái sin sable», para que no te afecten los insultos, las críticas y las acusaciones falsas?