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Artículos y destellos para ser cada día mejor.

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Archivo de marzo 2017

Beckett sobre el muelle

En mi ALDELGRÁN (ALtar DE Los GRAndES) se codean personajes ilustres (ergo, universalmente conocidos) con personas que he tenido el privilegio de encontrarme en mi vida y que la han iluminado de una u otra forma.

Hace algunas semanas, a través de un libro, te presenté a Isabel. Hoy, es el turno de Dani (Daniel Jándula), que también está ahí, y que justamente ahora me acabo de dar cuenta de que es el benjamín del grupo.

Déjate, lo está por méritos propios. Y es que, más allá de que es un gran sabio, que lo es (sabe de todo y te lo argumenta y te lo relaciona con lo que sea y te deja en un estado de asombro permanente), tiene bondad a raudales, una gran imaginación, unos valores sublimes; ama el arte desde cualquier disciplina, es ecuánime, especialmente profundo, muy alegre y, encima, sabe contar historias y escribe súper bien. (De hecho, ya ha ido teniendo algún que otro reconocimiento, aunque yo le auguro muchísimos más. ¡Si es que tanto te escribe una novela policíaca, como te la planta en el oeste, como te sorprende con una disertación sobre Dios o se luce con un guión de cine!) En fin, que es un fuera de serie que te recomiendo. Y, sí, como guinda, tengo el privilegio de conocerlo.

(¿Cómo no podía tener su rinconcito en mi ALDELGRÁN?)

Bueno, pues te cuento que un día pensé que sería un puntazo que estuviera en este espacio nuestro, para poderlo compartir contigo y porque iba a sumar seguro, escribiera lo que escribiera.

Y le pregunté si le apetecería publicar alguna reflexión suya, y me dijo que sí y que, de hecho, tenía una historia que pensaba que podría cuajar bien con el blog.

Y vaya si lo hace.

Es sobre un momento mágico (¿bestia? ¿revelador?) que parece que vivió el escritor Samuel Beckett justo en un momento en que su vida tenía más sombras que luces. Digamos que lo estaba viviendo tan mal que había decidido poner fin a su existencia. Era un día de tormenta y entonces…

Pero mejor te lo cuenta Dani, ¿no?

Becket sobre el muelle

La historia la protagoniza el escritor Samuel Beckett, y marcó para el resto de su vida la manera en que vería el mundo y su propio trabajo.

La versión oficial dice que, una noche de 1946, un sombrío y agotado Beckett se dirigió al muelle de Dun Laoghaire con el fin de dejarse ir por la enorme tempestad que se había desatado en aquella ciudad al este de Irlanda. Empapado y temblando de frío, el escritor experimentó una profunda epifanía que le llevó a entender cómo tendría que escribir a partir de esa noche. Al final del muelle hay una placa de bronce que señala el lugar donde permaneció sentado. En su obra teatral Krapp’s Last Tape recoge una versión primitiva de lo sucedido, y describe con precisión el paisaje que vieron sus ojos: un acantilado y sus pensamientos más oscuros revueltos «entre la espuma de las olas que brillaba a la luz del faro y el anemómetro que daba vueltas como una hélice».

A partir de aquí, todo son conjeturas que tratan de responder a la gran pregunta: «¿Qué mensaje encontró Beckett en la tormenta?». Sabemos que antes de la tempestad, Beckett sufría de un colapso creativo importante, dado que se esforzaba por hacer lo que se supone que un novelista debe hacer: aparentar, crear simulacros realistas del mundo. Así lo cuenta su biógrafo Anthony Cronin. Es posible que, debido a su educación protestante, Beckett mezclara su experiencia con aquella noche que, cuenta otra leyenda, Martín Lutero pasó al raso y fue asediado por multitud de rayos que casi acaban con él. Pero lo que nos interesa es que, tras esta noche en la tormenta, Beckett entendió que debía librarse de artificios e hipocresías, volcarse en su mundo interior, con todas sus tinieblas e incertidumbres; que debía aprender a desprenderse de lo superficial. Años más tarde escribió (en su versión de la revelación): «Comprendí que mi camino estaba en el empobrecimiento, en la falta de conocimiento y en la eliminación, en restar más que en sumar». Desde 1946, su obra sería tan única e inclasificable como la reconocemos hoy.

Por otra parte, todos los escritores buscan ese momento de revelación, y de algún modo tendemos a exagerarlos, cuando no directamente a inventarlos. A menudo, la revelación, si es que se produce, será quien acudirá a ti, porque no se compone necesariamente de rayos: a veces son unos ojos, a veces un bloque de hielo, una ráfaga de viento o una línea que brota de un texto cuando menos te lo esperas. A mí me gusta pensar que la naturaleza está llena de esas revelaciones, pero quién conoce su entorno lo suficiente como para cazar al vuelo esos instantes de pura revelación. Y una última pregunta: ¿Qué hay detrás de cada revelación?

Apuntes finales

Ya ves tú, Samuel Beckett había decidido poner fin a su vida y, entonces, justo antes de que llevara a cabo su decisión, un relámpago surgió de los cielos y le mostró un «todo» del que nunca antes había sido consciente.

Y, en ese preciso instante, desistió de su intención y optó por seguir viviendo, escribiendo y compartiendo desde ese nuevo «yo» que había surgido en el muelle.

(¡Ay las señales y esos momentos de eureka y ajá, como para no tenerlos en cuenta!).

Dicho esto, lo que sí que me parece «curioso» es que detrás de muchas historias de personajes «poderosos»  y omnipresentes en internet,  haya un momento «a lo Beckett», un instante en el que todo se desmorona y que luego los ha convertido en imparables. No sé,  en algunos casos será cierto, pero ¿en (casi) todos? Es que entonces uno podría acabar pensando que es necesario caer en un pozo sin fondo solo para que en el último segundo encontremos la palabra mágica, al estilo «abracadabra», que nos haga impulsarnos hasta arriba, y no me parece el súper planazo, la verdad. Pero, si no es así, si no caemos en ese hipotético pozo profundo y mágico, ¿evitamos, entonces, la iluminación?

Prefiero pensar que no  y que no necesariamente tenemos que estar en la etapa más oscura para estar abiertos a un cambio importante y positivo en nuestras vidas, ni tampoco metidos en medio de una de esas tormentas que parece que se rebelan en contra de la humanidad para encontrar un «relámpago», pero, eso sí, mejor estar abierto a las señales, no sea que no se nos escape justamente aquella que necesitábamos para dar un giro a nuestra vida.

A mí, lo que me parece simplemente magnífico es que, gracias a ese episodio, que me lo creo (seguro que en su época el story telling inventado no se estilaba tanto) Beckett dejó de ser aquello que creía que debía ser por ya no solo por «aquello», sino por «aquél», que realmente era; de despojarse de lo que no era, para ser él mismo, sin interferencias.

Si te apetece reflexionar un rato, tengo dos preguntas para ti: 1) ¿Cuántas grandes decisiones has tomado en un momento en el que te parecía que estabas en una cueva, aunque no fuera la más profunda del mundo? y 2) ¿Cuáles han sido tus relámpagos personales?

Termino ya aquí y así te dejo en tus pensamientos, pero espero que esta «anécdota» de Beckett te inspire de algún modo. Ella es la que, además, te ha llevado a descubrir a alguien más de mi ALDELGRAN, que me hacía ilusión.

____________

[Nota extra y personalizada]: Gracias, Dani, por haber querido participar y enriquecer este blog, un espacio de encuentro que solo pretende hacer pensar un poco e inspirar otro tanto. En serio, gracias.

El peinado impecable de Libertad

Si te propusiera hacer una lista de monumentos emblemáticos en el mundo, por jugar y a modo estadística, seguro que, como mínimo, coincidiríamos en uno.

Y esa coincidencia sería «la estatua de la libertad».

De todos modos, ya te avanzo que el destello no es sobre la simbología de la estatua.

El objeto de este minipsuedoensayo es mucho más banal: es por su pelo.

Sí, has leído bien, por su pelo, porque su estilismo es perfecto.

Y lo es porque su escultor, Frédéric A. Bartholdi, buscó que fuera así: impecable, como de anuncio de la nueva laca de turno, a prueba de lluvias torrenciales y vientos huracanados… y aunque fuera de piedra.

He decidido convertir el asunto en destello porque, en el momento de todo esta trama, a finales del siglo XIX (se inauguró en junio de 1886), no existía el transporte aéreo (el primer vuelo fue en 1903) y, por tanto, nadie iba a percatarse del pelo de una estatua de casi 50 metros que iba a colocarse en un pedestal de casi 43. Y esa decisión me parece de lo más relevante.

Al fin y al cabo, estando a casi 93 metros de altura, ¿por qué, entonces, preocuparse por la perfección de un peinado que no iba a ser valorado? Es más,  ¿y si dejaban la cabeza bien rapadilla y lisa o con los trazos del pelo como salieran a la primera y ya está?

Pero no, Bartholdi quería que los mechones fueran estupendos. Y eso fue una apuesta genial y visionaria. Qué vergüenza hubiera sido para él que años más tarde se viera una cabeza chapucera, qué vergüenza.

Seguro que las exigencias del escultor para conseguir ese peinado impecable fueron un poco fastidiosas  para su equipo (y que incluso las tildaron como locura y, definitivamente,  como «un capricho del artista»)  pero, a mí, esa postura clara hacia la excelencia me parece digna de admiración. (Y le hago la ola al amigo Frédéric, más allá de si tenía información privilegiada de que un día avionetas y helicópteros llenos de turistas sobrevolarían la ciudad de Nueva York, que no creo, pero que todo puede ser).

Yo me quedo con  su pleno compromiso a su trabajo, a su arte y a sus estándares de satisfacción, y eso me inspira a seguir buscando la mejor versión de todo lo que hago. Poco a poco, sin obsesionarme, pero con esa intención plena y clara a dar siempre lo máximo de mí (en ese momento) y poner mi grano de arena (el que pueda) para hacer un mundo más bonito y armónico.

Como anécdota, la estructura interna de la Estatua de la libertad tiene la firma de A. Gustavo Eiffel, el constructor de la torre parisina emblema de la capital francesa. Y te lo cuento porque como Torre Eiffel es otro de esos monumentos mundialmente archiconocidos y aclamados , hay altas probabilidades de que en la lista del principio lleváramos ya dos coincidencias.

O tres, porque,  ¿acaso no hubieras puesto el bellezón del Taj Mahal?

estatua de la libertad pelo por detrás

OBJETIVO 1: Reflexionar sobre la calidad de tus acciones, de tu trabajo, de tu día a día.
OBJETIVO 2: Considerar mejorar todo lo que haces, aunque nadie te vea. Escoge un criterio y celébrate.
AUTOR: Frédéric Auguste Bartholdi.
CATEGORÍA: Patrimonio de la Humanidad, del Universo y del Ideario de lo que debería ser este mundo.

El fundador del imperio McDonalds y la innovación de dos hermanos

Me llegan a decir hace unos años que escribiría algo sobre McDonald’s (yo, que nunca probé una Big Mac) y me hubiera partido el diafragma, por la carcajada tan enorme que hubiera soltado.

Pero aquí estoy, porque he visto El fundador, la película de su historia, y sí, me ha parecido interesante y digna a dedicarle unas líneas, aunque algunos episodios y comportamientos den mucha rabia, que también.

Eso sí, como aclaración previa, que no haya probado sus hamburguesas no quita que…:

1) haya comido algún que otro aro de cebolla. (Pocos, pero alguno).

2) me haya tomado algún que otro café con leche en esa nueva etapa de reinvención que empezó hace unos años. (Bastantes más que aros, pero el café es arábica y eso, yo, lo tengo en cuenta).

3) empezara a respetar «algo» su negocio (más allá de su imperialismo, que es un poco feo) porque conocí a gente que había trabajado muchos años en la compañía, y, oh sorpresa, me rompieron muchos estereotipos que, reconozco tenía y que parece ser que no eran del todo merecidos (sin quitar su halo imperialista, repito). Y no, ellos no tenían por qué defender (para nada) su etapa ahí, que, además, ya hacía tiempo que había terminado y habían seguido sus propios caminos. Total que, viendo ahora la película, algo de los inicios del restaurante debieron quedar, y eso me parece loable, que una cosa no quita la otra.

¿Te ubico y empezamos?

7 pinceladas

  • Ray Kroc es un comercial de 52 años al que la vida le va bien, pero que siempre aspira a más.
  • En 1954, Ray se encuentra vendiendo batidoras múltiples a los restaurantes de carretera y no le está resultando fácil.
  • Su secretaria le informa que han recibido un pedido para 6 batidoras, que se convertirán en 8.
  • Ante su sorpresa (no sin antes pensar que ha habido un error) decide conocer personalmente a los propietarios del negocio, los hermanos McDonald. (Por cierto, bastante majos —al menos, en la película—, aunque con sus errores, claro).
  • Va al restaurante y queda absorto con el proceso mecanizado que tienen montado.
  • Ve una oportunidad de negocio y les propone montar franquicias de su negocio.
  • El «monstruo» McDonalds empieza a sus primeros pasos…

Lo que podemos aprender de la historia de McDonald’s

↝ De los hermanos: excelencia, creatividad y optimización.

Vaya dos, sobre todo en cuanto a la excelencia y a su búsqueda de la hamburguesa perfecta y de las patatas fritas en su punto, algo que parece ser que conseguían. (Bravo por ellos por exaltar lo suyo).

De hecho, confieso que miraba la película y no dejaba de pensar en Jiro Ono y en su dedicación plena al sushi. (Sí, acabo de comparar un manjar de 3 estrellas Michelín con una big mac, pero veo el símil, de verdad).

Si un hombre es llamado a ser barrendero, debería barrer las calles incluso como Miguel Ángel pintaba, o como Beethoven componía música o como Shakespeare escribía poesía. Debería barrer las calles tan bien que todos los ejércitos del cielo y la tierra puedan detenerse y decir: aquí vivió un gran barrendero que hizo bien su trabajo. ― Martin Luther King

Los hermanos McDonald tuvieron grandes aciertos: centrar su oferta en lo que tenía más salida, optimizar el proceso (grandiosa la escena en la cancha de tenis ensayado con su equipo ― como si fuera teatro, «a lo Dogville» pero sin artilugios, simulando, solo para saber qué distribución de cocina y proceso sería mejor―), y conseguir una hamburguesa perfecta en el menor tiempo posible para adaptar luego todo el proceso y su negocio.

A eso se le llama innovación.

Y no solo cuidaban el trato al bocadillo de hamburguesa en sí, sino a sus clientes (chapeau), a los espacios (siempre impolutos), a sus trabajadores (pagándoles bien)…

A mí, estos hermanos me cayeron bien desde el primer momento y, de algún modo, me fastidia saber que Kroc no cumplió del todo su palabra con ellos cuando les compra el negocio y que, encima, luego, les pusiera una sucursal en frente. (¿Hacía falta?).

Sea como sea, al principio Kroc nunca fue a malas y creo que también la tozudez de los hermanos (sobre todo de uno de ellos), fue lo que provocó esos aires de «venganza» de alguien que, de hecho, lo arriesgó todo y más, para que el sueño inicial de ellos (aunque luego se lo apropiase en su totalidad), que era expandirse, se convirtiera en una realidad.

Algo más de historia: como información extra, empezaron en 1937 con un puesto de perritos calientes en California. En 1940 lo trasladaron a San Bernardino, lo llamaron McDonald’s y crearon un nuevo menú. En 1948 se centraron en lo que vendían más: hamburguesa, patatas fritas y refrescos. En 1953 se empezaron a plantear lo de la franquicia, pero no tuvieron mucha suerte en su intento. En 1954 es cuando llegó Kroc.

7 años más tarde, recibieron un total de 2,7 millones de dólares por la empresa, un importe que no está nada (pero que nada) mal para esa época, sobre todo teniendo en cuenta que una hamburguesa valía 15 centavos de dólar, así que, objetivamente, nunca en su vida hubieran ganado esa cantidad de dinero, ni aun clonándose cien mil veces.

Pero, claro, el dinero no lo es todo y entiendo esa parte de tristeza y de decepción, porque hay maneras y maneras de hacer las cosas, y a ninguno nos gusta que nos traten mal ni que nos traicionen.

A pesar de los pesares, no hay que olvidar que pasaron a la historia como los creadores de la comida rápida, que McDonald’s es una de las marcas más reconocidas del mundo y que alimenta, cada día, al 1% de la población mundial, que es mucho.

Además, aunque habrá habido épocas de todo, todo apunta a que los estándares de calidad siempre fueron (y han sido) altísimos, una de las exigencias de los hermanos.

↝ De Ray Kroc, su fundador: visión, actitud, riesgo y tenacidad.

Nos guste o no como persona, Ray es un buen ejemplo de perseverancia, osadía y de la importancia de soñar en grande, ingredientes que ya sabemos que funcionan en la vida, sobre todo en el mundo empresarial.

Al fin y al cabo, fue su espíritu emprendedor, no una necesidad imperante, lo que le llevó a meterse en semejante lío (que lo era) y arriesgar tanto, cuando ya había cumplido los 52 años.

Menuda visión y qué gran corazonada, ¿no?

Y esa decisión 1) apoya aquello de que uno nunca es demasiado viejo para perseguir sus sueños, 2) echa un cable a eso de «quien no arriesga, no gana» y 3) se convierte en un nuevo ejemplo a la perseverancia de Edison y sus 999 intentos de bombilla.

Algo que también ayuda a Ray es una marcada actitud positiva que, además, refuerza escuchando mensajes motivacionales de aquellos que ya han triunfado antes.

Persevere. Nada en el mundo puede reemplazar a la perseverancia. El talento no lo hará; nada es más común que los fracasados con talento. El genio no lo hará tampoco; el genio sin recompensa ya es proverbial. Perseverancia y determinación son las únicas virtudes omnipotentes. ―Calvin Coolidge

De todos modos, «fácil», lo que se dice «fácil» hay que reconocer que tampoco «se lo pusieron» y que tuvo que superar grandes obstáculos, incluso de los hermanos, que menospreciaban (¿quizás demasiado?) su visión. No solo eso: también tuvo que lidiar con el escepticismo de su mujer, con unos números rojos que le llevaron a hipotecar su vivienda, con malas decisiones de unos y otros… Pero él estaba siempre ahí, atendiendo cada detalle, e igual estaba en el banco, como vendiendo franquicias, como barriendo el suelo.

En «compensación», sin tener claro si lo pidió al universo, estaba escrito en los cielos, era su destino, o fue «tan solo» un accidente astral, Kroc se cruzó con la buena suerte y con las personas adecuadas, que eso siempre ayuda, pero también, por si fuera poco, con un gran nombre. Algo que él mismo reconocía, porque «McDonald’s» sonaba potente, grandioso y sugerente.

Cruces, banderas, arcos. —Roy Kroc

Cruces por las iglesias; banderas, por los ayuntamientos; arcos, por los arcos originales que habían diseñado los hermanos para sus locales, y que luego se convertirían en la M de McDonalds.

Así visualizaba Ray Kroc que iba a ser cada pueblo de América.

El resto ya lo sabemos.

Apuntes finales

Maquillada la historia o no (es Hollywood, a saber), a mí me ha gustado conocer los inicios de ese grande de la comida rápida que se ha ido reinventando con el tiempo, que en el siglo XXI cambió su rojo característico por el verde y cuyo logo es uno de los más reconocidos del mundo, sino el que más.

Personalmente…

1) me quedo con la búsqueda de la excelencia de los hermanos y la tenacidad y actitud de Kroc. No hay uno sin los otros, ni los otros sin el uno: los McDonald aportaron la creatividad y el concepto; Ray, el empuje, la visión y la necesaria reformulación de la idea original para poder hacer Historia, que sí, la hicieron entre los 3.

2) creo que los hermanos fueron demasiado tozudos con eso de querer controlarlo todo al detalle y no querer renegociar el porcentaje de Kroc cuando éste se lo pidió, que tampoco era tanto. Esa inflexibilidad fue contraproduciente en todos los sentidos, para ellos y para la salud de la empresa. (Apuesto a que hubieran podido ser un poco más felices —o felices del todo— cediendo un poco más, pero esa es mi opinión).

3) la falta de compromiso de Kroc, que no cumple su palabra de adjudicarles el 1% de los beneficios anuales, aunque fuera un acuerdo verbal. (Me da mucha rabia que no lo hiciera, en serio, y más allá de que estuviera resentido con ellos). Si uno promete algo, lo cumple y listo. (Todo tiene sus matices, y la verdad mil caras, pero creo que «el fundador» hubiera podido tragarse un poco su ego y quedar como un señor frente a los hermanos, incluso tener una relación cordial con ellos para el resto de sus días, pero no lo hizo).

Acabo ya con una reflexión final: en este momento, el imperio McDonald’s tiene el mismo número de fanáticos que detractores, pero hay algo que no se le puede negar: su menú, para bien o para mal (es cuestión de prismas), revolucionó el mundo desde San Bernardino, por la creatividad de dos hermanos y el tesón de un visionario.

Y hay que aceptarlo.

Pequeño vals vienés

Hoy va sobre el arte, la genialidad y las fusiones.

Y es que me parece increíble, bello y necesario que los artistas se inspiren entre ellos y aporten cada uno su granito de arena inspirados por una primera pieza, sobre todo si suman y danzan con lo sublime.

Eso sin tener en cuenta si son de la misma categoría artística, que no importa, pero siempre versionando, fundiéndose y regalando al mundo nuevos matices y prismas distintos con los que «interactuar» con la pieza original.

Y hoy te traigo un ejemplo que creo que puede gustarte. (O eso espero).

Vamos a él:

Federico García Lorca escribió Poeta en Nueva York entre 1929 y 1930. (Se publicó en 1940).

En 1986, Leonard Cohen, que era un gran admirador de Lorca, participó en el disco Poetas en Nueva York, donde varios artistas internacionales musicalizaron el poemario del poeta granadino.

Cohen adaptó Pequeño vals vienés.

Y le quedó precioso no, preciosísimo.

Entonces, algunos años más tarde, otro de los grandes reconocidos, Enrique Morente, hizo una versión de la adaptación de Cohen y la incluyó en Omega, un álbum homenaje a Lorca (y a Cohen) en la que participaron otras figuras del flamenco y el grupo Lagartija Nick.

El resultado fue la crème de la crème y, sin lugar a dudas, mi versión favoritísima del tema, porque ha habido muchas, incluida una de Sílvia Pérez Cruz, a la que idolatro y raptaría para que me hiciera recitales solo para mí y los míos, (y a ti, si quisieras), y que ya tiene su destello en este blog.

Pero hoy es momento para Morente, Cohen y Lorca en esta versión que me enamora tanto.

A ver si te inspira, te relaja o te lleva a otros mundos. O las tres cosas.

Como extra, y aunque no era mi idea inicial, aquí tienes el tema original de Cohen, por si quieres entrar en el bucle.

OBJETIVO 1: Conocer la versión de Morente de este poema de Lorca desde la inspiración previa de Cohen simplemente porque es bella. (Y la belleza ensalza nuestra vida y nuestra alma).
OBJETIVO 2: Si te quedas con más ganas, buscar otras adaptaciones del tema, que las hay a raudales.
ARTISTAS: Federico García Lorca, Leonard Cohen, Enrique Morente.
CATEGORÍA: Suma de genios para una genialidad sin fin.

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