El cuento
Cuentan por ahí que había un maestro paseando con sus discípulos por el sendero de un hermoso bosque.
Iban muchas veces y lo hacían en silencio, meditando, pero a la vez contemplando las maravillas de la naturaleza, sabiéndose del todo afortunados.
Pero ese día iban a vivir un episodio de lo más especial para todos: cerca de la orilla del riachuelo, un alacrán había caído al agua y se encontraba luchando por su vida.
De inmediato, el maestro se acercó al lugar, alargó su brazo y tomó el animal para sacarlo del agua. Entonces, el alacrán le picó.
Y el dolor de la picadura fue tan grande que, al sacudir la mano, y de forma instintiva, el maestro dejó caer al alacrán, que cayó de nuevo al río.
Al darse cuanta de lo ocurrido, y sin pensárselo dos veces, volvió sumergir su mano en el agua para salvarlo una vez más, pero el alacrán le volvió a picar y cayó de nuevo al riachuelo.
Tras superar el dolor de la segunda picadura, el maestro se agachó nuevamente en un tercer intento de salvarlo.
Fue en aquel momento cuando uno de sus discípulos le detuvo tomándolo por el hombro y le dijo:
—Perdone Maestro, ¿no se da cuenta de que cada vez que intente sacar al alacrán del agua… le picará?
A lo que el maestro respondió:
—La naturaleza del alacrán es picar; la mía, ayudar. Y ninguna de estas naturalezas va a cambiar.
Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida una tercera vez.
Momentos de reflexión
Este cuento me recuerda muchísimo a los mandamientos paradójicos, a ese imperativo de ser «lo más persona posible» en cada momento, aunque las circunstancias sean desfavorables, aunque lo fácil sea desobedecer nuestra parte más humana y dejarnos influir por la maldad, la desidia o la indiferencia de quién tenemos enfrente.
No creo que se trate de ir por la vida como si fuéramos superhéroes de MARVEL, pero sí de conectar con nuestra parte más positiva y actuar desde ahí, a pesar «del otro».
Puedes empezar por recuperar cosas sencillas: si tu naturaleza es saludar a quien no te saluda y ayudar al que lo necesita (aunque su orgullo le impida pedirte que le eches una mano pero te esté pidiendo a gritos que se la eches), ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué no decir «hola» y ofrecer esa mano?
Eso sí, recordemos que «el arte de ayudar» tiene una fórmula y que no interfiere en las naturalezas del que ofrece y recibe esa ayuda: la fórmula se adapta a un punto medio en el que todos aceptan su papel.
Pero lo esencial, creo yo, es no perder la esencia, valga la redundancia.