Si sigues el blog desde hace algún tiempo, seguro que sabes de sobras que creo que es nuestro deber dar lo mejor de nosotros mismos al mundo y conseguir ser nuestro yo más auténtico en el día de hoy, el que sea.
Pero quiero aclarar que no creo que ello signifique tener que obsesionarse con la perfección, el orden y la productividad; ni tampoco ser más (ni mejor) que el resto de los humanos; ni construir un imperio alrededor de uno; ni rendirle cuentas a nadie; ni comer todo macrobiótico y llevar a rajatabla la dieta de turno; ni levantarse a las 5 de la mañana para meditar y hacer yoga; ni tener un impacto en el mundo; ni ser generoso con todos los que interactúas (ni tan siquiera que nos gusten la mitad de ellos); ni tener una relación mega de estupenda con los parámetros del experto de moda; ni utilizar todas las apps habidas y por haber (que no son pocas) para optimizar nuestro día: ni que tengamos que ver las series de Netflix en versión original; ni, ya puestos, dejarnos la piel para que seamos recordados en los libros de historia por los siglos de los siglos.
¿Es eso una paradoja? ¿Podemos ser nuestras mejores versiones no siendo «lo más»?
Para mí, que cada vez más busco la simplicidad en mi vida, lo sería. Porque no sé tú, pero yo, lo que realmente quiero, es sentirme satisfecha cuando acaba el día, sabiéndome un poco mejor que ayer y ya está, en serio.
Me refiero a que si me diera por tener en cuenta las «expectativas» que parece que tiene el mundo sobre mí (las mismas que parece que tiene puestas en ti, no te creas, porque las han generalizado como si todos quisiéramos lo mismo) seguro segurísimo que me deprimiría y me estresaría y me sentiría un cero a la izquierda. Vamos, fijo.
Y cada vez tengo más afinado el radar de expectativas externas, aunque a veces se me cuele alguna.
El radar del que te hablo un artilugio especial para detectar ese ruido ambiental que nos «anima» continuamente a subirnos al carro de lo que sea, a producir sin parar y a no perdernos lo último de lo último (de lo más último). Es ese mismo ruido que nos apresura a que tengamos en cuenta millones de métricas para optimizar nuestras vidas, a que arriesguemos todo por un sueño y a vivir (y muuuuuy bien) de nuestra pasión (como si solo dependiese de nuestra voluntad) y, la que me da más rabia de todas, la que nos anima a salir de la zona de confort. Pero bueno, ¿desde cuándo es pecado disfrutar de la serenidad que produce el bienestar? (algo distinto es que no lo disfrutáramos, por supuesto, pero si uno está la mar de feliz en su zonita de control, ¿por qué meterse en un embrollo sin fin?)
Es más, ¿desde cuándo «más» es igual a «mejor»?
Lo que hoy te propongo es que te contentes con ser suficiente, que no «mediocre» (que para mí es fruto de la desidia), pero sí «suficiente» en tu pequeño mundo, en ese que creas a diario, el que sí que depende directamente de ti.
Porque, ¿alguna vez ye has preguntado si ese impacto ya no es grandioso en sí? ¿Y si, al final, es «lo suficiente» lo que te produce más alegría y tiempo para ser más tú y disfrutar más de la vida?
Últimamente no dejo de pensar en aquello del «Piensa globalmente, actúa localmente», dándome cuenta de que no es la primera vez que traslado la inquietud al blog, que será por algo.
Y, bueno, quizás está bien aceptar que no nos importe no ser «lo más» (aunque nos bombardeen de lo contrario) y empezar a contentarnos con nuestros cuerpos, incertidumbres, limitaciones e historias enfocándonos en ser un poquito mejor que ayer en un viable 1%, por ejemplo.
Está claro que lo que le mola al ego son los grandes titulares, aquellos que hacen eco a todo lo que es y consigue, pero hay algo más: nuestra contribución como lanzadores de estrellas. Y el mundo necesita a tantos como tu imaginación pueda alcanzar.
Descartada la opción de la heroicidad, me encanta esa idea de seguir lanzando estrellas. Y ya tengo ubicada la playa más cercana.
Apuntes finales
Voy terminando con una última reflexión: quizás lo «único» que tenemos que preguntarnos es si nuestras vidas y nuestros días están acordes a nuestros valores, aunque el día no haya sido «perfecto» y haya tenido sus defectillos, que ya están aceptados de antemano.
Con mi experimento aprendí al menos que si uno avanza confiado en la dirección de sus ensueños y acomete la vida que se ha imaginado para sí, hallará un éxito inesperado en sus horas comunes. Dejará atrás algunas cosas, cruzará una invisible frontera; unas leves nuevas, universales y más liberales, principiarán a regir por sí mismas dentro y alrededor de él; o las viejas leyes se expandirán y serán interpretadas en beneficio suyo en un sentido más generoso, y vivirá con el permiso de seres pertenecientes a un orden más elevado. En la proporción en que haga más sencilla su vida, le parecerán menos complicadas las leyes del universo y la soledad no será soledad, ni la pobreza será pobreza, ni la debilidad será debilidad. Si uno ha construido castillos en el aire, su tarea no se perderá; porque ahí están bien edificados. Que tan solo ponga ahora los cimientos bajo esos castillos. (…)
¿Por qué hemos de tener una prisa tan grande en triunfar, y en empresas tan desesperadas? Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota. No importa que madure con la rapidez del manzano o del roble. ¿Cambiará él su primavera en estío? Si todavía no existe la coyuntura de las cosas para las que fuimos creados, ¿con qué realidad las reemplazaríamos? No debemos encallar en una realidad hueca. ¿Construiremos con trabajo un cielo de vidrio azul sobre nosotros, para que cuando esté hecho nos afanemos en contemplar, más lejos y arriba, el verdadero cielo etéreo, como si no existiera el anterior?
Por menguada que sea tu vida, enfréntala y vívela; no la esquives, ni le apliques rudos apelativos. Ella no es tan mala como tú. Parecerá más pobre cuanto más rico seas tú. Aun en el paraíso hallará faltas el crítico. Ama tu vida por pobre que sea. Puedes tener horas agradables, emocionantes y gloriosas hasta en un asilo. El sol poniente se refleja en las ventanas de un hospicio con igual brillo que en la mansión del hombre opulento; en la primavera, la nieve se funde ante su puerta tan pronto como en otras partes. Un alma reposada puede vivir ahí tan contenta y tener pensamientos tan alegres como en un palacio. Con frecuencia me parece que los pobres de la villa viven una vida más independiente que cualquier otra persona. Quizá son sencillamente lo bastante grandes para recibir sin desconfianza. Cultiva la pobreza como una hierba de jardín, como la salvia. ―Henry David Thoreau. Walden, la vida en los bosques.
Cuando acabe el día de hoy te invito a hacerte estas preguntas: ¿he facilitado el día de alguien? ¿He regalado una sonrisa? ¿He colaborado hoy un poquito en la conservación del medio ambiente? ¿He aprendido algo nuevo? ¿Me he apreciando más que ayer? ¿Cómo me siento en general? ¿Qué he aprendido hoy? ¿Cómo lo aplicaré mañana? Y honra ese momento: el de llevar una vida sencilla pero plena.
Y sí, será suficiente. Solo es cuestión de que así lo decidas.