Turno para una bella leyenda china, versión oriental del concepto «almas gemelas».
Hay distintas adaptaciones a lo largo y ancho del continente asiático pero todas ellas enlazan el destino de las personas con un hilo rojo.
Lo hacen para que no se pierdan y para que, esos amantes predestinados a encontrarse, se encuentren más allá de tiempo, la distancia y las circunstancias.
Y hasta el momento del encuentro, ese hilo rojo permanecerá intacto: podrá estirarse, contraerse, tensarse e incluso enredarse pero nunca nunca nunca llegará a romperse.
He aquí una de las versiones de esta bella leyenda.
El hilo rojo
Wei Gu era de una familia poderosa y pudiente que vivía en Dulin.
Sus padres murieron cuando él era pequeño, por lo que quería casarse a una edad temprana, para no estar solo.
Sin embargo, todas sus propuestas de matrimonio fueron rechazadas.
Wei Gu viajaba bastante y en una visita turística a Qinghe, se hospedó en un hostal de la ciudad de Song.
Sabiendo del interés de Wei por casarse, un viajero le comentó que había una joven doncella casadera, la hija de Pan Fang, un funcionario del gobierno de Qinghe.
Y entonces, lo invitó a encontrarse con la familia de Pan delante del Templo Longxing.
Sería al día siguiente y Wei Gu estaba impaciente.
No pudiendo dormir de la emoción, cuando la luna seguía esperando el relevo del sol, Wei Gu decidió acercarse al templo.
Ahí, sentado en los escalones, recostado sobre un bolso, había un anciano leyendo un libro bajo la luz de la luna.
Era Yuè Cia`Lǎo, la deidad casamentera.
Wei se acercó pero no pudiendo leer el título le preguntó al anciano.
—Abuelo, ¿qué libro es ese? He estudiado muchísimas lenguas pero la de este libro la desconozco…
El anciano sonrió al chico y le dijo:
—Es un libro que proviene del mundo invisible, no es para los humanos. Por eso no lo puedes leer.
—Entonces, ¿es usted, abuelo, del mundo invisible?… ¿Qué hace aquí? —replicó Wei.
—Bueno, tú eres el que no debería de estar aquí… Llegaste demasiado temprano. Yo, como administrador del mundo de los humanos, puedo hacerlo desde aquí.
—¿Y qué administra, abuelo?
—Los matrimonios de la gente, atándoles con un hilo rojo —dijo el anciano.
—¿Es eso cierto? Mis padres murieron cuando yo era pequeño y me gustaría casarme joven para asegurar descendencia pero hasta ahora, y por más de 10 años, todas las propuestas de matrimonio fueron rechazadas. Ayer me comentaron que la hija del oficial Pang estaba soltera y hoy la voy a conocer… ¿Piensa que puede ser ella?
—No, tu futura esposa tiene ahora casi 3 años y hasta que no tenga los 17 no se casará contigo. En el bolso tengo el hilo rojo que os une, que ata a las parejas una vez están predestinadas a casarse. Es inútil que sigas buscando.
—Pero espera… ¿Quién es ella? ¿Dónde vive? ¿Puedo conocerla? ¿Me llevas a verla? —preguntó Wei Gu.
cVive con una anciana que vende verduras, al norte del hotel donde te hospedas. Ven.
Entonces, el anciano cerró el libro, recogió el bolso y guió al joven Wei Gu hacia el mercado.
Ahí, encontraron a una anciana enferma y con un ojo ciego que sostenía una niña de 3 años, ambas de aspecto poco agraciado, sucio y luciendo harapos.
—Aquí termina tu hilo. Es ella —le dijo el anciano señalando a la pequeña.
—¡¿¿Ella??!
—Sí.
—¿Te estás burlando de mí, anciano? No me gusta la idea. ¿Cómo va a ser ella?… Me abruma la idea, no quiero no pensar en ello… La mataría ahora mismo…
—¿Cómo vas a hacerlo si el destino te unirá a ella?¡Estáis destinados a ser felices juntos, joven.
Enfadado y confundido, y ante la mirada absorta del anciano, Wei Gu dio un golpe a la anciana y la niña cayó al suelo, haciéndose una brecha entre las cejas y empezado a sangrar sin parar…
Aun nervioso (y fuera de sí), el joven volvió a su hostal, recogió sus cosas y decidió volver a casa para olvidar el asunto.
De hecho, siguió proponiendo matrimonio a todas las doncellas casaderas que iba encontrando pero, nada, únicamente sumaba fracaso tras fracaso.
Pasaron los años y casi 3 lustros después, volvío a Song y empezó a trabajar para Wang Tai, un funcionario de defensa.
Al cabo de un tiempo, el oficial decidió entregarle la mano de su hija, una hermosa joven de 17 años.
Wei Gu estaba contento. ¡Por fin iba a casarse!
Y se casó.
Sin embargo, le intrigaba que su esposa siempre llevaba una pequeña flor entre sus cejas y que nunca se desprendía de ella por lo que un día, decidió preguntarle…
—Querida esposa, ¿a qué se debe tu flor entre las cejas?
—Es parte de mi pasado. En realidad no soy hija de Wang Tai, sino su sobrina. Mi padre murió en funciones, así como luego mi madre y mi hermano. Por entonces, yo era un bebé y me trasladaron a vivir a la ciudad de Song donde una mujer, Chen, me cuidó. Ella era pobre pero sobrevimos vendiendo verduras en el mercado. Cuando tenía unos 3 años, un loco golpeó a mi querida Chen y yo caí haciéndome una herida que acabó en una cicatriz. A los 10 años, mi tío vino a por mí y me adoptó. La flor es para disimularla…
Absorto y aturdido, We Gu le preguntó.
—¿Tenía Chen un ojo ciego?
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—En realidad, fui yo quién empujó a Chen…
Y entonces, otra vez confundido, pero lleno de amor, le contó lo sucedido.
Momentos de Reflexión
A mí me parece interesante (cuanto menos, curioso y misterioso) que en casi todas las culturas encontremos leyendas parecidas a la del hilo rojo, historias que sugieran que estamos predestinados a encontrarnos con los que nos vamos encontrando.
Sea cierto o no, tienen un punto mágico y romántico, aunque los hilos no tengan que ser rojos ni los vínculos románticos.