[Nota inicial: el viaje fue con Ramón, que ahora mismo se encuentra dando vueltas a mi viejísimo globo terráqueo (sigue ahí con la Unión Soviética y las dos alemanias) para identificar nuestro próximo destino. La suerte es que tenemos preferencias parecidas, así que todos contentos. Las fotografías son nuestras].
Desde que tengo uso de razón siempre había querido perderme por Irán.
Sí, incluso antes de tener el conocimiento de que en un tiempo lejano (o no tanto, eso siempre depende) había sido cuna de un imperio que englobó mis antiguas civilizaciones predilectas; o de darme cuenta de que mi zona favoritísima de la Tierra cubría justamente todos los territorios que pertenecieron un día a Ciro el Grande y herederos, de los que hemos vuelto a casa siendo muy fans.
El porqué de esa fascinación no lo tengo muy claro (me es todavía un misterio, que después de tantos años también tiene su gracia) pero creo que podría ser una mezcla de que me sonara bien el nombre (¡es que me sigue sonando bien!) y porque, siendo yo una niña, cuando la guerra con Irak, dos hermanas iraníes llegaron al colegio (no a mi curso) y, aunque lógicamente mucho he olvidado de esos días, sí que recuerdo que me hechizaban por completo y que sus vidas y lo que dejaban atrás me despertaban curiosidad, aunque por aquél entonces solo hablaban persa, y las ganas de «saber» de mi yo más colegial no fueron satisfechas. Una pena, la verdad, aunque tampoco me imagino a unas niñas de 5 años contando cómo era su vida en Irán a una de 8.
(Sí, desde pequeña tengo ese afán de «entender», de ponerme en la piel de otro y tratar de adivinar cómo piensa, qué siente y cuáles son sus anhelos, qué le voy a hacer).
Sea como sea, la enigmática Persia tuvo que esperar hasta este verano (aunque tuve dos intentos anteriores para visitarlo) y, después de lo vivido, y de la fluidez que ha tenido el viaje (me atrevo a afirmar que el más fluido de todos los que he hecho hasta ahora), asumo que era porque tenía que ser así, porque era este (y no otro) el momento adecuado.
Porque sí, la aventura ha sido total.
Y no te digo ya la sensación indescriptible de estar en la bella y mágica Persépolis, esa ciudad alzada para dar testimonio a la grandeza de un imperio que aplaudía y se enorgullecía de su diversidad cultural y la riqueza de la fusión, la interacción y la diferencia.
(Humanos, ¿qué nos ha pasado? ¿¿¿En qué momento perdimos el norte y lo empezamos a hacer todo tan sumamente mal???)
Acabado este largo preámbulo, ahora ya sí, paso a darte algunas pinceladas del viaje, de lo bello e interesante que es Irán y de lo magnífica que es su gente.
Cuando la flexibilidad reclama su turno
Como siempre, íbamos con pocos planes, una mochila medio vacía y la guía de viaje; aunque, siendo Irán un país enorme, habíamos tomado tres decisiones:
- Descartaríamos la parte occidental (por cercanía a zonas ya conocidas) y también el golfo pérsico (para evitar sus altas temperaturas, que en verano superan los 50º).
- Empezaríamos la ruta por Mashad (centro de peregrinaje importante para los musulmanes, para empaparnos del ambiente) y de ahí viajaríamos haciendo un tipo de círculo hasta Teherán.
- En las distancias largas, nos trasladaríamos en tren nocturno.
Y con estas decisiones, trazamos la logística de los tres primeros días y verificamos las casillas.
- Primera noche de hotel en Teherán. ☑
- Segunda noche en el tren nocturno a Mashad, el de las 22h para llegar a las 8 de la mañana. ☑
- Alojamiento en Mashad para los dos siguientes días, no vayamos a hacer cortos. ☑
Vale, olvídalo, que desde el minuto uno hubo cambios. Incluso antes de empezar el viaje ya anulamos la primera noche: Azad, el dubaití (de origen iraní) que conocimos el año pasado en nuestro chulísimo viaje por el cáucaso, se acababa de mudar a Teherán. Total, que adivina quién nos vino a buscar al aeropuerto (y eso que llegamos de madrugada) y nos recibió con un grandioso abrazo y no llevó a su estupenda casa y nos preparó un superdesayuno.
Pues sí, Azad.
Y tenía tantos planes que no nos quedó otra que olvidar el tren y posponer Mashad, ciudad a la que, por cierto, nunca llegamos a ir, que la vida es así. ¿Pero qué más da? ¿Y si la vida va de dejarse sorprender?
Con él estuvimos un par de días y luego nos encontramos para visitar juntos Persépolis, su asignatura pendiente, feliz de que fuéramos su excusa para no posponerlo más…
Mágico no, lo siguiente: y ahí fuimos los tres, todo emocionados por la suerte del destino y maravillados con cada rincón de, sin duda alguna, uno de los lugares que recordaré con más cariño.
7 apuntes iraníes
(Sin expectativas, por favor, que son muy de andar por casa)
1/
Teherán es una ciudad enorme: ya no es que tenga calles largas y avenidas (hay una que tiene 19 km), sino que también tiene una pila de rondas y autopistas.
Azad nos contó que en el área metropolitana viven más de 13 millones de habitantes (lo sé, una locura, a no ser que vivas en D.F. y no te parezca para tanto) y que, atención, más del 10% de su población es supermillonaria.
Algo que nos llamó la atención es que los ciudadanos, para trasladarse por la ciudad, muchas veces (sino siempre) se acercan a las autopistas y esperan a que se pare cualquier coche (que lo hace) para que los dejen en la parada de metro más cercana o a su lugar de destino (si coincide con la del conductor).
Hay una tarifa marcada (y módica, incluso para ellos) de 20 mil riales (20 céntimos).
Descubrimos ese hábito por casualidad, gracias a Azita (luego te cuento). Lo que no pudimos averiguar es a quién se le ocurrió ni cómo empezó todo, pero nos pareció una idea genial: ¡eso sí que es economía colaborativa y no esas apps que se enriquecen a nuestra costa y encima nos roban datos personales!
2/
No dejando el tema vial, el peatón es un superviviente porque la manera cómo conducen es una locura, y mira que he estado en sitios en los que antes de cruzar la calle, mejor pones una vela al santo de tu devoción. Pero es que ya casi me atrevo a decir que se lleva la pole en conducción temeraria, que los pasos de cebra y los semáforos son de atrezzo.
Curiosamente, solo pasa en las ciudades. En la carretera hay más respeto, aunque también hemos visto tres carriles convertirse en cinco (y alehop). Por supuesto, lo de los cascos en moto es ciencia ficción y, como en otros tantos países del mundo, gestionan el espacio hasta para cinco personas, en fin. Nos decía Azad que hay más muertos al año que el total de bajas en la guerra contra Iraq. Normal, porque no es que pongan mucho esfuerzo para evitarlo, la verdad.
Los autocares son muy VIP y te sirven té y agua a discreción. Es más, te dan una bolsita (o caja) con galletas, frutos secos y un zumo.
3/
Pasemos a la gastronomía: nunca jamás me hubiera servido de acompañamiento un fajo de hierbas (sin aliñar ni nada) ni se me hubiera ocurrido mezclar zumo con helado, pero menudos dos descubrimientos: lo de las hierbas tiene su qué (parece que ayudan a la digestión) y lo de los zumos es una delicia totalmente refrescante, algo que hemos agradecido cada una de las (seguramente) veinte veces que lo habremos tomado. Es más, solo pensar en un zumo de zanahoria con helado de azafrán empiezo a salivar, tal cual.
La dieta se fundamenta en (¡atención!) la carne, los hidratos, los lácteos y el azúcar.
Oh là là, ¿herejía?
Pues yo creo que no, y que permite ratificarme en algo que ya pensaba pero que después de este viaje me ha quedado clarísimo, que en occidente estamos obsesionados con la «comida saludable» y que ya hace tiempo que hemos sobrepasado el snobismo en ese campo, que es una pena.
Sería divertido enviar algunos gurús occidentales de la nutrición y ver la cara de los iraníes cuando estos les dijeran que se están matando; que el gluten es el diablo y que dejen de comer carne, que mejor opten por el tofu ecológico; que la leche es lo peor y que mejor escogen una de las más de 20 leches vegetales del mercado; que cada mañana tomen un zumo verde y que incorporen algas en sus comidas.
A ver, que yo no soy de la liga del fast-food y la bollería (para nada), pero sí que creo que hemos llegado un punto en el que hemos perdido el norte y que el éxito está en la moderación y el equilibrio en las comidas, y que la gastronomía iraní, por mucho que tengan tantos «alimentos prohibidos» en su dieta, ha encontrado ese punto medio de la virtud; y a mí, que quieres que te diga, me da por pensar y cuestionar cosillas.
Un apunte más: hay diez tipos de arroz (como mínimo). Y lo mismo, aunque en menos surtido, pasa con las alubias, el azúcar, y los dátiles, por ejemplo.
4/
Los iraníes son los reyes absolutos del pícnic.
Vamos, es que me extrañaría que no fuera así.
Sin olvidar aquello de que comen a cualquier hora, puedes encontrarlos en cualquier lugar (incluso al lado de la carretera, que nunca se sabe cuando te puede pillar el hambre), sentados en una alfombra gigante, en grupo y con un menú mucho más sofisticado que el típico tortilla de patata, ensalada de pasta y pollo empanado: ensaladas varias, arroces, carnes adobadas, pan lavash, las hierbas del apunte anterior… y sin tuppers, en cazuelas. Los platos no son de plástico (como tampoco los cubiertos: por cierto, olvídate de los cuchillos, ahí las cuberterías básicas son de tenedor y cuchara, incluso para la carne) y, por supuesto, termos enormes llenos de té.
5/
Lo que más les preocupa es la sequía, un problema que no parece que tenga mucha solución (sobre todo si es una triquiñuela orquestada) en este mundo loco y de intereses yo ya no descarto nada, (llámame conspiranoica) y aunque paradójicamente vendan su agua a Kuwait.
Eso sí, es el único lugar en el mundo en el que he visto que las calles de todas las ciudades y pueblos tienen surtidores de agua (¡fría!) para calmar la sed de sus viandantes. Y hay muchos surtidores, pero que muchos; vamos, que entras en una tienda a comprar un botellín de agua y te miran raro.
6/
Y, con la sequía, también les preocupa:
- la inestabilidad económica (entre las sanciones y que la moneda no para de devaluarse, las importaciones son cada vez más costosas y la vida más cara).
- un gobierno que consideran que les ha abandonado por completo y que dicen que es de lo más corrupto (un mal, por otra parte, compartido a lo largo y ancho del planeta).
7/
Algo realmente interesante es que, a excepción de algunos, nadie (al menos, no abiertamente) muestra la más mínima antipatía por el pueblo estadounidense. Es más, sorprendentemente, muchos de ellos esperan que las presiones y las amenazas que se envían desde la Casa Blanca propicien que el actual gobierno reajuste sus políticas o abandone.
(¿Es o no de alucine? ¿Sabías tú eso, o te has quedado como nosotros? ¿En qué momento nuestros medios nos informan de esas voces ―aunque fueran desde el anonimato por miedo a represalias―?)
Y otro dato curioso (y que también nos dejó locos): ¿sabes que el sistema educativo se basa en programas estadounidenses y que celebran que así sea? Eso nos lo contó Ali, un doctor en fisioterapia que vivió 12 años en Texas.
De lo que no tenemos duda es que hay una parte de la población que añora (y mucho) los tiempos del Sha, aunque en esa época algunos les pudiera parecer que solo eran una colonia más, que quizás era así, claro, y ahora lo idealizan, pero no deja de ser interesante.
También tuvimos la oportunidad de hablar con un mulá y no la desaprovechamos: sensato y de lo más agradable, contestó pacientemente a nuestro batallón de preguntas mientras tomábamos un té y unas galletas.
Y, no sé, te das cuenta de cuántos prismas tiene la realidad sin entender muy bien cómo los gobiernos (y los medios) la lían tanto. Si Ciro levantara la cabeza…
Personalmente (y de forma muy poco científica), creo que, al final, lo que quiere uno (en cualquier rincón del planeta) es sentirse tranquilo y querido, tener una vida digna, y, no menos importante, poder elegir cómo vivirla. Vamos, yo creo que, si así fuera, poco importaría quién ostentaba el poder mientras mostrara honestidad, respeto e interés por su pueblo.
Compartida, la vida es más
En mi ranking de hospitalidad gana, y de calle, el pueblo iraní, siempre atento, amable, acogedor, sereno y dispuesto a ayudar y compartir; y es algo que choca un poco, sobre todo al principio, aunque hayas leído antes que sí, que los iraníes son lo de lo más hospitalario.
Con Azad hemos creado un vínculo muy cercano, pero también con Behin y dos Mohameds, tres sorpresas del destino que quiero compartir contigo porque son ejemplos claros del párrafo anterior. Además, me gustan sus historias personales, de las que siempre puedes leer entrelíneas.
Mohamed I (lo del I es porque hubo un segundo)
A Mohamed I lo conocimos por Azad, estando en Shiraz.
Con él, desayunamos sopa cremosa y probamos el postre shiraziano por excelencia: el faludeh, un tipo de sorbete hecho con fideos congelados de maicena y agua de rosas al que luego se le añade zumo de limón o una infusión de hierbas.
Por supuesto, también nos llevó a sus lugares favoritos, a la tumba del poeta Hafez (al que acuden cada año millones de iraníes a darle tributo) y un museo en el que se sucedían pasillos y salones con figuras (creo que de cera) que representaban a iraníes ilustres: desde reyes a caligrafistas, pasando por escritores, matemáticos, médicos y filósofos.
Pero lo que te quiero contar de Mohamed I es que nos invitó a su casa el mismo día que su primo presentaba su prometida a toda la familia. ¿Te imaginas? Pues, nada, ahí estuvimos nosotros, entre padres, tíos, abuelos, hermanos, sobrinos y el primo y su futurísima.
Y nos lo pasamos en grande. Y disfrutamos de la compañía y del festín.
Behin
A Behin lo conocimos en el aeropuerto de Istambul, haciendo escala desde Madrid, mientras esperábamos el vuelo a Teherán. Curiosamente, recordamos todos el momento en el que nos pusimos hablar: se interesó por nuestra motivación de visitar Irán y nos contó que hacía unos meses que estaba en Roma, con una visa de estudiante, y que su objetivo era conseguir una visa de trabajo que le abriera puertas laborales en Europa.
Behin terminó la carrera de ingeniería medioambiental en Tabriz y la complementó con un máster universitario, pero, por falta de oportunidades, no le quedó otra que hacer las maletas. Le hubiera gustado ir a Alemania pero Italia fue el destino que podía permitirse la familia, y ahí se fue. Tiene una hermana, también licenciada (en informática), que sigue postulando por un trabajo mientras va posponiendo su salida de casa.
Es cierto que la situación no es muy distinta a otras tantas vividas y conocidas actualmente en España (y seguro que en otros rincones del mundo), pero te lo he querido contar porque me pone malísima que emigrar (de dónde sea a dónde sea) no sea una elección personal, sino «la única posible salida» y, encima, sin garantías.
Continuemos.
Behin nos dio su dirección electrónica y nos pidió que si al final cambiábamos de planes y pasábamos por Tabriz (en el noroeste del país, justamente nuestra área «descartada») le avisáramos. Le dijimos que mejor no contara con ello, pero que guardaríamos la dirección con cariño y que nos comprometíamos a enviarle nuestro álbum de fotos y un parte viajero, algo que le hizo ilusión.
Pasaron los días (y las semanas) y, justo el mismo día que teníamos pensado ir a Mashad, ya en la recta final del viaje, una nueva señal del destino nos indicaba que mejor tirábamos para Tabriz, así que cambiamos los planes y nos la ingeniamos para enviarle un email (apenas tuvimos conexión durante el viaje) informándole del «notición» (es un decir) y enviándole nuestro número de móvil ―iraní, que nos agenciamos con una SIM card local―).
Bueno, pues leyó el email, nos llamó y, por si fuera poco (y solo era el inicio), nos vino a buscar a la estación de autobuses (¡a las 7 de la mañana!), nos ayudó a buscar alojamiento e hizo tiempo para que nos ducháramos tranquilos; y luego nos llevó a desayunar y subimos al telecabina para ver Tabriz desde las alturas; y nos hizo de guía, ; y nos llevó a un pueblo tope de chulo, y nos reímos un montón, y charlamos otro tanto, y comimos juntos en un restaurante tope de chic en el que nos descubrió nuevos platos, así que de ensueño, evidentemente.
Pero es que no acabaron aquí nuestras aventuras con Behin, qué va.
Y es que ¿no va al día siguiente y nos viene a buscar con su madre (una mujer majísima que se esforzaba por hacerse entender con su inglés limitado) y nos invitan a desayunar y luego nos llevan a una iglesia armenia en la frontera y a unas cascadas chulísimas en las que nos refrescamos como críos (y en la que la gente acampaba a sus anchas obviando los carteles que alertaban de los desprendimientos de roca)?
Pues eso.
Por supuesto, comimos con ellos (al menos nos dejaron que las comidas y las entradas fueron de nuestra parte, que no dejaba de darnos cosilla tanta atención desinteresada) y nos despedimos ya casi entrada la noche.
Ya al día siguiente, Behin nos recogió para llevarnos a la estación de autobuses y convencernos para cambiar la ruta hasta Masuleh, nuestro propio destino por aclamación popular, que iraní que conocíamos, iraní que nos preguntaba si nos íbamos a dejar caer por ahí.
El trayecto fue desesperante y mucho más largo de lo que pensábamos (más de 12 horas por poco más de 300 km, con paradita), pero luego supimos que era solo una pieza del puzle para encontrarnos con Mohamed II, posiblemente la persona con más tesón y las ideas más claras que hayamos conocido en nuestras vidas. Y eso que solo tiene 25 años.
Mohamed II y su familia
Con Mohamed II, sufrimos otro flechazo (más él con nosotros pero luego totalmente recíproco) y que insistió en acompañarnos de excursión [a Masuleh] y que luego nos llevó a conocer a su familia y a sus caballos, para luego convencernos en que cenáramos con ellos y que, ¡oh, sorpresa (nº ya-he-perdido-la-cuenta)!, nos quedáramos a dormir a su casa.
Y sí, nos quedamos.
(Lo sé, estás aún que no te lo crees, que ya es todo «como demasiado»).
Pero es que hay (incluso) más, porque déjame decirte que [Mohamed II] decidió cambiar sus planes (y los nuestros, pero a esas alturas ya nos daba igual) porque se le había puesto entre ceja y ceja que conociéramos a más integrantes de la familia y, como vivían en Teherán, pues a Teherán que nos fuimos (y en su coche).
Llegamos al piso de sus tíos (pedazo de piso, por cierto, y en el edificio residencial más alto de todo Irán) casi a medianoche y, tachán, ahí estaban ellos con Marutz, su hijo multitalento de 14 años, dándonos la bienvenida e invitándonos a pasar al salón, donde ya estaba preparado el festín de la cena que había preparado la madre para comer todos juntos: sí, nos habían esperado.
¿A qué ahora ya vas entendiendo la primera posición de Irán en el ranking de la hospitalidad?
Por la mañana, nos fuimos con Mohamed II y Marutz, el primo a dar una vuelta, volvimos a «casa» para comer y, para acabar de rematar el flipe (si es que hacía falta) subió un amigo del primo y los dos nos ofrecieron un concierto de piano y guitarra con voces tremendas (sobre todo la del vecino) que nos dejaron en una nube más alta de la que estábamos.
Lo triste fue marchar, porque tampoco nos dejaban (siempre es más duro para el que se queda, ¿no?). Pero vamos, que seguimos el contacto con ellos y también hemos hecho algún encuentro por Skype.
De Mohamed II nos sorprendió su vitalidad y su tesón. Piensa que estudió inglés de forma autodidacta (y no veas con qué resultado) y que sabe del mundo equino (su gran pasión) lo que no está escrito. Estudió algo así como empresariales, pero es instructor de hípica y jinete profesional (es más, incluso ha ganado alguna competición). También es de los que les gustaría hacer Las Américas o Las Europas (o incluso las Oceánicas, si es que existen como tal), así que si por esas casualidades tienes algún contacto… (Nosotros, desde aquí, le hemos preparado un currículum tope de molón pero fijo que no será suficiente).
Los demás
Ellos (Behin y «Los Mohameds») son, a parte de Azad los que más hemos vivido y con quienes hemos compartido, pero son muchas las personas que nos hemos encontrado en el momento y sitio adecuado, como Ali, el médico formado en Estados Unidos que paró con su coche para ofrecernos llevarnos a Kerman (desde un jardín perdido en el desierto); o Azita, a la que preguntamos en la calle por el metro más cercano y nos hizo ir con ella (y fue cuando descubrimos lo que te comenté antes de las autopistas y los auto-stops) ; o el pequeñajo (y simpático) de Mehrad y sus padres, que viajaban con la abuela y a los que conocimos en el hotelde Yazd (para turistas locales, que son esos los que nos gustan) y nos sugerieron nuevos destinos; o Nazanin, una chavalina que trabajaba en el mismo hotel que, sin preguntar, nos quiso ayudar con las reservas de los autocares; o Shiva y su marido con los que coincidimos en los alojamientos-cueva y decidieron que íbamos a cenar todos juntos con su familia (numerosa, viajaban con sus respectivos padres y hermanos) en su habitacueva.
Y, como era de esperar, me llegan cada vez más y máscaras, como la de los capitanes de barco retirados cuyas casa parecen museos de sus antiguas aventuras en el mar; o la de aquel chico que vendía aceitunas en la carretera y que nos regaló un recipiente [de esos en los que traen la comida china, tamaño XXL] lleno hasta arriba de ellas, solo porque sí.
Por si tienes curiosidad, nos hemos escrito ya varias veces con Azad, Behin y Los Mohameds y, tal como nos comprometimos, hemos enviado fotografías a, créeme, todos los que he mencionado hasta ahora, que no son pocos.
En una semana no ha pasado mucho: Azad sigue con sus reformas y Mohamed I con su dilema de si emigrar a Canadá o no, que ahora con novia ya no le hace tanta gracia; Behin está aprovechando los últimos días en Irán antes de regresar a Roma (a ver si nos viene a ver, que lo tendremos cerca) ; y Mohamed II sigue arrancándonos carcajadas mientras intercala emails para recordarnos cuánto nos echa de menos. Ooooooohhhh.
Apuntes finales (y muy random)
1/
Este año solo he perdido una camiseta (ergo, voy mejorando), pero me dejé las pastillas de la alergia en casa de Azad… y, ¡oh, sorpresa!, las necesité (mea culpa, por aventurarme a mezclarme con caballos, aun sabiendo que luego mi cara queda como un cromo). Ramón, claro está, regresó con todo, no se dejó nada en casa de nadie y no tuvo alergias, solo farturas de kebab.
2/
No entraba en los planes pero compramos un kilim, un tipo de alfombra típica de los pueblos nómadas que, tejen a mano.
No es Miss Elegancia ni tiene un patrón de esos que puedes definir como «bellísimos» (que algunos podrías contemplarlos todo el día, como el Taj Mahal) pero evoca personalidad (¿quizá porque tiene más de 40 años?) y, todavía más importante y revelador, fue un amor a primera vista de los dos (y esas cosillas no se pueden obviar).
Ahora luce en el salón de casa y parece que siempre estuvo ahí, integrándose perfectamente en el ambiente.
(Y yo intento imaginarme la cara de sorpresa que pondrían sus tejedores ―hombres o mujeres, no importa― al conocer el largo viaje que hizo esa alfombra que un día, después de algunos meses, terminaron de tejer y que para nosotros es una auténtica obra de arte). No lo puedo remediar, me chifla la sensación de sentir que vivo en un museo casa, con piezas únicas, con su propia belleza.
3/
Me he sentido en casa, reafirmando esa historia de amor que tengo por esta zona del mundo. Es cierto que no me mudaría a Teherán (ni de broma, ahí con tanto movimiento y autopistas entre calles. Vamos, ni loca) pero, definitivamente, no me importaría vivir en Yazd (aunque Tbilisi seguiría siendo mi primera apuesta, seguida de Nijmegen, otra ciudad a la que tengo especial cariño, aunque poco tengan que ver). Pero, vamos, que quede por escrito que vivir en Oviedo me requeteencanta, que es un encanto de ciudad. Tampoco me ha supuesto ningún inconveniente cubrirme la cabeza con un pañuelo y, en todo momento, me he sentido respetada, aunque tampoco lo dudaba.
4/
El uso de la tarjeta es mayoritario y puedes pagar con ella lo que quieras, incluso el pan (que cuesta una tontada). Otra cosa que nos ha sorprendido es que el cliente le da la tarjeta al comerciante/camarero/vendedor y le da el número secreto para que haga el pago, algo impensable en estas tierras, vamos. Pero, piénsalo bien, ¿por qué debería importarnos dar la clave? ¿Los suyo no sería que la profesionalidad y ética del que lo recibe le impidiera plantearse quedárselo y aprovecharse de la información?
5/
No voy a descubrir la sopa de ajo si te digo que viajar ahora (en todas sus etapas) es mucho más fácil que hace unos años. Es verdad que no hemos tirado mucho de internet (más por dificultad que por elección) pero dos aplicaciones de uso offline nos han facilitado mucho la existencia: maps.me y un traductor al persa, dos herramientas clave que ya no faltarán en la mochila y que, las cosas como sean, hemos agradecido un montón, aunque nos guste la aventura.
Y hasta aquí, así que GRACIAS INFINITAS por haber querido viajar conmigo, con nosotros, y con todos aquellos que nos fuimos encontrando.
Y quédate con esta mirada, aunque no es la única.
[Nota final: Escogiendo Irán como destino (con toda la mala publicidad que le dan en los medios) ya habrás asumido que en casa nunca nos hemos creído aquello de que es el eje del mal, más bien lo contrario, pero poder convertirnos en embajadores de sus gentes y poder defender su pueblo desde la experiencia siempre es un plus que (creemos) puede ayudar a despertar un sentido más crítico a lo que se nos bombardea en la prensa y en la televisión. No que yo tenga la verdad absoluta de nada (¡ya me gustaría a mí!) y respeto que cada uno tenga su forma distinta de pensar y concebir el mundo (por lo mismo, solo faltaría), pero creo que cuanta mayor sea la información que dispongamos y más abiertos estemos a los distintos prismas que se nos ofrecen, mejor, sea para modificar nuestra concepción o ratificarla, que también puede ser].