Hace algunos años, conocí a una de las mujeres más estupendas, estilosas, cultas e interesantes en la faz de la Tierra: Isabel, que tiene un puesto de honor en mi ALDELGRAN (ALtar DE Los GRANdes).
Fue en un vagón de los ferrocarriles de mi ciudad, encandiladas por el buen lo.que.sea de un chico joven que se bajó algo antes de nuestra parada, pero no sin antes despedirse de las dos. Y, encima, con una sonrisa de esas sinceras y hermosísimas, tal que así y por qué sí.
En el mismo momento (de verdad que yo no me había percatado de él, seguramente perdida en mis cosas, y creo entender que ella tampoco), nos miramos sorprendidas por ese gran regalo que aquél desconocido nos acababa de obsequiar y del que nunca sabríamos su nombre. Fue entonces cuando empezamos una conversación que duraría hasta esa parada compartida. Al llegar a la calle, intercambiamos nuestros teléfonos.
Y hasta hoy, a pesar de las pausas en la relación y de que yo luego cambiara de ciudad.
Bonito, ¿verdad?
Yo lo vinculo a la magia y al poder de la sonrisa que crea vínculos, duren estos un segundo, un lustro o una eternidad.
Isabel es, pues, la inspiración para esta entrada al blog. Bueno, ella y un libro que me regaló que es precioso, en su contenido y en su edición: se trata de El libro del té de Okakura Kakuzo.
Como homenaje a ese día en el que el destino nos cruzó (y un guiño a ella, que también sigue este blog), decidí buscar entre los marcadores y las anotaciones (que no eran pocas) de la obra y rescatar algunos de sus fragmentos (los que más me gustan) para compartirlos contigo.
Para contextualizártelo un poco, te cuento que el libro fue escrito por Okakura Kakuzo en 1906 y que tenía el objetivo de acercar Japón a un Occidente que desconocía su riqueza cultural, sus costumbres y su filosofía.
El té y su ceremonia (desde los volúmenes del libro sagrado sobre él, el Cha jing, El Clásico del Té, del poeta chino Lu-Yu) iba a ser el perfecto hilo conductor, pero había mucho más. (Vaya que sí, y por eso me quedo con sus extras).
El primer fragmento pertenece al capítulo III (Taoísmo y Zenismo) y el segundo, al V (El sentido del arte).
El libro del Té
Sobre el taoísmo y la relatividad:
Hemos dicho que en el taoísmo, lo Absoluto era lo relativo. En ética, los taoístas negaban las leyes y los códigos morales de la sociedad, porque para ellos el bien y el mal eran cosas relativas. Una definición encierra siempre una idea de limitación. Las ideas de fijeza e inmutabilidad no son sino un alto en el desarrollo. Nuestras ideas de moralidad son hijas de las necesidades de tiempos pasados, ¿pero acaso la sociedad permanece la misma? El respeto de las tradiciones comunales comporta el sacrificio constante del individuo hacia el Estado.
La educación, para mantener una tan fuerte ilusión, encorazona la ignorancia; no se enseña al pueblo a ser virtuoso, sino a comportarse dignamente; somos malos porque somos terriblemente conscientes. No perdonamos a los demás porque nos sabemos culpables, imponemos silencio a nuestra conciencia porque tenemos miedo de descubrir la verdad a los demás; nos refugiamos en el orgullo porque no osamos decirnos esta verdad a nosotros mismos. ¿Cómo puede darse importancia al mundo siendo éste tan ridículo? Puede incluso comprarse una religión que no sea sino un ritual de moralidad santificado con flores y música. Dejad los accesorios; ¿qué queda de ella? ¡Una plegaria contra un bono para el cielo! ¡Un diploma de honorabilidad! ¡Escondeos detrás de un tonel no sea que la sociedad descubra vuestro verdadero valor! ¿Por qué les gustará tanto a los hombres y a las mujeres hacerse notar? ¿No será una reminiscencia de los tiempos de esclavitud?
(…)
La Relatividad busca la Adaptación; la Adaptación es el Arte. El arte de la vida consiste en la adaptación constante al medio ambiente. El taoísta acepta el mundo tal como es, y al revés de los confucianos y budistas, procura encontrar belleza en nuestro mundo de miserias y preocupaciones.
(…)
Para hacer bien nuestro papel, es necesario que conozcamos toda la comedia; la concepción de la totalidad no debe jamás perderse en la del individualismo. Y Laotsé lo prueba con su metáfora favorita del vacío. Es solo en el vacío, dice, donde se halla lo que es verdaderamente esencial. Una habitación existe por el espacio vacío comprendido entre las paredes y el techo, no por el techo y las paredes mismas. La utilidad de una jarra de agua consiste en el espacio vacío en que se puede poner el agua, no en la forma o en la materia de la jarra. El vacío es omnipotente, porque puede contenerlo todo. Solo en el vacío es posible el movimiento. Quién pueda hacer de sí mismo un vacío en el que los demás puedan penetrar libremente, será el dueño de todas las situaciones; el todo puede siempre dominar la parte.
Acerca del sentido del arte:
Jamás lamentaremos bastante que la mayor parte del entusiasmo aparente que hoy se profesa hacia el arte, no repose sobre un sentimiento real profundo. En una época democrática como la que vivimos, los hombres aplauden lo que se considera mejor por las masas, sin respeto por sus propios sentimientos.
Se ama lo caro y no lo refinado; lo que está de moda y no lo que es bello. Para las masas populares, la contemplación de las revistas ilustradas, que es verdaderamente el digno producto de su industrialismo, produce un elemento de goce artístico más fácil de digerir que los primitivos italianos o los maestros del Ashikaga que pretenden admirar. El nombre del artista, es para ellos más importante que la calidad de la obra. Un crítico de arte chino decía hace muchos siglos que «el pueblo hace la crítica de una pintura con el oído». A esta falta de gusto personal y de opinión propia debemos los horrores pseudoclásicos que se ciernen sobre nosotros por todas partes.
Otro error, lamentablemente extendido, es confundir el arte con la arqueología. La veneración hacia la antigüedad es uno de los rasgos más bellos de la naturaleza humana y sería deseable que estuviese más extendida de lo que está; los viejos maestros deben ser honrados por haber abierto el camino del progreso, y el hecho solo de haber atravesado intactos tantos siglos de crítica y haber llegado hasta nosotros cubiertos de gloria, exige nuestro respeto. Pero sería locura a nuestra simpatía histórica el sentido de nuestro discernimiento estético. Ofrecemos las flores de nuestra aprobación al artista, cuando reposa bajo su tumba. La teoría de la evolución engendrada por el siglo diecinueve, ha creado en nosotros el hábito de perder de vista al individuo en la especie. Un coleccionista solo se preocupa de adquirir ejemplares de una escuela o de una época determinada y olvida que una sola obra maestra emociona más que una cierta cantidad de productos mediocres. Clasificamos demasiado y gozamos poco. El abandono del método de presentación científica, ha sido la causa de la muerte de muchos museos.
Los derechos del arte contemporáneo no pueden permanecer ignorados en el plan viviente de la vida. El arte es hoy el que nos pertenece realmente; es nuestro propio reflejo; condenarlo es condenarnos a nosotros mismos. Se dice hoy que la época presente está desprovista de arte. ¿A quién incumbe la responsabilidad?
¿No es una vergüenza que, ante tantas alabanzas a los antiguos, estemos tan poco atentos a nuestras propias posibilidades? ¡Y hay, no obstante, artistas que luchan, almas extenuadas que se agotan en la sombra de un desdén! En un siglo fijo en su propio centro, como el nuestro, ¿qué inspiraciones les ofrecemos? El pasado puede mirar con desdén la pobreza de nuestra civilización; el porvenir se mofará de la esterilidad de nuestro arte. Destrozamos la belleza al destruir el arte de nuestra vida. ¿Llegará a nosotros el Mago que con el tronco de la sociedad moderna formará el arpa potente que vibrará bajo los dedos del Genio?
Apuntes finales
El taoísmo y el sentido del arte son solo dos de los 5 capítulos que forman un libro que también toca la humanidad, el té en sí (y su ritual, la «excusa» del libro), las flores y los maestros de la ceremonia. Todos ellos para ensalzar el cuidado y la excelencia del detalle, de la belleza de todos los momentos y de vivir en el ahora, desde la fluidez. De ahí también el honor al ritual y a todo lo que lleva la preparación del té.
(Sí, la importancia del «ahora» lleva siglos plasmada en multitud de textos orientales ancestrales. En fin, que somos muy humanos —y muy occidentales— y tenemos la virtud de complicarnos la vida en demasía).
Para ir terminando, déjame contarte que la última vez que nos vimos con Isabel disfrutamos como enanas conversando, riendo y mejorando el mundo, que degustamos un rooibos delicioso, que lo era, y que me regaló 4 libros más. (Oooooh, ¿a eso no se le llama «momentos de felicidad»?).
Y ahora sí, como guinda y punto final, otro momento de Kakuzo:
(…) Estas conversaciones recuerdan también las del taoísta Soshi. Un día éste se paseaba por el borde del río, conversando con un amigo.
—¡Cuán felices son los peces en el agua! —Observó Soshi.
Su amigo le respondió:
—Vos no sois pez; ¿cómo sabéis que los peces son felices en el agua?
—Vos no sois yo; ¿cómo sabéis que yo no sé que los peces son felices en el agua?
Todo es relativo sí, pero nunca desestimes el poder de tu sonrisa.