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Artículos y destellos para ser cada día mejor.

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Archivo de noviembre 2017

En el autocar, todos juntos cantando

Hace ya bastantes años que vi Casi famosos y todavía hoy recuerdo con cariño una de las escenas de la película, una que pasa en un autocar, que me encantó.

En ella, los protagonistas pasan de un estado anímico a otro gracias a una canción.

Así, pim pam.

Y la escena es total de los totales. Casi tanto como la de los hermanos Skeleton, que también te deja de muy buen rollo.

Alguna vez recreo la escena en mi imaginación, dentro de «mi» autocar: subo en él (siempre distinto, pero con ese aire a «furgoneta» que inspira a viajar por el mundo), escojo uno de los asientos (cualquiera de ellos) y, entonces, voy asignando el resto de las plazas entre mis «elegidos», aquellos con los que compartiría el momentazo y que van apareciendo y ocupando su sitio como por arte de magia.

He hecho este ejercicio un montón de veces y por supuesto algunas de las personas han cambiado, pero no todas, algo que me parece estupendo y que me dibuja una sonrisa, porque ninguna de ellas tiene ni idea de mi «autocar musical».

Sea como sea, siempre dejo asientos libres porque tengo claro que no tengo que llenar todas las plazas solo por tenerlas: sí, están libres, pero no disponibles, que es algo distinto.

Aclarado es te punto (y por si no la conoces y sientes curiosidad), te cuento la canción de la escena es Tiny Dancer, de Elton John. A mí es un tema que me gusta, pero creo que casi es lo que menos importa del momento (vamos, que también podría ser un vallenato, un tema de Led Zeppelin o cualquier hit pachanguero del verano, según tus gustos). De todos modos, si te apetece tener la letra traducida a mano, la puedes encontrar aquí.

Lo que sí que lleva el vídeo es la canción subtitulada, a modo karaoke, por si te apetece acompañar a William, Penny y los demás.

¿Momentazeas conmigo?

OBJETIVO 1: Sonreír, incluso «karaokear» un rato.
OBJETIVO 2: Encontrar tus acompañantes ideales en ese hipotético autocar que te lleva a tu nuevo destino. ¿A quienes escogerías? ¿Qué canción te apetecería interpretar con ellos, todos juntos?
CATEGORÍA: Escenas de películas que recrearías en este mismo instante.

El control del tiempo, esa ilusión…

Lo reconozco, a veces divago sobre el tiempo.

Y entonces me pongo a pensar sobre su gestión, «su» productividad y ese supuesto superpoder (¿habilidad? ¿talento?) potencial que parece que a todos nos viene de fábrica para adaptar una hora a lo que podríamos llamar IRP (Índice de Rendimiento Preestablecido).

Pero, vamos:

1/ Una hora es una «simple» hora, y no tiene más minutos que la anterior ni más que la siguiente: 60.

2/  No somos robots  con una consola en la que podemos ajustar unos parámetros determinados para definir una agenda que luego se cumpla a rajatabla y evite cualquier interrupción, imprevisto o sobresalto.

Y es que el tiempo es un concepto, no una materia moldeable que se contorsione para dar una solución  al  archiutilizado «es que voy a tope, no llego a todo».

Además, sería una trampa, porque estoy segura de que cuando vieras que podías llegar a X, te autoexigirías (o peor: te exigirían) llegar a X+1. Y cuando llegaras al +1, asúmelo ya, vendrían seguidos el +2, el +3, el +4, el +5… Y así, hasta el infinito.

¿O no has cedido alguna vez para encontrándote luego en una situación en la que, a tu pesar, sigues cediendo y abarcando más y más (y todavía más)?

Quizás por eso uno nunca puede llegar a todo, porque ese «todo» es el que hacemos moldeable y cada vez más amplio.

Es genial llevar una agenda porque nos ayuda a organizarnos pero ¿no se nos está yendo de las manos? ¿En qué momento se decidió que para una vida plena tenemos que estar ocupados en cada momento y que si está «vacío» podemos llenarlo?

O más grave:  ya no es que se pueda llenar, sino que «debemos» llenarlo, a no ser que queramos convertirnos en un completo fracaso gestionando el tiempo…

(Y ahora me gustaría ver la cara de nuestros ancestros al vernos tan preocupados por  dedicarnos a estos malabares….)

Veamos dos situaciones tipo (puede que algo exagerada, pero yo creo que en las exageraciones se encuentran los puntos medios):

—¿Lo has conseguido? ¿Has cumplido todos los tiempos agendados? ¡Enhorabuena, menuda efectividad y qué buen trabajo!

—Muchas gracias, aunque creo que lo hubiera podido hacer mejor. La verdad es que ha sido un poco estresante, porque claro, a parte del nuevo proyecto tuve que seguir con las otras tareas, pero celebro haber cumplido con las fechas y…

—Claro que sí. Sabía que podías con todo. Y ya verás el nuevo proyecto, ¡es adrenalina pura!

[…]

—¿No lo has terminado? Qué mal gestionas tu tiempo, ¿no?. Vamos, que luego te preguntas por qué siempre vas a la carrera. ¿Has probado ya la técnica pomodoro? O mejor, habla con Fulanit, que es un crack de la organización y que utiliza unas apps de productividad que dice que son la bomba, seguro que alguna te ayuda…

—Pues, con todos mis respetos, no: vamos, no creo que me ayude el pomodoro este del que me hablas ni la nueva aplicación de turno que vaya a motorizar mi performance (si se suceden tan rápidamente, ¿será que quizás no son la panacea?) pero vamos, gracias por hacerme sentir lo peor de lo peor durante un momento, aunque gracias a los cielos luego me haya dado cuenta de que «solo» es un choque de prioridades, valores y de cómo tú y yo nos movemos en la vida. No sé, ¿y si mejor hablamos del significado de mi trabajo hasta ahora? ¿O del que podría tener… si me dejarais fluir un poco más?

Madre mía, menudo reto el de la sociedad actual con sus exigencias y esa inmediatez que no nos permite poder parar un momento y preguntarnos qué hacemos y por qué.

(Uf, uf, uf).

Yo no sé a ti, pero, a mí, esto de tener que «controlar» el tiempo y hacerlo todo rápido y para ya mismo ; y dar cabida a los imprevistos; y hacer malabares; y ser la perfección personificada; y estar en mil cosas a la vez;  y no poder estar «no disponible»;  y tener que acatar con ello porque así alguien un día lo asumió y lo impuso (sutilmente o no), me causa cada vez más yuyu.

Eso, por no hablar de cómo las fechas límites pueden afectar nuestra creatividad, esa capacidad que tenemos todos y a la que, dándole cancha, nos puede llegar a REGALAR (sí, en mayúsculas)  los mejores momentos de nuestra vida, aunque no haya un lienzo de por medio, que no todo es pintar.

¿Dónde ha quedado la libertad? ¿La posibilidad del «no» como opción? ¿El momento de pausa y reflexión? ¿La soledad para conocernos cada vez mejor? ¿El disponer tiempo para el aburrimiento? ¿La contemplación sin más? … ¿La posible valoración para esa misma contemplación?

La buena vida

No creo que una mayor productividad signifique necesariamente que haya sido un día 10, y mucho menos, que haya sido un día especialmente mejor que el anterior.

No son escasos los días buenos. Las buenas vidas sí que son difíciles de encontrar. No basta con una vida repleta de días buenos, vividos sensorialmente. La vida de las sensaciones es la vida del que codicia: continuamente exige más y más. la vida del espíritu requiere menos, menos cada vez. El tiempo es amplio, el paso del tiempo es dulce. ¿Quién diría que un día que se pasa leyendo ha sido un día bueno? En cambio, una vida dedicada a la lectura, ésa sí que es una buena vida. Un día que se parece muchísimo a cualquier otro día de los últimos diez o veinte años no parece que sea especialmente bueno Y, no obstante, ¿quién diría que la vida de Pasteur, o la de Thomas Mann, no fueron buenas vidas? ―Annie Dillard. Vivir, escribir.

Entonces, ¿qué podría ser la buena vida para ti?

La buena vida para Annie es la lectura pero tú tienes que encontrar tu propia respuesta, así que hoy mismo podrías decidir identificar qué hace que tus días se conviertan en un ejemplo más de la buena vida que te conecta más con tu interior.

Escribir, pintar, crear, cocinar para los tuyos, bailar en el salón de tu casa, resumir tu día en un haiku, estar con tus hijos, filosofar con tus amigos, cantar, componer canciones, mejorar tu habilidad musical, estirarte por las mañanas… ¿Qué resuena contigo?

Cuestión de prioridades

Personalmente, creo que lo de la buena vida va relacionada con los valores y la coherencia, y que unos y otra nos deberían ayudar a identificar nuestras prioridades, las que sean, que cada uno tiene las suyas.

Para mí, optimizar y simplificar al máximo (que lo hago, en todos los ámbitos), no es para poder «embutir» en la agenda más actividades, compromisos, gente e historias varias, sino todo lo contrario: ese tiempo «extra», esos huecos de agenda, son el destino fluido de lo que crea que necesito en ese momento, sobre todo para «bajarme de la rueda» ya sea revisando la semana, echarme unas risas mirando una película gamberra, idear algo, releer uno de esos párrafos que no hay manera de que entienda, ordenar un cajón o lo que decida sobre la marcha.

Yo creo que hay 3 puntos de vital importancia que jamás de los jamases deberíamos olvidar preguntarnos antes de comprometernos con algo o tomar una decisión:

1) ¿Se acerca a lo que quiero? 2) ¿Es acorde a mis valores? y 3) ¿Qué es prioritario para mí (no para el resto del mundo mundial) en este momento de mi historia personal?

No me refiero a que uno tenga que cambiar de vida drásticamente y dejarlo todo y marchar a descubrir lo que esconde las profundidades de la Antártida, si es que esconden algo, pero sí a introducir pequeños cambios desde ya mismo.

Quién sabe, quizás entonces, chas, aparece la magia.

¿O acaso nunca te has preguntado cómo sería la vida sin tantas métricas, prisas y exigencias? Puede que ahora sea el momento de pasar a la acción y revisar en qué punto de tu vida estás, qué necesitas y te pongas a definir las líneas generales (flexibles, pero claras) de tu buena vida.

Apuntes finales

Aix el tiempo y su gestión y sus métricas y la opinión de los demás con lo que tienes qué hacer y qué producir con él, aix y ayayay.

Yo me reconozco una persona rápida (lo soy) y es verdad que si algo me motiva (y/o sé cómo hacerlo, y me pongo con ello), me concentro tanto que pierdo la noción del tiempo, y me permite acabar las tareas a la velocidad de la luz e incluso salir del paso entre muy bien y requetebien. Y, bueno, estoy segura de que a ti te pasa igual (aunque no sea en lo mismo), pero, ¿eso significa que, entonces, así como por decreto, tenemos que hacer entre más y requetemás?

No, me niego a ello: yo lo que quiero es hacer lo que tenga que hacer haciéndolo lo mejor posible (eso sí) pero luego poder dedicarme a lo que yo escoja que tiene mayor interés para mí, y dar el paso sin un sentido de culpabilidad por no estar produciendo en esta civilización obsesionada con la productividad, cuando deberíamos centrarnos en la excelencia.

¿Difícil y criticado? Por supuesto, pero si no somos nosotros los que hacemos esos pequeños cambios (asumiendo las pérdidas, que has hay), el cambio no es posible.

Sé el cambio que quieras ver en el mundo. ―Mahatma Gandhi

Buscando alternativas, solo se me ha ocurrido una solución ideal: manipular y dilatar el tiempo a nuestro gusto y conveniencia. Déjate, que ese lapso extra nos permitiría reflexionar antes de pasar a la acción en cualquier situación comprometida, evitar un desastre, buscar la mejor solución a un asunto, terminar una tarea, no apurar en algo más de la cuenta o rectificar un error cometido.  

Pero naturalmente, eso es imposible; a no ser que seas Evie que, afortunada ella, sí tenía esa habilidad. Y es que podía pausar el tiempo a su antojo (con solo tocarse las yemas de sus índices) y, con una palmadita, dejarle retomar su curso natural. 

O sea, que ni tenemos la suerte de Phil, que puede repetir sus días para mejorarlos, ni tenemos una pistola lanzaportales  que abre agujeros en el espaciotiempo como Rick, de Rick y Morty, ni podemos detener el tiempo como Evie, que también es un personaje de ficción.

evie out of this world fuera de este mundo

(La serie se llamaba Fuera de este mundo).

Dicho esto, como el tiempo es el que es (voy a dejar lo de los mundos paralelos, que no llego ni queriendo) y reconociendo que solo podemos controlar lo que hacemos con él, solo nos queda una opción: danzar con él poniendo límites en nuestras agendas, no por egoísmo, sino como un acto de amor a nosotros mismos.

Porque al fin y al cabo nuestra vida, nuestro día a día, es la suma de pequeñas decisiones, y de nosotros dependen que vayan hacia los buenos días o la buena vida.

Absolutamente nada

absolutamente_nada
La señal avisa: en las siguientes 22 millas (35km) no hay nada de nada. ABSOLUTAMENTE NADA.

De primeras suena un poco desesperanzador, la verdad.

Sobre todo asumiendo que te la encuentras con ella porque tienes que seguir ese camino si o sí, para llegar a tu destino.

De algún modo te dice…

1) tomátelo con calma.
2) siéntete bienvenido al mundo del tedio.
Y 3) no esperes sorpresas: no hay ni cafeterías, ni gasolineras, ni fantasmas, ni tan siquiera una ligera bifurcación que vaya a proporcionarte el más ligero entusiasmo.

La gran decisión es qué hacer al respecto: ¿poner música alta y cantar a todo pulmón? ¿Disfrutar de esa infinita soledad? ¿Seguir sin más porque te da igual? ¿Empezar a rezar a los Dioses para no sufrir una avería? ¿Apretar el acelerador para «acortar» el camino? ¿Entrar en pánico mientras recuerdas alguna película de terror?

(Por supuesto vamos a dar por hecho que el depósito de gasolina está lleno).

¿Cuál crees que sería tu sensación?

(…)

Nunca me he encontrado una señal así en la carretera, pero quizás lo hubiera agradecido en algunos momentos de mi vida en los que no pasaba nada… o al menos lo parecía.

Digo «quizás» porque no lo tengo muy claro; y «parecía» porque, al final, todo tiene su cometido… Igual que esas 22 millas solitarias, dispuestas ahí para acercar un poco más al viajante de turno a su destino, vaya donde vaya, sin importar cuán lejos está de él, ni cuánto lleva recorrido.

Una señal de este tipo es un arma de doble filo.

Por una parte, es útil. Al fin y al cabo, te previene de que te lleves una decepción con una dosis de perspectiva y otra de aceptación y serenidad. (Ya no para que bajes las expectativas, sino para que las obvies totalmente).

Pero, por otra parte, si te la tomas muy en serio, creo que (paradójicamente) te puede llegar a crear una expectativa negativa que aniquile la magia y apueste por la desidia, que tampoco me parece lo ideal.

En la carretera tengo claro que quiero esas señales, incluso algunos avisos de ellas muchos kilómetros antes; en la vida, reconozco que tengo contradicciones.

Lo ideal sería escoger en cada caso, algo imposible porque la decisión dependería saber de un futuro que, en ese momento, por supuesto, sería desconocido.

Así que nada, mejor aceptamos lo que viene y seguimos poniéndole actitud.

Termino con una idea de «última hora»: ¿Qué tal si la señal fuera más sugerente y diera cabida a algo más allá de la «nada»?

Mi propuesta sería algo así como…

absolutamente-nada-escoge-que

OBJETIVO 1: Pensar un poco sobre los indicadores en tu vida. ¿Identificas alguno? ¿Te hacen bien o no tanto?
OBJETIVO 2: Recordar algún momento de tu vida en el que hubieras querido un indicador. Y al contrario, que mejor no lo hubieras tenido.
AUTOR: No lo sé, pero me encantaría saberlo. Si lo conoces, házmelo saber y le doy su merecido crédito.
CATEGORÍA: Imágenes que crean todo un mundo en tu mente.

Se busca monasterio

Llevo bastantes meses (vale, años), dándole vueltas a la solución a todo este problema (¿reto? ¿«situación» sin más?) de vivir con mil distracciones, del «tener que estar siempre disponible» y de la productividad al cuadrado sometida la vorágine del «todo para ayer».

Tengo claro que el primer peldaño de la «escalera a la simplicidad» es marcar límites a lo que es suficiente y nivelar la vida desde ahí.

Pero hoy voy a subir algunos peldaños más y creo que me llevarían a la decisión de ir a vivir a un monasterio.

Sí, has leído bien: la solución sería mudarse a un monasterio. O, al menos, eso es lo que creo yo.

¿Acaso no fueron creados justamente para vivir en la simplicidad y centrarse en nuestra esencia?

Además, que los monasterios son bonitos y en ellos se respira serenidad. Y la serenidad es clave para el bienestar.

Yo creo que la primera vez que me vino a la cabeza lo estupendo que sería mudarme a un monasterio fue cuando fui consciente de la parte epicúrea de la vida monacal y pensé en lo mucho que debía molar y en cuán avispados habían sido ellos, los monjes, para poner en práctica (de una forma consciente o no, pero seguro que de algún modo inspirada) lo que siglos antes habían propuesto algunos filósofos como Epicuro, y edificar construcciones que permitieran justamente llevar ese tipo de vida de recogimiento, fraternidad y simplicidad.

No me digas que la idea no te atrae al menos un poco.

Y es que, dejando a un lado las creencias religiosas que un día albergaron, lo que menos importaría sería el modelo de monasterio: budista, cristiano, shaolí, hinduista… Qué más da, lo dejo a tu elección. E imagínate viviendo en él junto a una pequeña comunidad en la que las tareas fueran compartidas y donde la simplicidad, la autosuficiencia, los talleres de lo que sea, las charlas y el tiempo para el estudio (de lo que quisierais) y la contemplación fueran sus ejes principales.

¿Seguimos imaginando?

En la entrada del edificio, habría un felpudo a lo IKEA, pero adaptado a nuestra «casa», y con los géneros, que quedaría tal que así:

felpudo epicureo jardin rosa

Y, en la misma puerta, un decálogo en el que las redes sociales y whatsapp estuvieran prohibidos.

Es más, incluso podríamos desprendernos del móvil, aunque habría la posibilidad de hacerse con un terminal cuando uno dejara el monasterio para ir, pues no sé, a comprar. Total, en un sitio así cerrado podría haber fijo y walkie talkies (¿y por qué no?).

Eso sí, en mi monasterio ideal habría wifi y, por supuesto, tiempo para el ocio, que tampoco hay que ser súper radical. Además, uno y otro tienen sus ventajas y sus beneficios, ¿no? Pues eso, que no diremos NO a un guateque, a las artes, a los debates y a la canción del verano.

Además, que hay ya muchos experimentos de este estilo por el mundo, lo que pasa es que yo, puestos a pedir, me pido un monasterio.

(Vale, me estoy pasando, pero me estoy divirtiendo lo que no está escrito).

Epicuro, que falta nos hace

Seguro que es uno de los filósofos que más te suenan y que, de una forma casi inconsciente, lo has asociado con la búsqueda del placer y de las experiencias sublimes. (Eso, si no lo has relacionado directamente con el lujo y la buena vida, que sería una apreciación exenta de culpa. Y es que con lo que se ha tergiversado al pobre Epicuro, lo fácil es caer en la mal interpretación de su filosofía, que a mí me parece tremebunda y nada descartable para recuperarla hoy mismo).

Lo cierto es que «la buena vida» y la felicidad epicúrea, aunque sí que buscan el placer y el alejamiento del dolor, no necesitan opulencia, ni tampoco banquetes ni grandes cosas. De hecho, era de lo más austero y se contentaba con pocas posesiones y una dieta simple.

Para Epicuro el placer era el sumun de la existencia y solo concebía dos clases de actos y pensamientos, los que buscaban el placer o los que evitaban el dolor.

Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres de los disolutos, sino a la ausencia de dolor en el cuerpo ni de turbación en el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes, ni juergas con muchachos y mujeres, ni el pescado y todo cuanto puede ofrecer una suntuosa mesa, engendran una vida feliz, sino el cálculo prudente (logismós) que investiga los motivos de cada elección o rechazo, y disipe las falsas opiniones por las cuales una fuerte agitación se apodera del alma. De todas estas cosas el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es incluso más apreciable que la filosofía; de ella nacen todas las demás virtudes porque enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin ser feliz. Las virtudes, en efecto, están unidas a la vida feliz y el vivir feliz es inseparable de ellas. ―Epicuro [Carta a Meneceo]

La felicidad ligada a ese placer que genera vida tranquila y sosegada, sin ansiedades y en la que la armonía entre cuerpo y alma es total.

Su filosofía distinguía él 3 clases de placeres:

1) los naturales y necesarios (un lugar donde dormir, comida para alimentarte, agua para calmar la sed),
2) los naturales (comer mejor, vestir de forma más elegante, cosas así),y 3) los placeres no naturales e innecesarios (banquetes, honores, riqueza, fama…).

La consigna de Epicuro era centrarse en los primeros, moderar los segundos y despreciar los terceros.

(Y no, el nuevo iphone de turno y los «me gustas» en una publicación de Facebook no son del primer grupo. De hecho, como bien habrás adivinado, forman parte del tercero y son totalmente innecesarios).

De algún modo, podríamos afirmar que Epicuro era minimalista y que apostaba por la simplicidad en su vida, algo que le proporcionaba la tranquilidad que buscaba para vivir en plenitud.

¿Y no es algo que buscamos todos, vivir plenamente?

Si quieres ser rico pues no te afanes en aumentar tus bienes sino en disminuir tu codicia. ―Epicuro.

Anota dos palabras de esas fantásticas, y no para creernos más cultos, sino porque quizás te apetezca recordarlas a la hora de tomar decisiones: aponia y ataraxia. La primera se refiere a la ausencia del dolor; la segunda, a la supresión de los deseos.

Epicuro fundó su escuela filosófica a las afueras de Atenas y la llamó El jardín, que luego fue de gran inspiración para la vida monástica.

El jardín de Epicuro

Imagínate la propuesta como si fuera un anuncio en un portal online de oportunidades: «Se busca gente para compartir casa con huerto en las afueras de Atenas. Requisitos: querer vivir en comunidad, compartir la responsabilidad en las tareas domésticas y amar la filosofía, el placer en las pequeñas cosas, la naturaleza y, sobre todo, la alegría de vivir. Para más información contactar con Epicuro. Parakaló (o como se dijera en ese momento)».

Pues eso es lo que ideó y llevó a la práctica allá en sus tiempos. 300 años de que naciera Jesús de Nazaret donde la filosofía de la felicidad dejaba de ser teoría y se vivía desde la moderación y la ausencia del dolor, en un tipo de micromundo aparte y ajeno a la metrópolis del momento, con sus problemas, burocracias y abusos de toda índole por parte de los que ostentaban el poder.

Así, cuando decimos que el placer es fin, no hablamos de los placeres del los corruptos y de los que se encuentran en el goce, como piensan algunos que no nos conocen y no piensan igual , o nos interpretan mal, sino de no sufrir en el cuerpo ni ser perturbados en el alma.

De todos modos, lo de la vida fraternal no es un invento de Epicuro. Pitágoras, por ejemplo, ya vivía en comunidad enfocando su vida al cultivo de su alma y en su intento de hablar a su parte irracional desde símbolos, máximas, música y mantras.

Monasterios y vida monacal

Durante siglos, e independientemente de la fe que profesaran (de eso a un lado, con sus posibles prejuicios) monjes y monjas construyeron espacios donde vivir en los que belleza y austeridad se daban la mano (al menos en sus inicios). Y si has visitado alguno conocerás esa sensación minimalista que te invita a centrarte en el momento y en lo importante, porque todo es tan bonito y simétrico, que te centra y evita cualquier distracción.

La vida en los monasterios es una vida comunitaria en la que todos trabajan para todos, compartiendo tareas y reglas. Lo principal es la meditación, la oración (si hay alguna divinidad adorada) y la contemplación.

Cada monacato tiene sus propias reglas por lo que, llegado el caso, habría que poner una serie de normas de convivencia que cuadraran a todos los que nos hubiéramos juntado y, a partir de ahí, pues a vivir en comunidad compartiendo charlas y tareas pero también con grandes espacios para la reflexión.

(No he olvidado el tema del dinero, pero en ese mundo ideal que imagino se necesita poco).

Apuntes finales

Como ya hemos visto, en el jardín de Epicuro había espacio para el libre pensamiento, para la amistad y se cultivaban los valores para una mente y un cuerpo sano y su objetivo no era otro que centrarse en la alegría de vivir.

Los placeres de Epicuro se basaban en la moderación y en el cultivo del espíritu. Y quizá en esa moderación esté la clave de ese bienestar («felicidad» me suena demasiado lejos) que tanto buscamos.

Es más, puede que incluso lo del monasterio sea prescindible y solo necesitemos una readaptación a nuestra realidad, la que sea. Lo que me recuerda a Nello y su decisión deliberada a ser feliz, a Petit Pierre creando su propio mundo, a Gerard y Xuacu en su ascensión al Pico Naranjo, a Kayden bajo la lluvia, o más relacionados con la ficción, a los niños de Ping Pong mongol o incluso a la madre postiza de Ricky Baker cuando le canta el «cumpleaños feliz».

Termino aquí deseándote toneladas de equilibrio y simplicidad. (Y, bueno, si sabes de algún monasterio que regalen por ahí, escríbeme, que te estaré eternamente agradecida no, lo siguiente).

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