En mi ALDELGRÁN (ALtar DE Los GRAndES) se codean personajes ilustres (ergo, universalmente conocidos) con personas que he tenido el privilegio de encontrarme en mi vida y que la han iluminado de una u otra forma.
Hace algunas semanas, a través de un libro, te presenté a Isabel. Hoy, es el turno de Dani (Daniel Jándula), que también está ahí, y que justamente ahora me acabo de dar cuenta de que es el benjamín del grupo.
Déjate, lo está por méritos propios. Y es que, más allá de que es un gran sabio, que lo es (sabe de todo y te lo argumenta y te lo relaciona con lo que sea y te deja en un estado de asombro permanente), tiene bondad a raudales, una gran imaginación, unos valores sublimes; ama el arte desde cualquier disciplina, es ecuánime, especialmente profundo, muy alegre y, encima, sabe contar historias y escribe súper bien. (De hecho, ya ha ido teniendo algún que otro reconocimiento, aunque yo le auguro muchísimos más. ¡Si es que tanto te escribe una novela policíaca, como te la planta en el oeste, como te sorprende con una disertación sobre Dios o se luce con un guión de cine!) En fin, que es un fuera de serie que te recomiendo. Y, sí, como guinda, tengo el privilegio de conocerlo.
(¿Cómo no podía tener su rinconcito en mi ALDELGRÁN?)
Bueno, pues te cuento que un día pensé que sería un puntazo que estuviera en este espacio nuestro, para poderlo compartir contigo y porque iba a sumar seguro, escribiera lo que escribiera.
Y le pregunté si le apetecería publicar alguna reflexión suya, y me dijo que sí y que, de hecho, tenía una historia que pensaba que podría cuajar bien con el blog.
Y vaya si lo hace.
Es sobre un momento mágico (¿bestia? ¿revelador?) que parece que vivió el escritor Samuel Beckett justo en un momento en que su vida tenía más sombras que luces. Digamos que lo estaba viviendo tan mal que había decidido poner fin a su existencia. Era un día de tormenta y entonces…
Pero mejor te lo cuenta Dani, ¿no?
Becket sobre el muelle
La historia la protagoniza el escritor Samuel Beckett, y marcó para el resto de su vida la manera en que vería el mundo y su propio trabajo.
La versión oficial dice que, una noche de 1946, un sombrío y agotado Beckett se dirigió al muelle de Dun Laoghaire con el fin de dejarse ir por la enorme tempestad que se había desatado en aquella ciudad al este de Irlanda. Empapado y temblando de frío, el escritor experimentó una profunda epifanía que le llevó a entender cómo tendría que escribir a partir de esa noche. Al final del muelle hay una placa de bronce que señala el lugar donde permaneció sentado. En su obra teatral Krapp’s Last Tape recoge una versión primitiva de lo sucedido, y describe con precisión el paisaje que vieron sus ojos: un acantilado y sus pensamientos más oscuros revueltos «entre la espuma de las olas que brillaba a la luz del faro y el anemómetro que daba vueltas como una hélice».
A partir de aquí, todo son conjeturas que tratan de responder a la gran pregunta: «¿Qué mensaje encontró Beckett en la tormenta?». Sabemos que antes de la tempestad, Beckett sufría de un colapso creativo importante, dado que se esforzaba por hacer lo que se supone que un novelista debe hacer: aparentar, crear simulacros realistas del mundo. Así lo cuenta su biógrafo Anthony Cronin. Es posible que, debido a su educación protestante, Beckett mezclara su experiencia con aquella noche que, cuenta otra leyenda, Martín Lutero pasó al raso y fue asediado por multitud de rayos que casi acaban con él. Pero lo que nos interesa es que, tras esta noche en la tormenta, Beckett entendió que debía librarse de artificios e hipocresías, volcarse en su mundo interior, con todas sus tinieblas e incertidumbres; que debía aprender a desprenderse de lo superficial. Años más tarde escribió (en su versión de la revelación): «Comprendí que mi camino estaba en el empobrecimiento, en la falta de conocimiento y en la eliminación, en restar más que en sumar». Desde 1946, su obra sería tan única e inclasificable como la reconocemos hoy.
Por otra parte, todos los escritores buscan ese momento de revelación, y de algún modo tendemos a exagerarlos, cuando no directamente a inventarlos. A menudo, la revelación, si es que se produce, será quien acudirá a ti, porque no se compone necesariamente de rayos: a veces son unos ojos, a veces un bloque de hielo, una ráfaga de viento o una línea que brota de un texto cuando menos te lo esperas. A mí me gusta pensar que la naturaleza está llena de esas revelaciones, pero quién conoce su entorno lo suficiente como para cazar al vuelo esos instantes de pura revelación. Y una última pregunta: ¿Qué hay detrás de cada revelación?
Apuntes finales
Ya ves tú, Samuel Beckett había decidido poner fin a su vida y, entonces, justo antes de que llevara a cabo su decisión, un relámpago surgió de los cielos y le mostró un «todo» del que nunca antes había sido consciente.
Y, en ese preciso instante, desistió de su intención y optó por seguir viviendo, escribiendo y compartiendo desde ese nuevo «yo» que había surgido en el muelle.
(¡Ay las señales y esos momentos de eureka y ajá, como para no tenerlos en cuenta!).
Dicho esto, lo que sí que me parece «curioso» es que detrás de muchas historias de personajes «poderosos» y omnipresentes en internet, haya un momento «a lo Beckett», un instante en el que todo se desmorona y que luego los ha convertido en imparables. No sé, en algunos casos será cierto, pero ¿en (casi) todos? Es que entonces uno podría acabar pensando que es necesario caer en un pozo sin fondo solo para que en el último segundo encontremos la palabra mágica, al estilo «abracadabra», que nos haga impulsarnos hasta arriba, y no me parece el súper planazo, la verdad. Pero, si no es así, si no caemos en ese hipotético pozo profundo y mágico, ¿evitamos, entonces, la iluminación?
Prefiero pensar que no y que no necesariamente tenemos que estar en la etapa más oscura para estar abiertos a un cambio importante y positivo en nuestras vidas, ni tampoco metidos en medio de una de esas tormentas que parece que se rebelan en contra de la humanidad para encontrar un «relámpago», pero, eso sí, mejor estar abierto a las señales, no sea que no se nos escape justamente aquella que necesitábamos para dar un giro a nuestra vida.
A mí, lo que me parece simplemente magnífico es que, gracias a ese episodio, que me lo creo (seguro que en su época el story telling inventado no se estilaba tanto) Beckett dejó de ser aquello que creía que debía ser por ya no solo por «aquello», sino por «aquél», que realmente era; de despojarse de lo que no era, para ser él mismo, sin interferencias.
Si te apetece reflexionar un rato, tengo dos preguntas para ti: 1) ¿Cuántas grandes decisiones has tomado en un momento en el que te parecía que estabas en una cueva, aunque no fuera la más profunda del mundo? y 2) ¿Cuáles han sido tus relámpagos personales?
Termino ya aquí y así te dejo en tus pensamientos, pero espero que esta «anécdota» de Beckett te inspire de algún modo. Ella es la que, además, te ha llevado a descubrir a alguien más de mi ALDELGRAN, que me hacía ilusión.
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[Nota extra y personalizada]: Gracias, Dani, por haber querido participar y enriquecer este blog, un espacio de encuentro que solo pretende hacer pensar un poco e inspirar otro tanto. En serio, gracias.