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Artículos y destellos para ser cada día mejor.

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Archivo de junio 2020

Pintando para uno (y también para los demás)

Más allá de su finalidad estética, me interesa el arte como expresión de vida; el arte, como una manera de cristalizar la visión personal de lo que es el mundo, de lo que significa para uno vivir y relacionarse con lo que le rodea.

El destello de hoy va en esa línea y complementa aquella reflexión de Berger que ya vimos hace algunas semanas (¿meses?) sobre contemplar un cuadro en busca de un secreto o, al menos, de un mensaje que mejore nuestra realidad (o nos ayude a vivirla desde una perspectiva más adecuada).

En esta ocasión, damos un paso más y (de nuevo con una cita, desde la palabra), nos acercamos al arte como autoterapia, pero también enfocado a la esperanza de poder amparar a los que más tarde pasen por un conflicto vital (álmico o de lo más mundano) semejante al expresado.

Me refiero a ese arte que ayuda a canalizar el dolor, los miedos, la angustia, las tristezas y las sombras, ya sea creándolo o contemplándolo.

Supongo que habrá mil artistas y mil obras que pueden acompañarnos en los momentos de tormento o desazón pero, de los que conozco, sin duda alguna mi favorito siempre ha sido Edvard Munch, pintor expresionista al que seguramente (y como mínimo) conocerás por su obra El grito, un cuadro que, guste o no, nos habla y entendemos casi sin proponérnoslo, de manera intuitiva.

¿O acaso no hemos sentido en nuestras vidas una pesadumbre mayúscula (aunque al final objetivamente no fuera para tanto, eso da igual)?

Está claro que hay que celebrar los días estupendos y los momentos de alegría (mucho más fáciles de gestionar), pero, ¿qué pasa con lo que nos atormenta? ¿Acaso no es mejor darles una salida, incluso compartirlos?

El destello de hoy va en esa línea y nos recuerda que una de esas salidas puede ser la sublimación artística.

50-citas-de-munch

Por un lado, me parece soberbio (y, según cómo, también una suerte) que Munch tuviera la capacidad de encontrar una manera mejor de soportar el dolor: no tuvo una vida fácil y, aunque fuera ella [su vida] la que le permitiera convertirse en lo que fue ( al estilo de Hércules), no hay que obviar que contaba con la posibilidad de convertirse en un bicho bola.

Por otro, me admira esa generosidad suya de querer compartir ese camino de transformación y ese deseo tan consciente de poder acompañar a otros en sus momentos de tormento, dándole un nuevo sentido a su vida, buscado o no.

En cualquier caso, Munch es un ejemplo claro de cómo el acto de crear puede ser terapéutico y un instrumento de catarsis que permita consuelo.

#EnLosMalosMomentosSeamosComoMunch.

Objetivo 1: preguntarte cómo canalizas los momentos de tormento. ¿Pintas? ¿Escribes? ¿Dibujas? ¿Bailas?…

Objetivo 2: identificar quién o qué te acompaña en los días/etapas de reto.

Protagonista: Edvard Munch.

Categoría: El arte como terapia.

Nota extra: no toda la obra de Munch refleja sombras y tormenos: sí, la muerte, la enfermedad el paso del tiempo y la angustia son los grandes protagonistas, los que le definen mejor, pero también tiene cuadros que despiertan paz, armonía y serenidad. Ahí van tres ejemplos: Noche de verano (Inger en la playa), un cuadro de la serie de mujeres en el puente o El sol, que es el que me llevaría realmente a casa: solo alguien que ha vivido grandes penurias puede pintar un sol tan espléndido.

Sencillamente Pau

Hace unos días murió Pau Donés, el alma de Jarabe de Palo.

Nunca fui muy especialmente fan de su música, y sabía de su enfermedad (llevaba arrastrándola ya por algunos años y lo había hecho público desde que se enteró), pero reconozco que la noticia me dio pena, mucha pena.

Al fin y al cabo, aunque sus canciones, a priori, no formarían parte de la banda sonora de mi vida (al menos, no de un hipotético primer CD, incluso si fuera doble) sí que las conozco y siempre me han despertado una sonrisa.

No sé, como que Pau daba buen rollo.

Y llevaba 20 años de canciones que siempre han estado ahí y que, en mayor o menor medida, hemos escuchado todos.

Supongo que podríamos concluir que, incuso si «Los jarabe» no forman parte directa de nuestras bandas sonoras, Pau y su troupe han puesto música a estas dos últimas décadas. Y de ahí el punto nostálgico, ese que nos recuerda el inexorable paso del tiempo y «que aquí estamos de presta’o», así que mejor vivir de la mejor forma posible.

La historia es que esta semana tocaba un destello musical y he pensado que Pau tenía que ser el protagonista.

Además, me lo ha puesto fácil: su última canción, lanzada solo unas semanas antes de su fallecimiento, es paradójicamente, un canto maravilloso de agradecimiento a la vida y a su hija, a la que se ha dedicado (para disfrutarla) estos últimos años.

Ya ves, hasta el último momento, regalándonos letras bonitas y positivas… ¿cómo no cederle hoy el espacio?

Y es que Pau, al igual que hiciera antes Freddie Mercury con These Are The Days Of Our Lives (que tampoco presagiaba lo mejor, aunque uno no se lo quisiera acabar de creer) quiso despedirse haciendo lo que más le gustaba.
Fíjate, incluso me atrevo a adivinar que quiso dar un paso más y regalar un último guiño: que el escenario de su despedida coincidiera con el de su presentación, desde una azotea.

Objetivo 1: Disfrutar de la canción: de su letra y también de su energía. Grandioso legado el que nos deja Pau. La muerte está aquí y convive con nosotros, pero, más allá de los pesares, qué maravilla haberse podido despedirse así de ella así, de una manera tan consciente y tan bonita, ¿no crees?

Objetivo 2: Hacerte una lista de canciones positivas, de esas que te ayudan a tomar perspectiva y valorar lo que tenemos, que nos quejamos mucho (¿quizá demasiado?).

Categoría: Canciones que son caricias para el alma.

Los problemas del mundo

No, no voy a hacer una disertación sobre los problemas del mundo ni de los posibles retos que tenemos por delante, especialmente porque no tengo la clave de cómo redirigir su rumbo, aunque molaría (ni que fuera como ayudita extra para asegurar que no cae en el abismo, que a veces parece que se vaya a la deriva).

Pero te traigo algo mejor: un cuento que, creo, nos viene como anillo al dedo en estos momentos.

Lo escribió el autor chileno Cristian Urzúa Pérez y se encuentra en su libro Breves historias para el camino, publicado en 2009.

Fíjate, 11 años después y su reflexión sigue siendo la solución.

Te dejo con su regalo. (Y, un poco más abajo, un enlace de una lectura en audio).

El cuento

Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo estaba decidido a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.

Un día su hijo de seis años entró en el laboratorio decidido a ayudar a su padre con el trabajo. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió que fuese a jugar a otro lugar.

Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiera entretenerlo.

De repente se encontró con una revista, donde había un mapa con el mundo, justo lo que necesitaba. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta adhesiva se lo entregó a su hijo, diciendo: «Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie».

Entonces calculó que al pequeño le llevaría diez días recomponer el mapa. Pero no fue así.

Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba tranquilamente: «Papá, papá, ya lo hice todo, conseguí terminarlo».

Al principio el padre no creyó al niño. Pensó que sería imposible que, a su edad, hubiese conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.

Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?

-Hijito, tú no sabes cómo era el mundo. ¿Cómo lo lograste?

-Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo vi que por el otro lado estaba la figura de un hombre. Así que le di vuelta a los recortes y comencé a recomponer el hombre, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar al hombre, le di la vuelta a la hoja y vi que había arreglado el mundo.

Fin.

Momentos de reflexión

Lo sé, el cuento es una gozada y, a la vez, un zasca importante.

De ser una historia real, ¿te imaginas la cara del padre?

Aunque, de hecho, no hace falta irnos a ninguna hipótesis porque, ¿con qué cara te has quedado tú?

El mensaje no es nuevo, cierto, pero la forma con la que Cristian nos lo presenta me parece tan ilustrativa que se convierte, también, en la más efectiva.

Vendría a formar parte de ese pack en el que también incluiría eslóganes como el archiconocido «Piensa globalmente, actúa localmente», la cita de Gandhi «Sé el cambio que quieras ver en el mundo», el cuento del lanzador de estrellas o vídeos del estilo a los que recordamos el valor de la generosidad o los compincheos para mejorar el día de alguien.

Arreglar el mundo puede parecernos una quimera y está claro que solo unos pocos (y muy de vez en cuando) son capaces de cambiar la conciencia global de forma exponencial, que es lo que ayudaría «de verdad».

Pero lamentarnos, sentirnos desvalidos y tirar la toalla en espera de que suceda un milagro o llegue un nuevo Mesías, ¿es la solución?

Pues claro que no.

Mucho mejor sería que nos preguntáramos qué podemos aportar aquí y ahora para mejorar nuestro minimundo, algo que tampoco será de un día para otro y que requerirá mimo y paciencia.

Eso sí, sin olvidar que ese minimundo empieza en nosotros, en nuestras necesidades, teniendo muy presente la primera regla del bombero: asegurar su vida para salvar la de los demás.

Cartero, Cartero…

«… dese prisa en la entrega, que es la amiga que más quiero».

Este es el mensaje que escribíamos en el sobre de las cartas en la correspondencia con una amiga (Laia) que conocí en unas colonias infantiles y que no vivía en mi ciudad. Creo que ella fue la primera, y luego yo ya la seguí.

Y, recordarlo, me ha hecho sonreír.

Es una anécdota de tantas (una ya tiene una edad), pero me ha venido a la cabeza preparando este destello de hoy en el que la protagonista es justamente una carta.

O más bien, el (sugerente) sobre de la carta, éste:

47-carta a islandia-1

Es verdad que ahora vivimos en un mundo hiperconectado en el que es fácil dar con alguien o algo o encontrar loquesea mediante una visita al todopoderoso Google.

Sin ir más lejos, el otro día tenía en la cabeza mi plato favorito de un restaurante (al que fui varias veces, pero hace más de una década larga) y, enviando un correo, tachán, foto del plato en mi bandeja de entrada. ¿Cómo te quedas?

Pero es que no recordaba el aspecto, solo que estaba buenísimo.

Y, una de dos: o era eso (intentar conseguir la foto para versionarlo algún día) o caer en la obsesión, la mitificación o en algún -ón de esos que no suenan bien.

Mi misión resultó exitosa por un sinfín de chiripas. Para empezar, recordaba el nombre del restaurante, pero es que, bingo el mío, sigue en activo, tiene colgada la carta en Internet, el plato sigue en su menú y, lo más importante, la persona que me atendió fue majísima y me envió la foto el mismo día, menuda eficiencia. Ooooh (hay esperanza: todavía queda gente molona en el mundo).

Pero retomemos el destello de hoy.

Me encanta el ingenio del remitente: quiere contactar con alguien y busca la manera desde lo que sabe: que la casa está al lado de un lago y que la destinataria es danesa, tiene tres hijos y trabaja en un supermercado.

¿No te parece genial? A mí incluso me intriga el contenido de la carta.

Conste que (a día de hoy) Búðardal solo tiene 266 habitantes,  por lo que está claro que la opción «dibujo un mapa y pongo datos sueltos en plan acertijo fácil, porque me interesa que la carta llegue» tenía muchos números para el éxito (está abierta, asumimos que llegó su destino), pero ¿se te ocurre otra manera de conseguir la dirección y no tener que depender del cartero? Como mínimo, hay una más*…

Pero te dejo con tres preguntas más: ¿hace cuánto que no escribes una carta? ¿A quién le escribirías una? ¿Y si lo haces? Eso sí, ¿tienes su dirección (o puedes conseguirla)?

Por cierto,  1/ a ver si un día te hablo de mi cartera, que es una mujer tremebunda; y 2/ el aspecto del plato cuyo recuerdo me hacía salivar (mucho) no hacía justicia a lo buenísimo que estaba (quizá de ahí a que lo hubiera olvidado).

Objetivo 1. Sonreír. (Vamos, como casi siempre).

Objetivo 2: Buscar en tu baúl de los recuerdos alguna anécdota personal con el mundo de las misivas.

Créditos: Twitter (es mi fuente), pero también la destinataria de la carta, el remitente… y el servicio de correos.

Categoría: Siempre hay una manera. SIEMPRE.

*El matasellos es de este año (2020) así que, aunque menos romántica (lo del dibujo del mapa es genial), se me ocurre (al menos) una alternativa para asegurar el tiro de que la carta llegue al destino (y no depender de las dotes detectivescas del cartero; aunque seguramente, en una población tan pequeña, solo haya uno y conozca a todo el mundo).

Mi alternativa pasa por Google, donde descubrimos que en Búðardal solo hay dos supermercados, una buena noticia para identificar fácilmente en cuál de ellos trabaja la destinataria, en especial para el remitente, que ya estuvo ahí.

Se presentarían entonces dos caminos para seguir con la investigación ―y dar con la cajera―: 1/ llamar por teléfono y preguntar o 2/ contactar por FACEBOOK (que ambos supermercados tienen perfiles sociales, confirmado por servidora) y explicar la situación.

Es verdad que el éxito total de la operación dependerá de las habilidades sociales del remitente y de quien atienda la demanda; pero, en el peor de los casos, de no conseguir hablar con la cajera y no obtener la dirección privada (por un asunto de Privacidad de Datos), se lograría el nombre (no es poco) y la carta se podría enviar al supermercado directamente a ella, a Sorine Møller (si se llamara así, que seguro que no, pero para bautizarla de algún modo).

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