¿De qué está hecha el arma más poderosa?
De papel está claro que no pero, ¿será de piedra? ¿Tal vez de hierro?
Para esta entrada, recupero un pasaje de un libro que, en su momento, me gustó mucho y me resonó otro tanto. Al menos, ese es el recuerdo que tengo.
Se trata de Beatriz y los Cuerpos Celestes de Lucía Etxebarría.
Te cuento que estaba entre dos fragmentos y que, al final, he escogido éste por sorteo.
¿Será que debía ser así? Será.
El pasaje en sí.
«En el principio de los tiempos los hombres utilizaban armas de piedra, que se quebraban con facilidad; pasados los siglos las sustituyeron por utensilios de hierro, que si bien eran mucho menos resquebrajadizos, presentaban la desventaja de oxidarse rápidamente. Y entonces a un herrero se le ocurrió la feliz idea de crear una aleación de metales que llamó acero. Pero el acero, para llegar a serlo, debe pasar por las pruebas de los elementos: primero por el fuego, para fundirse, acto seguido por el agua y por el aire, para endurecerse, y finalmente por la piedra, para forjarse. Y por fin se convierte en una espada de acero, la más resistente de las armas.
—Y supongo —dije yo, irónica—, que la moraleja de la historia es que uno sólo se hace fuerte después de superar todo tipo de pruebas.
—Fuerte no. Fuertes lo eran ya la piedra y el hierro —afirmó ella categórica—. Flexible. Ahí radica la diferencia. No puedes sobrevivir si no lo eres.»
Apuntes finales
¿Te acuerdas cuando te decían (te siguen diciendo) aquello de «Tienes que ser fuerte»?
Pues olvídalo: mejor que ser fuerte, es ser flexible.
Y, encima, es mucho más placentero.
Lo que me recuerda al junco y a su capacidad de amoldarse al viento, doblándose con él, pero manteniéndose erguido.
Apuesto a que a partir de ahora mirarás con otros ojos al acero y al junco.
No desestimes sus fortalezas que, además, son flexibles.
Acero, junco… y tú.