Los hombres de la familia Shtisel fuman mucho, sobre todo el padre. De hecho, nunca había visto tantos personajes fumando sin parar; y no te digo ya nada en las producciones de los últimos años en los que, por corrección política (sin entrar en valorar motivaciones y consecuencias) el tabaco ha sido apartado de las pantallas.
Y sí, choca verlos fumar un cigarrillo tras otro, vaya que sí.
Pero los Shtisel viven y presentan un mundo, el suyo, en el que el tabaco está presente.
Que sí, que [el tabaco] es un vicio malo malísimo (y durante toda la serie no puedes dejar de pensar en los pobres pulmones de unos y otros), pero, por otra parte, me parece perfecto que los creadores de la historia no quieran obviar esa realidad, una realidad que coexiste con la de los zumos saludables y la comida macrobiótica; porque sí, los Shtisel (también) comen fatal.
Tampoco es que sean especialmente simpáticos. De hecho, al principio, incluso los puedes definir como una familia de insufribles, rudos y amargados; y, al menos en mi caso, empiezas a pensar que no vas a pasar del primer capítulo.
Pero, por lo que sea, te encuentras dándoles una segunda oportunidad.
Y entonces es cuando, sin darte cuenta, resulta que has ido sumando capítulos y (oh, sorpresa) te encuentras sumergido en esa magia que solo sucede cuando te desprendes de las primeras impresiones; aquella que aparece cuando miramos al otro sin prejuicios y que te permite, ya no llegar a conocerlo, sino a reconocerlo como lo que es y en lo que es.
En definitiva, los Shtisel te van atrapando de tal manera que, al final, solo puedes concluir que te han robado el corazón.
(«¿En serio, George?» ―Pues sí, en serio.)
Y es que dejando de lado el tema del tabaco y de la comida, y de los sentimientos encontrados que me suscita la historia y la comunidad, Shtisel es de lo mejorcito que he visto en mi vida.
Es más, desde Mandariinid no había contemplado tanta humanidad a través de la pantalla: ¿cómo no le iba a hacer un hueco en el blog?
Pinceladas y seguimos.
7 pinceladas:
- Los Shtisel viven en Geula, un barrio de Jerusalén principalmente habitado por la comunidad jaredí, de los que ellos forman parte. (Los jaredíes pertenecen a la rama del judaísmo ortodoxo, desligados totalmente del judaísmo secular, y muy ligados a la Alajá, la Ley judía. Vamos, los conocidos como ultraortodoxos).
- Son bilingües (hablan hebreo y yidish) y su cultura es la asquenazí.
- La historia gira alrededor del rabino Shulem Shtisel, que es maestro de una escuela talmúdica, y de sus hijos, pero también de la vida de estos en sus propias casas y de la abuela de la familia, que vive en una residencia (y que, anoto, es tremenda).
- Todo pasa dentro de la comunidad, y cualquier cosa ajena a ella se vive con tensión y nerviosismo. Y con ‘cosa ajena’ me refiero a cosas tan simplonas como una serie de televisión norteamericana o la celebración del Día de la Independencia de Israel.
- Una de las tramas principales (o la que se presenta como tal) es la búsqueda de una esposa para Akiva, el hijo pequeño de Shulem, a través de un casamentero (como dicta sus costumbres) pero no es la única. En todo caso, todas ellas presentan situaciones de choque entre la tradición y los deseos propios de cada uno.
- Es una serie costumbrista en un contexto complejo en el que la rigidez de la tradición no permite muchas libertades, pero en la que también se observan grietas. En todo caso, es el conjunto de las historias y de la complejidad de los personajes lo que, a mi modo de ver, la hace ser tan especial.
- Acaba en la segunda temporada, pero podría haber una tercera, una cuarta, una quinta… No deja de ser un Gran Hermano (por aquello de entrar en la vida de otros, voyeurismo puro y duro) o una posible versión jaredí de la serie británica Eastenders, en emisión desde 1985 (y que seguí durante sus primeras temporadas como Gent del barri, siendo todavía niña).
Shtisel
[Nota previa: En todo momento voy a asumir que se nos presenta una visión honesta de la comunidad. Lo hago porque 1/ la serie no la demoniza pero tampoco la carameliza (vamos, para nada es un lavado de imagen para hacer frente a la burla extendida y caricaturizada del judío jaredí); y 2/ el creador de la serie proviene de una familia de la misma comunidad, por lo que su experiencia es directa].
Ya te he reconocido antes que mi primera impresión sobre los Shtisel fue mala. Vamos, que me cayeron mal, incluso rematadamente mal: representan una comunidad muy restrictiva (y eso de las restricciones «porque sí/ porque siempre ha sido así/ porque lo digo yo» no ha ido nunca mucho conmigo).
Pero podríamos decir que los Shtisel no dejan de ser supervivientes en el mundo que les ha tocado vivir y que juegan lo mejor que pueden las cartas que les han sido dadas.
¿Y no es exactamente lo que hacemos nosotros en nuestras vidas?
Yo creo que es ahí donde realmente te conquistan: en su humanidad; en sus torpezas, en sus dilemas, en sus malas decisiones, en sus pulsiones, en sus triquiñuelas, en su fragilidad, en sus medidas desesperadas.
La única diferencia real entre los Shtisel y nosotros (sin contar que son personajes de ficción, claro) no son los sentimientos ni nuestra esencia (que es, sin lugar a dudas, compartida), sino el marco de la Ley Judía, que impregna sus vidas de forma global y estricta.
Son sus costumbres, no sus luchas internas, las que nos pueden sorprender, pero no deja de ser un privilegio entrar en esa realidad paralela (pero real y coetánea) en la que se besa la mezuzá al entrar en un espacio (casa, habitación), en la que los matrimonios duermen en camas separadas, en la que el padre no puede asistir al parto de su hijo, en la que se bendice cada bebida y alimento que toman y en la que las citas concertadas entre posibles matrimonios son en la recepción de un hotel, por ejemplo.
Diferencias culturales aparte, Shtisel te recuerda la complejidad de la vida, las motivaciones detrás de una decisión (que puede ser fatal) y el papel que juegan nuestros sentimientos y el marco en el que vivimos.
A lo largo de los 24 capítulos hay momentos de alegría, dudas, retos, nostalgia, desilusión, dolor, rivalidad traición, valentía, impulsos, amor, incoherencias, rebeldía, autoritarismo, corrupción, esperanza… O sea, que los Shtisel reflejan la esencia de la vida misma, y de ahí la conexión.
Apuntes finales
El mundo que conocemos tiene multitud de submundos que (muchas veces) desconocemos. Y, para mí, la familia Shtisel es una invitación a conocer uno de ellos, aunque sea algo claustrofóbico y moralmente retador.
Está claro que vivir en una comunidad como la jaredí tiene (muchos) más retos y dificultades que hacerlo en otras culturas: matrimonios concertados, más de tres hijos por familia, la religión como única vía y motor de todo… Digamos que presenta una vida en la que ‘elegir’ es una utopía; y en la que, encima, solo los realmente eruditos tienen una mínima posibilidad de vivir mejor. El resto, ‘los normalitos’ (si lo piensas bien, la mayoría) parece que estén condenados a la penuria (y da mucha pena). Eso sí, unos y otros en el marco de una uniformidad en la que ser uno mismo ni se contempla ni es una posibilidad.
(Y aquí una pausa para recordar lo afortunados que somos).
Por lo que vemos, así de mano, la vida de los jaredíes no parece ni apetitosa ni deseable. De hecho, creo que el color que definiría mayoritariamente la vida de los Shtisel es el gris (aunque a veces tengan trazas de pasteles, o incluso de tonos vivaces).
Por otra parte, nada de lo que le rodea es bello, sino funcional sin más. ¿Cómo no va a influir la ausencia de la belleza en sus días? (me refiero a la belleza como ideal estético más allá de las modas y las tendencias, que en serio que todo es objetivamente feo y el conjunto carece de armonía).
La única razón por la que uno podría plantearse ‘convertirse’ (es un decir) sería si el hecho de ser jaredí supusiera un salto de integridad que supusiera ser una persona más coherente, serena, generosa y feliz (asumiendo los sacrificios y ya), pero es que de verdad que en ningún momento da la imagen de que sea así, más bien al contrario. Es que ni felices parecen, en serio: los Shtisel no dejan de ser simples mortales intentando poner orden en sus vidas que, encima, tienen que lidiar con una serie de normas y leyes estrictas que les condicionan incluso más.
Llena de historias humanas y mucha fragilidad, la serie es moralmente desafiante, cierto, pero también bella, emotiva, respetuosa y delicada.
Para mí, el gran regalo de Shtisel es una invitación a la empatía, incluso a la compasión; a desprendernos de estereotipos y caricaturas y a ver a los otros (¡y a nosotros mismos!) como lo que somos: seres humanos intentando hacer lo mejor desde lo que sabemos (o lo poco que sabemos) y desde lo que podemos y «nos dejan», es todo…
Posiblemente, el máximo logro es que la serie consiga que comprendas (que no significa que aplaudas, quede claro) según qué comportamiento o decisión; que todos, absolutamente todos, albergamos las mismas cuestiones y que somos, ya no solo nosotros (seres complejos de por sí), sino con la interacción de lo que nos rodea: nuestra familia, nuestra cultura, nuestra fe, etc.
Quizá la próxima vez que conozcamos a alguien, nos acercaremos de una forma más amable, recordando esas verdades eternas que nos unen a todos. Porque, ¿hasta qué punto somos conscientes de las circunstancias de los demás?
Es verdad que caer en el estereotipo, incluso en la caricaturización de alguien, es fácil, lo sé, pero ¿cuántas de esas veces damos un paso atrás y cuestionamos esas creencias? ¿En cuántas ocasiones damos una oportunidad de aprender, comprender y empatizar?
Al final, ya como dijo Ortega y Gasset, nuestras vidas dependen de las circunstancias.
Extra
Una de mis escenas favoritas está colgada en Youtube, así que he pensado que podría ser una buena manera de terminar la reseña.
Por cierto, la música de la serie es una delicia y las interpretaciones de los actores son magistrales.
Te dejo con Shumel, Akiva, Gita y parte de la prole.
[Nota: nosotros, en casa, la hemos visto en Netflix, pero también he visto que está en otras plataformas].